jueves, 17 de marzo de 2022

Carlos Gustavo Álvarez / Rusofobia

Dostoievski


Carlos Gustavo Álvarez

RUSOFOBIA


Este oficio de escribir –durante tantos años, tantas cosas--, me suele poner en contacto, casi siempre para fortuna mía, con personas que tienen algo que comunicarme. Nada extraño. Dónde consiguen un libro mío, el comentario a una columna, la sugerencia de un tema, te sigo leyendo en Portafolio…

--¿Carlos Gustavo?

--Sí –contesté.

--¿Álvarez?

--Sí –contesté también.

--No me vaya a colgar, por favor.

La voz que abordaba mi celular se reflejaba nerviosa, alterada.

--¿Con quién hablo? –pregunté.

--Eso no importa. Necesito su ayuda.

Quise decirle, entonces, que no doy dinero a causas extrañas, que no compro ni acepto ofertas vía celular, que estoy contento y me basta con mi combo TV, celular, internet, telefonía.

--Tengo miedo –me dijo.

--¿Por qué?

Luego de un silencio desconfiado, cauteloso, la voz me dijo en un tono apenas audible…

--(Estudié en la Unión Soviética…)

--¿En Rusia?

--¡No! En la URSS. CCCP. ¿Me entiende?

--Ay, mi amigo, yo también leía Sputnik y escuchaba Radio Moscú en mi radio Grundig multibandas… Y no tengo miedo…

--¿Cómo? –me dijo aterrado--. No le cuente eso a nadie. ¡Puede ser víctima de la rusofobia!

Algo había escuchado sobre diversas reacciones en el mundo contra Rusia por su ruin ataque a Ucrania. Que al director de orquesta ruso Valery Gergier lo habían despedido de La Scala de Milán. Que un ciclo de películas del director Tarkovsky había sido suspendido. Que a la selección rusa de fútbol la excluyeron del Mundial Catar 2022. Que habían cancelado el Gran Premio de Moscú de la Fórmula 1. Ah, y que una universidad de Italia rescindió un curso sobre Dostoievsky. 

--Entonces, usted no sabe nada –me dijo la azarada voz.

Pasó a contarme que a la ensalada rusa le estaban buscando nombre, que en algunos casinos a la ruleta rusa la denominaban ahora y simplemente “la ruleta esa”, y que en los parques de Disney mucha gente se negaba a subirse a las montañas… rusas.

Mientras el hombre hablaba, un temor imprevisto, inusual se fue apoderando de mí.

--No puede ser –le dije--. Estamos regresando a las épocas de Hoover…

--¿Hoover? ¿La lavadora? ¿También es rusa?

--No, hombre. John Edgar Hoover. El primer director del FBI. Los tiempos del macartismo, las persecuciones, el acoso…

--Dicen que muchas constructoras van a prohibir que a sus obreros les digan “los rusos”. Imagínese.

Para ese momento, lo mío no era miedo, ni pavor. Estaba espeluznado.

--Le voy a contar un secreto –le dije a quien me escuchaba, bajando la voz al mínimo--. Pero eso sí, queda entre los dos. No me vaya a grabar, que yo le he dado mi confianza.

--Cuente a ver…

--(Mis primeras lecturas fueron los libros de Dostoievski, Tolstoi, Chejov y Gógol, que es ruso de origen ucraniano).

--¡No!

--¡Sí! (Y me gusta la música de Chaicovsky, Músorgsky, Rimsky-Kórsakov, Stravinsky…)

--¡Calle! Calle esa boca, por el amor de Dios.

--Iba a ver el Ballet Ruso, bailaba Kalinka, me hubiera gustado tocar la balalaika y sabe qué…

--¿Qué? –inquirió el hombre--. Usted está mal amigo Álvarez…

--“La Plaza Roja muy blanca” –canté--. “Delante de mí, Nathalie…”

--“Tenía un lindo nombre mi guía” –entonó el hombre--. “Nathalie”.

--Por favor –le dije--. No vaya a decir que hablaba en francés muy sobrio sobre la Revolución de Octubre…

--No, no, no –gritaba desesperado mi interlocutor--. Olvídese de esta llamada. Nunca ocurrió.

--Está bien –le dije--. Nunca ocurrió. Pero por lo menos, dígame su nombre.

--Si promete no contárselo a nadie…

--Se lo pro…

--Me llamo Vladimir Ilich Turmequé Rodríguez.

Y colgó.




No hay comentarios:

Publicar un comentario