domingo, 11 de diciembre de 2022

El último trago de Lowry



El último trago de Lowry

Viaje al Cuernavaca de 'Bajo el volcán' en el centenario del nacimiento de su autor



Fabrizio Mejía Madrid
14 de agosto de 2009

Crearse un infierno para luego escribirlo -que es la definición de la vida de Malcolm Lowry en México- podría servir también para mis relaciones amorosas. La penúltima vez que vine a la ciudad de Bajo el volcán, Cuernavaca, fue tratando de presionar a una mujer cuatro años menor que yo para que dejara por un fin de semana la casa de su madre. La esperé sobre una cama de hotel que crujía, sobresaltado por los cambios de voltaje del minibar, y escribí lo que, después, se convertiría en un cuento y, más tarde, en una novela. Esa primera vez, en 1989, noté lo que Malcolm alucinó: los volcanes míticos, el Popocatépetl y el Iztaccíhuatl, el guerrero y su mujer dormida, no se ven desde Cuernavaca. Entre la contaminación porque los autos se taponan en las callejuelas -la ciudad colonial debería ser, toda, de peatones pero, hasta en el cementerio hay un letrero como los que divertían tanto a Lowry: "Prohibido andar en bicicleta entre las tumbas"-, digo, entre el humo de la combustión que exige ir en auto a una cuadra de distancia, las casas y los árboles, uno no sabe que está bajo un volcán. Además, Malcolm los describió demasiado cerca. Hay que salir de la ciudad para verlos.

Crearse un infierno para luego escribirlo es la definición de la vida de Malcolm en México
Muchas de sus cantinas son ahora hoteles, oficinas o cafés con Internet
El novelista veía la embriaguez como una protesta contra el sinsentido
En una botella de mezcal pone: "Mezcalm Lowry. A punto de veneno"
En el número 62 de la calle Humbold sigue escasamente en pie su casa

En el tiempo en que Lowry llegó -18 de noviembre de 1936, tras desembarcar en Acapulco-, la ciudad era más plana -tenía menos de ocho mil habitantes, muy lejos de los más de 300.000 de ahora- y se veía un volcán, pero no creo que haya exagerado la violencia a flor de piel de esos años: después de todo había pasado apenas una década del asesinato de Zapata y la destrucción de su ejército campesino en Cuernavaca y todo Morelos. Ahora, a la entrada de la ciudad está la estatua del caudillo de la tierra y la libertad, justo donde Lowry imaginó una imposible efigie de Victoriano Huerta, el general golpista que provocó que se levantara contra él el resto de México y no sólo los zapatistas. No hay estatuas de Huerta en ningún sitio. Como no hay de Hernán Cortés. En Bajo el volcán, Lowry describe un rencor de los mexicanos hacia los extranjeros: ubica la trama en el año en que Cárdenas nacionalizó el petróleo de las compañías británicas y gringas -1938- pero él vivió en México con la llegada de los refugiados españoles de la Guerra Civil, por lo que Hugh, el medio hermano del ex cónsul borracho -por eso es "ex", por la ruptura de relaciones diplomáticas con Gran Bretaña- alucina que lo detendrán por "judío o comunista". Probablemente Lowry se hubiera divertido al saber que los comunistas españoles -y más tarde, los judíos perseguidos por el nazismo- estaban llegando a la ciudad de México en tandas. Conquista española y Guerra Civil española. Creo entender por qué Lowry pensó que los mexicanos y los europeos tienen un amor torcido. También yo lo pienso.

Otro detalle conmovió a Lowry: el Palacio de Maximiliano en Cuernavaca, el lugar de descanso del emperador Napoleón III en México que llegó a tratar de aprender español, a congraciarse con la élite de oropel, y terminó fusilado por Benito Juárez en el Cerro de las Campanas. En 1989 yo tenía planeada una visita al Palacio que es de color naranja y techo de tejas, con un pequeño lago donde nadan los patos. Y, como digo, la esperé todo el día y nunca llegó. Los amantes distanciados que Lowry vio en los volcanes, en las guerras mexicanas, y en su propia separación, en Cuernavaca, de la actriz frustrada Jan Gabrial, la viví, en carne viva, a los 21 años. No me dio por beber -bueno, un poco- y tampoco hice Bajo el volcán. Pero sobreviví. Y no la mandé fusilar. Tampoco se llamaba Jan.

Cuento todo esto porque estoy yendo por tercera vez a Cuernavaca en estos días en que los borrachos del mundo celebran el centenario de Malcolm Lowry. La anterior vez fue en 2003 cuando empezó la destrucción del Casino de la Selva, hotel en el que comienza la novela con Jacques Laruelle y el doctor Arturo Vigil hablando de la mala suerte del ex cónsul británico, Geoffrey Firmin, y su ex esposa, Ivonne. El Casino de la Selva estaba abandonado desde los años en que Malcolm Lowry lo frecuentó: no se apostaba -Cárdenas era enemigo del azar-, la alberca estaba sucia con hojas e insectos, las canchas de tenis invadidas por la hierba. Así lo conocí de niño, como un vestigio de un esplendor que sólo prometió. Pero en 2003 lo demolían para construir un centro comercial. La batalla por un lugar histórico -adentro del Casino de la Selva estaba habitado por murales sobre la conquista española- en contra del gran capital era digna de un discurso del hermano comunista del ex cónsul en Bajo el volcán. Fue cuando me lancé a ver qué ocurría. La construcción detenida por los manifestantes, la policía acechando, todo el mundo hablando en términos lowrianos: el pasado rebrota para vengarse del presente o, en palabras más nuevas, la lucha era de la cultura contra el dinero. La policía de Cuernavaca y Morelos actuó como si los que protestaban fueran guerrilleros zapatistas: los golpeó y encarceló. Entre ellos a varios pintores, actores, cineastas, profesores universitarios. La ciudad quedó sonámbula tras la entrada policiaca, pasmada. Al final, el motín esperado por todos no sucedió: los presos fueron liberados y se levantó una grotesca bodega de Cotsco en cuyo extremo hay un jardín muy cuidado y el mural restaurado, todo con el dinero del centro comercial. Una solución política, como si el matrimonio de Lowry y Jan en Cuernavaca hubiera llegado a un acuerdo: él sólo se puede emborrachar el fin de semana y ella abandonarlo cada seis meses.


Vengo ahora a la soleada Cuernavaca a rendirle un homenaje a Lowry. Muchas de sus cantinas han desaparecido, convertidas en oficinas, hoteles, cafés Internet. La Cuernavaca del centenario de Malcolm es la de las casas de campo con alberca, donde los indios son los jardineros o las recamareras de los hoteles. Pero, también, la de la clase media que compró hace tres décadas las casas abandonadas de la zona colonial.


En el número 62 de la calle de Humboldt sigue escasamente en pie la ebria casa que habitaron Lowry, Jan y, por unos días, Conrad Aiken, el envidioso escritor que usó el alcohol para separarlos. A la casa blanca con óxido por todos lados le crecen enredaderas como cascadas. Tiene dos pisos y una terraza desde la que Lowry y Aiken se emborracharon. Ahí está la alberca de Bajo el volcán donde el ex cónsul ve a su ex mujer y a su medio hermano conversando sobre su adicción al alcohol. Está llena de agua hasta donde esta exigua temporada de lluvias lo ha permitido: las hojas secas flotando en una especie de lodo. Tiene en el extremo izquierdo una torre como la que se describe en Bajo el volcán, y en cuya barda estaba uno de los tantos letreros que Lowry cita: "No se puede vivir sin amor". La cita ya no existe, sólo en el libro.


Los zanates, esos pájaros que Lowry confunde en la novela con cuervos, discuten en los árboles sobre el atardecer. Me asomo por una ventana rota y toco a la puerta. No parece vivir alguien ahí. Al fondo, alcanzo a ver una mesa de madera roída con un jarrón desportillado encima. Me quedo un rato merodeando mientras fumo -cigarros Alas, los preferidos de Lowry en México- y alcanzo a pensar lo que podría significar para Malcolm volver a esa casa con las enredaderas creciendo fuera de control y el óxido sobre el muro blanco: la vida es sólo otra forma de la muerte, el mal como otra mentira del bien, la embriaguez como una protesta contra el sinsentido, matarse a plazos porque un día nos vamos a morir. O, como diría el cómico Tin Tan, unos años después de que Lowry se fuera de México: "Mátenme porque me muero".


Me meto a la primera cantina que veo para tomarme un mezcal a la salud del loco Lowry. Como todo en Bajo el volcán, en Cuernavaca, en México, la cantina tiene un lema hilarante: "Gentiles son los hombres dados a la ociosidad". La idea del mezcal en Cuernavaca es una transposición literaria de Lowry: lo tomó hasta el delirio en Oaxaca con su amiguete Juan Fernando Márquez, al que le dedica Oscuro como la tumba donde yace mi amigo. A lo mejor Márquez no existió y Lowry se la pasó en El Farolito de Oaxaca como yo aquí en Cuernavaca: bebiendo solo. El mesero me muestra la botella de mezcal. La etiqueta hubiera divertido a Lowry y, quizás, más a Jan: "Mezcalm Lowry. A punto de veneno". Y me siento a beber. Abro la libreta y pienso en Lowry y, con el paso de los tragos, en amores.


Fabrizio Mejía Madrid (México D. F., 1968) es cronista y escritor. Su última novela es Tequila D. F. (Mondadori).

En la ruta de la autodestrucción

- El personaje. El protagonista de Bajo el volcán, Geoffrey Firmin, trasunto de Malcolm Lowry, es el ex cónsul británico en Quauhnahuac. La novela narra su descenso a los infiernos el Día de todos los muertos de 1938.

- Rigidez paterna. No se entiende Bajo el volcán, publicada en 1947, sin la larga experiencia alcohólica de su autor. Nacido en Inglaterra en 1909, confesó que desde niño había decidido ser un borracho: el alcohol fue su manera de protestar contra el feroz puritanismo en el que se crió.

- Amigo y editor. La novela jamás hubiese sobrevivido al delirio autodestructivo del autor si no llega a ser por el editor Albert Erskine, amigo leal que creyó como nadie en su talento.


EL PAÍS


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