viernes, 30 de diciembre de 2022

Nabokov también quiso ser Shakespeare




Vladimir Nabokov escribe en un cuaderno en su cama en 1958.
Vladimir Nabokov escribe en un cuaderno en su cama en 1958.  THE LIFE PICTURE COLLECTION / GETTY IMAGES

Nabokov también quiso ser Shakespeare

Se publica por primera vez en español una obra teatral de juventud del autor de 'Lolita', inédita durante casi un siglo, con gran influencia del dramaturgo inglés


RAQUEL VIDALES
18 JUN 2020 - 17:05 COT

En sus primeros años de juventud, cuando firmaba con el seudónimo de Vladímir Sirin y todavía se estaba probando como escritor, Vladímir Nabokov cultivaba mucho más la poesía y el teatro que la narrativa. No hay que olvidar que el autor de Lolita se crio en San Petersburgo en una familia aristocrática a principios del siglo XX, una época de gran actividad escénica en Rusia, con Chéjov y Stanislavski en plena ebullición. Así que tras exiliarse con su familia a Berlín en 1919 huyendo de la revolución bolchevique, lo primero que escribió fueron poemas, cuentos y obras teatrales, estas últimas muy influidas por los dramas en verso de Pushkin, que no obstante no llegaron a dejar huella en su carrera literaria.
Hasta que en 1924, con apenas 24 años y después de una breve estancia en Praga, Nabokov volvió a Berlín con el manuscrito de la que años después se consideraría su primera pieza dramática importante, Tragedia del señor Morn, nunca representada ni publicada en vida del autor, por lo que durante mucho tiempo permaneció inédita. Pero en 1997 las traductoras Serena Vitale y Ellendea Proffer la rescataron de los archivos de la Biblioteca del Congreso de EE UU y la publicaron en la revista rusa Zvezdá en su idioma original, pues en esa época todavía escribía en ruso y no en inglés, lo que dio lugar a nuevos estudios sobre aquella primera etapa de Nabokov como escritor. En ella se descubren ya muchos de los ingredientes que el autor desarrollará después en sus novelas: el deseo sexual y los celos, la escurridiza felicidad, la batalla entre verdad y fantasía. La obra se trasladó pronto al inglés y otros idiomas y ahora por fin la editorial La Uña Rota acaba de publicarla por primera vez en español.



Nabokov también quiso ser Shakespeare


La obra está en verso como las de Pushkin, pero paradójicamente ya no es deudora del gran autor ruso como lo habían sido sus anteriores piezas sino de Shakespeare. En todos los sentidos: tanto en la métrica, pues está compuesta en pentámetro yámbico, el preferido del dramaturgo inglés, como en el contenido, con claras referencias a sus grandes clásicos. Baste como ejemplo el arranque de la trama: un antiguo revolucionario exiliado de un imaginario país reaparece en su casa para visitar a su esposa disfrazado de Otelo, con la excusa de que es un actor que viene de representar ese personaje; todavía embozado, descubre que su mujer no espera ya su regreso y que es la amante nada menos que del monarca que lo exilió, el rey Morn, lo que desata una tormenta de celos y locura que acaba en duelo.
A partir de ahí, la trama se enreda y desenreda como en las mejores tragedias clásicas. El rey Morn pierde el duelo y es obligado a pegarse un tiro, pero en lugar de esto, para evitarlo, decide abdicar. Pero eso desata una rebelión en el país (una alusión clara a la revolución bolchevique) que empuja al monarca a recuperar su trono, lo cual consigue de manera heroica y romántica. La cosa no termina ahí, pero no desvelaremos aquí el final: recordemos solo que esto es una tragedia y que las tragedias nunca terminan bien.
La referencia a Shakespeare es más que evidente, pero lo interesante es cómo Nabokov supo superar su devoción por la tradición literaria para situar a sus personajes en su época: mostrando sus pasiones en toda su grandeza como el Bardo, pero también sus debilidades y hasta con ironía. La sumisa Desdémona de Shakespeare nunca le habría replicado a su celoso marido como lo hace la protagonista de Nabokov. Dice él: “¿Qué es todo esto? Oh… di algo, esposa, bendición, locura, esperando estoy… Dime que es todo una broma, una abigarrada, una perversa mascarada en que el señorito en frac pega a un moro pintado… ¡Sonríe! Hasta yo me río… me siento alegre…”. Y replica ella: “¡Ánimo, agarra un cojín y ahógame, ya que amo a otro!… ¡Ahógame!… Mas no, solo sabe llorar… Ya basta… vete… Estoy cansada…”.
Tragedia del señor Morn bebe así de las grandes fuentes del teatro clásico, a la vez que las supera. “Morn vuelve a abrir posibilidades shakespearianas que parecían cerradas desde hace mucho tiempo: un reino conquistado y perdido y vuelto a conquistar; un gobernante de incógnito; disfraces; la vida privada de enamorados frustrados vista sobre un fondo lleno de colorido, un fondo de confusión pública trazado con un reflejo de fantasía y un escalofrío de horrible realidad. Pero a la vez, critica y perfecciona los recursos de Shakespeare y de otros dramaturgos trágicos. Nabokov se oponía al fatalismo de la tragedia, a la inexorabilidad visible desde el principio, a la lógica ineludible de la causa y el efecto”, explica en el prólogo de La Uña Rota el especialista Andréi A. Bábikov, responsable de la edición de la obra en la editorial rusa Ázbuka (2008), sobre la que se basa la traducción española.
Una traducción que no ha sido fácil, según reconoce su autor, Rafael Rodríguez, en su introducción a la edición. Rodríguez explica que pocas veces como esta ha tenido que “negociar” tanto entre el deseo de fidelidad al original con el de eficacia estética. “Puesto que el pentámetro yámbico es típico de la lírica inglesa y, por tanto, ajeno a la española, he optado por el endecasílabo clásico (acentos en sexta y décima sílaba), verso asiduamente cultivado en nuestra lengua desde que fuera importado de Italia en el Siglo de Oro. En contra de lo que pudiera parecer, esta opción ha resultado adecuada para a una lectura natural y fluida de la obra (a despecho del virtuoso barroquismo de la escritura nabokoviana). Más aún, a pesar de las limitaciones evidentes de toda versificación, el resultado final no es demasiado infiel al original”, escribe. Admite incluso que en una ocasión tuvo que traducir al propio Shakespeare (un breve fragmento de Otelo) para poder respetar el endecasílabo.

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