Lope de Vega |
Cuando Lope de Vega era un fenómeno de masas en Holanda
Más de 350 años después de la independencia de los Países Bajos de España, las influencias entre ambos países siguen presentes en aspectos tan cotidianos como la gastronomía, el habla o el culto
La Haya 26 JUN 2019 - 04:28 COT
Durante los siglos XVI y XVII, los destinos de España y las denominadas Provincias Unidas (hoy, los Países Bajos) fueron de la mano. La Guerra de los Ochenta Años (de 1568 a 1648) y su trasfondo religioso, comercial y de dominación y la polarización histórica de ambos países en las figuras de sus máximos representantes —Guillermo de Orange para los neerlandeses, el Duque de Alba para los españoles— han enturbiado décadas de relaciones e influencias que, aún hoy, tienen su reflejo en el día a día de unos y otros.
Lope de Vega, el gran fenómeno en Holanda
Así es: el gran dramaturgo madrileño causaba furor en la escena holandesa durante el Siglo de Oro. En 1617, durante la Guerra de los Ochenta Años o Guerras de Flandes (1568-1648) que enfrentó a las Diecisiete Provincias de los Países Bajos contra su soberano, Felipe II, ya se traducían y adaptaban piezas españolas sin especificar su origen. “En 1655, la mitad de las obras representadas en el Teatro Municipal de Ámsterdam eran de autores de España, y Lope tenía un éxito tremendo. Lo sabemos porque se conservan los libros de cuentas del teatro y puede verse cuántas funciones hubo y su recaudación”, explica Yolanda Rodríguez Pérez, profesora del Departamento de Estudios Europeos de la Universidad de Ámsterdam. “El teatro era la gran diversión de la época, y faltaban textos propios para cubrir la demanda del público. Las traducciones del español se hacían con ayuda de la comunidad judía sefardita aquí asentada, y la acción y trama de las piezas de Lope resultaban irresistibles”. Especialista en la relación entre literatura e ideología, Rodríguez añade que el tirón del dramaturgo español llegó a entorpecer por momentos el éxito de Joost van den Vondel, dramaturgo y poeta neerlandés y la firma más célebre del Siglo de Oro nacional. “Hasta su biógrafo lamentaba que en esos momentos no se podía competir con las comedias españolas”.
Según esta experta, la influencia española en la cultura y literatura neerlandesas está siendo cada vez más objeto de estudio en el mundo académico, “aunque cuesta darle la vuelta a las percepciones nacionales. La visión de la Guerra de los Ochenta Años como una guerra civil no cuadra con el mito fundacional de la nación, y del propio Siglo de Oro, basado en proezas militares y en el comercio, pero también en la cultura propia. Decir que el éxito de las obras teatrales del enemigo era abrumador todavía cuesta asimilarlo”. Cervantes presenta también su (curioso) momento de gloria. El coloquio de los perros, una de sus Novelas ejemplares, que escenifica la conversación entre dos canes, Cipión y Berganza, tiene una continuación neerlandesa en 1658 debida al propio traductor de otras novelas de Cervantes. “Una década después del fin de la contienda, Cipión es convertido en el perro del Duque de Alba, gobernador de los Países Bajos entre 1567 y 1573. El perro viaja a España y, en realidad, hace de espía. Cipión es testigo ocular de las acciones violentas y la novela fomenta la propaganda de la leyenda negra. En este caso, se mezcla el interés por la cultura española y la formación de la propia memoria colectiva holandesa, porque el Duque es el malo”, explica Rodríguez Pérez.
Términos náuticos neerlandeses
En neerlandés, la palabra april (abril) rima con bril (gafas). De aquí deriva un juego de palabras equivalente al Aprils Fool anglosajón (el Día de los Inocentes para ellos) y que se hace a costa del Duque de Alba. En este caso, la frase que acompaña a la inocentada en versión holandesa es la siguiente: “Op 1 april verloor Alva zijn bril” (“El 1 de abril Alba perdió sus gafas”). En español suena absurdo y además no rima, “pero evoca la toma de la ciudad de Brielle [al oeste del país] el 1 de abril de 1572. Se fuerza la rima con la palabra bril, porque Brielle, o Den Briel, que también se llama así, se pronuncia bril”, explica Raymond Fagel, profesor de Historia de la Universidad de Leiden. “Los mendigos del mar saqueaban barcos y penetraban a veces en tierra firme. A Guillermo de Orange le iba muy bien contar con ellos en su pugna contra Felipe II, y ese día aprovecharon que apenas había tropas españolas en Brielle, porque en invierno no se batallaba en el mar y las condiciones climatológicas aún no eran buenas. Tomaron el puerto, y el dicho juega con la broma pesada de que el duque perdiera una plaza estratégica, y la combinación de sonidos Brielle-bril”.
Fagel añade que hay muchos términos náuticos neerlandeses heredados por la lengua española, como babor, que viene de bakboord (bak, trasero y boord,borda). Es el lado izquierdo de una embarcación mirando de popa a proa, según el diccionario de la Real Academia. O bien la palabra dukdalf, que remite, posiblemente, al Duque de Alba. “Es una figura inevitable de nuestra historia compartida de la época, y en este caso, el vocablo evoca un poste plantado en el agua para amarrar un barco con un cabo. Dukdalf suena parecido a Duque de Alba, y la idea era echar una soga al cuello del duque”, sigue el historiador, que recuerda a su vez que Holanda pescaba ballenas en el siglo XVII porque lo aprendió de los balleneros vascos.
La olla que se hizo plato nacional
Cuenta la tradición histórico-gastronómica holandesa que la receta del hutspot, uno de sus platos emblemáticos, se debe a las tropas españolas que sitiaron la ciudad de Leiden en 1574. El guiso original es una especie de olla podrida con zanahorias, cebolla, carne de cordero y pastinaca, y se quedó a medias la noche del 2 al 3 de octubre, cuando los denominados mendigos del mar (watergeuzen, en neerlandés), piratas al servicio de Guillermo de Orange, rompieron los diques e inundaron la localidad. Sin colinas ni zonas altas donde guarecerse, los soldados se retiraron dejando el improvisado rancho en un caldero que todavía se conserva. Lo exhibe, pulido y reluciente, el museo De Lakenhal, en Leiden, que cuenta cómo se encontró. “Según la tradición, Gijsbert Cornelisz Schaeck fue el primero en comprobar que los españoles ya no estaban y se llevó la olla. Con el tiempo, su nombre cayó en el olvido en favor de otra figura más heroica: el niño huérfano Cornelis Joppensz, que encontró la artesa en circunstancias similares”. En cualquier caso, el hutspot, comida obligada en Leiden en la fiesta del 3 de octubre, y guisado ahora con carne de ternera, es una cita culinaria en los hogares, como la paella para los españoles. Los supermercados venden durante meses la cebolla y la zanahoria finamente cortada y las patatas han sustituido a la pastinaca. El secreto de su sabor es la denominada winterwortel (zanahorias de invierno), que son muy grandes y resistentes.
Santos holandeses en El Escorial
Otras influencias son más notables en España. Por ejemplo, en el monasterio de San Lorenzo de El Escorial se guarda la denominada Sagrada Forma de Gorkum (por la ciudad de Gorinchem, al oeste del país). “En Holanda se menciona a los mártires de Gorkum, un grupo de religiosos católicos muertos en 1572 por los mercenarios de Guillermo de Orange, en el momento de la iconoclasia y la pelea entre católicos y protestantes”, explica el historiador Raymond Fagel. Eran 19 varones y se les conminó a apostatar de su fe bajo tortura. Dos cedieron y el resto fueron ejecutados. “Aquí es un episodio histórico más, mientras que en El Escorial se tiene muy presente Gorkum. El monasterio guarda la reliquia de la Forma que, según la tradición, fue profanada por protestantes armados en una iglesia de la localidad durante esas guerras de religión”. Conservada en la sacristía, se cuenta que un soldado la pisoteó y brotó sangre de la huella dejada por los tres clavos de su bota. Recuperada por Felipe II como prueba de un milagro, se expone al culto el último domingo de septiembre, según Patrimonio Nacional. “Por cierto, que las firmes creencias religiosas del rey español son más complejas de lo que pueda parecer. No le gustaba nada El Greco, pero estaba encantado con El jardín de las delicias, del pintor flamenco El Bosco. Un cuadro con muchas lecturas”, dice Raymond Fagel.
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