Vargas Llosa, a solas con El Bosco
La idea era invitar a 10 personajes de distinto y distinguido pedigrí, colarlos en el Prado y dejarlos solos con su obra favorita —de noche y con el museo desierto— y que luego contaran la experiencia. La intención final: contrastar esa forma inhabitual de contemplar el arte, solitaria y serena, con el ruido y la furia del tumulto contemporáneo en los museos. Unos lloraron, otras se extasiaron, todos disfrutaron. Este es el resultado de aquella noche tranquila de Mario Vargas Llosa.
BIOGRAFÍA
1 DE JUNIO DE 2019
— Hay lechuzas y búhos, conchas marinas y unos seres de muchas patas y manos, de piel blancuzca, petrificados por una fuerza invisible, así como arquitecturas esféricas, defendidas por cornamentas y condenadas a no escapar nunca de estos dibujos y estas tablas para proyectarse en el espacio y vivir de verdad.
“Un gran tumulto o varios tumultos de gentes coexisten en un lugar mágico. Todo es sorprendente, aunque no tenebroso”
— La zoología y la botánica son una sola cosa, hay pescados que vuelan, un pagano defeca flores, solitarios alelados dentro de pompas de jabón, vejigas y gaitas ambulantes, un árbol de zanahorias y un tropel de caballos y un dromedario girando cacofónicamente alrededor de un estanque. Entregados a lo suyo, todos viven en paz.
— Probablemente nunca más esté solo, en un museo como el Prado, ante un cuadro tan querido. Estos 20 minutos no los olvidaré.EL PAÍS
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