El pintor y su modelo, 1978 Darío Morales |
17 de junio de 2019
"La cigarra" fue publicado en enero de 1982 en la revista "Norte". Este cuento extraordinario, que describe las dichas y desdichas del matrimonio de Olga Ivánovna y Osip Stepánich Dímonov y sin duda uno de los mejores de Chéjov, es una recreación de "La cigarra y la hormiga". Olga, ligera y feliz, de apenas veintidós años, es la cigarra. Osip, por supuesto, la hormiga.
La minuciosa descripción que hace Chéjov de un día cualquiera de la cigarra funciona como un demoledor retrato: "Cada día, tras levantarse a eso de las once, Olga Ivánovna tocaba el piano o, si hacía sol, pintaba al óleo. Luego, poco después del mediodía, iba a ver a la costurera. Como no disponían de mucho dinero, lo justo para ir tirando, ambas mujeres tenían que servirse de toda suerte de argucias para que ella pudiera cambiar a menudo de ropa y deslumbrar con su vestuario. Muy a menudo con un viejo vestido teñido, algunos trozos de tul, encajes, felpa y seda de escaso valor realizaban auténticos milagros, verdaderas maravillas, un sueño más que un vestido. Desde allí Olga Ivánovna solía dirigirse a casa de alguna actriz conocida para ponerse al corriente de las novedades teatrales y, de paso, procurarse entradas para el estreno de una obra o una gala. A continuación se trasladaba al taller de un pintor o a una exposición; luego, al domicilio de alguna celebridad para invitarle o rendirle visita o simplemente para charlar un rato. Y en todas partes la recibían con alegría y afabilidad y le aseguraban que era inteligente, encantadora, excepcional… Aquéllos a quienes ella consideraba celebridades y grandes hombres la trataban como a una de los suyos, como a una igual, y le pronosticaban de manera unánime que, con su talento, gusto e ingenio, llegaría a ser alguien, siempre que no desperdiciara sus habilidades. Ella cantaba, tocaba el piano, pintaba, esculpía, participaba en espectáculos de aficionados, y ninguna de esas actividades las realizaba de cualquier manera, sino con talento; ya confeccionara farolillos para la iluminación, se engalanara o le anudara a alguien la corbata, el resultado destacaba por su arte, gracia y encanto extraordinarios. Pero nada testimoniaba mejor sus aptitudes que su habilidad para trabar rápido conocimiento y estrechar relaciones con personas célebres. Apenas había alcanzado alguien cierta fama y había dado que hablar, cuando ella ya se las había ingeniado para que se lo presentaran y, ese mismo día, se había ganado su amistad y lo había invitado a su casa. Toda nueva relación era para ella una verdadera fiesta. Adoraba a las personas famosas, se enorgullecía de su trato y cada noche las veía en sueños. Su sed de ellas era insaciable. Las antiguas relaciones pasaban y caían en el olvido, sustituidas por otras nuevas, pero pronto se acostumbraba también a ellas o se desencantaba y empezaba a buscar con avidez nuevos grandes hombres; los encontraba y otra vez se ponía a buscar. ¿Para qué?"
Más adelante Chéjov precisa que entre las cuatro y las cinco la mujer come con su marido y luego vuelve a salir. Visita a sus conocidos, va al teatro o algún concierto y regresa a casa después de la medianoche. "Y así todos los días", remata Chéjov.
El marido, un médico común y corriente que no ama las bellas artes sino la ciencia, trabaja mañana y tarde como una hormiga en dos hospitales. Se parece a Charles Bovary, el personaje de Flaubert, no sólo por su profesión sino por su carácter y la devoción a la esposa. Salvo que, al final, cuando ya todo es demasiado tarde, se verá que no compartía la mediocridad del doctor Bovary.
No se trata tan sólo de los hechos sino de la manera cómo Chéjov los relata. Un narrador contenido, que no manifiesta ningún asombro, que no juzga, que le da lo mismo describir el resplandor de la luna sobre el río que las caricias los adúlteros.
La mujer vuela cada vez más lejos. Pasa sus vacaciones fuera de casa, con sus amigos artistas. El tercero de los ocho capítulos de la historia describe la visita que el marido hace a Olga en su dacha. Hace dos semanas que no la ve y la echa de menos. En el tren, con el paquete del caviar, el queso y el salmón blanco, sólo sueña con cenar y descansar con su adorada esposa. Pero no la encuentra en la dacha y tres desconocidos, artistas, por supuesto, lo confunden con otra visita. Si quiere ver a Olga, que aguarde, no tardará en llegar.
La mujer llega al fin, muy feliz, con otro hombre, y se alegra de la visita de su marido. Hay una boda y no tiene nada que ponerse. "¡Aquí no tengo nada, absolutamente nada! Ni vestido, ni flores, ni guantes… Tienes que salvarme. Si has venido es porque el destino quiere que me salves. Coge las llaves, querido, vuelve a casa y tráeme el vestido rosa que hay en el guardarropa. ¿Te acuerdas? Es el que está colgado delante de todos… Luego vete al trastero y busca en el suelo, a mano derecha, dos cajas de cartón. Abre la de arriba y verás que contiene tul, mucho tul, y todo tipo de recortes de tela; las flores están debajo. Sácalas todas con mucho cuidado, trata de no arrugarlas, querido, y ya elegiré yo más tarde las que necesite… Y cómprame unos guantes." El marido responde que lo hará al día siguiente, pero la mujer, como si se tratara de un corderito, lo envía casa de inmediato. "¿Cómo vas a tener tiempo mañana? El primer tren sale a las nueve y la boda es a las once. No querido, tiene que ser hoy, ¡hoy sin falta! Si no puedes venir mañana, mándamelo por alguien. Bueno, vete ya… El tren está a punto de pasar. No vayas a perderlo, cariño." El hombre bebe a toda prisa un vaso de té, coge una rosquilla y corre a tomar el tren, "con una humilde sonrisa". Para cerrar el capítulo y con su habitual humor negro, Chéjov nos cuenta quiénes devoraron el caviar, el queso y el salmón blanco.
La virtud de los detalles, ante todo. Pero la narración, y más si se trata del maestro de la brevedad, no requiere mencionarlo todo. Olga Ivánovna, tan infiel como Emma Bovary o Anna Karenina, se comporta de manera cariñosa y dulce con el marido desde el principio hasta el final de la historia, como si no pasara nada. Y no es así. El tiempo de la fiesta ha terminado y ha llegado el invierno.
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