Tren nocturno Lionel Walden |
Desearía poder escribirte desde debajo del agua,
el baño tibio cubriendo mis orejas—
una de ellas tiene tres marcas en la forma
exacta de un triángulo, asterismo de mi propia atmósfera.
Anoche, las sirenas del camión cisterna eran tan estruendosas
que ahogaban hasta al bramido constante
de los trenes de carga que llegaban. ¿Te conté
que el ferrocarril R. J. Corman pasa a quinientos pies de nosotros?
Antes de que todo cambiase y yo envejeciera en este cuerpo,
mis abuelos vivían encima del cañón de San Timoteo,
donde el ferrocarril Southern Pacific rugía cada día en el verano
sofocante de California. Yo estaba atenta a los trenes,
aullando a su llegada.
Hoy Manuel está en Chicago, y ambos admitimos
que ahora viajamos con nuestros pasaportes
Reportes de redadas de ICE y las dos, nuestras sangres
necesitan nuevos medicamentos.
Desearía que pudiésemos volver al muelle con viento,
a tomar vino rosado y hablar tonterías.
Ahora es gris y sombrío.
Aquí el supermercado está lleno de semillas para grama, como si
la primavera fuese a llegar, pero no lo sé. ¿Y tú?
Me dijo una amiga que sigues esforzándote en rescatar a las
palabras. Lo único a lo que me he dedicado es a tomar la siesta, y quizá
a ser más amable con los demás, conmigo misma.
Justo esta mañana, vi siete cardenales atrevidos y valientes
como un pecado en un árbol sin hojas. Los dejé estar allí un buen rato
antes de agitar el aire y arruinarlo todo con sólo vivir también.
¿Soy más valiente que esos pájaros?
¿Te preguntas acaso qué traen los trenes? Lingotes de aluminio,
plástico, ladrillos, sirope de maíz, caliza, furia, alcohol, alegría.
Todo el mundo se desplaza, incluso la arena se transporta de una orilla
a otra. Yo vivo mi vida medio asustada, y medio gritándole
a los trenes cuando retumban. Esta carta para ti es ambas.
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