Dostoievski |
Carlos Gustavo Álvarez
RUSOFOBIA
Este oficio de escribir –durante tantos años, tantas cosas--, me suele poner en contacto, casi siempre para fortuna mía, con personas que tienen algo que comunicarme. Nada extraño. Dónde consiguen un libro mío, el comentario a una columna, la sugerencia de un tema, te sigo leyendo en Portafolio…
--¿Carlos Gustavo?
--Sí –contesté.
--¿Álvarez?
--Sí –contesté también.
--No me vaya a colgar, por favor.
La voz que abordaba mi celular se reflejaba nerviosa, alterada.
--¿Con quién hablo? –pregunté.
--Eso no importa. Necesito su ayuda.
Quise decirle, entonces, que no doy dinero a causas extrañas, que no compro ni acepto ofertas vía celular, que estoy contento y me basta con mi combo TV, celular, internet, telefonía.
--Tengo miedo –me dijo.
--¿Por qué?
Luego de un silencio desconfiado, cauteloso, la voz me dijo en un tono apenas audible…
--(Estudié en la Unión Soviética…)
--¿En Rusia?
--¡No! En la URSS. CCCP. ¿Me entiende?
--Ay, mi amigo, yo también leía Sputnik y escuchaba Radio Moscú en mi radio Grundig multibandas… Y no tengo miedo…
--¿Cómo? –me dijo aterrado--. No le cuente eso a nadie. ¡Puede ser víctima de la rusofobia!
Algo había escuchado sobre diversas reacciones en el mundo contra Rusia por su ruin ataque a Ucrania. Que al director de orquesta ruso Valery Gergier lo habían despedido de La Scala de Milán. Que un ciclo de películas del director Tarkovsky había sido suspendido. Que a la selección rusa de fútbol la excluyeron del Mundial Catar 2022. Que habían cancelado el Gran Premio de Moscú de la Fórmula 1. Ah, y que una universidad de Italia rescindió un curso sobre Dostoievsky.
--Entonces, usted no sabe nada –me dijo la azarada voz.
Pasó a contarme que a la ensalada rusa le estaban buscando nombre, que en algunos casinos a la ruleta rusa la denominaban ahora y simplemente “la ruleta esa”, y que en los parques de Disney mucha gente se negaba a subirse a las montañas… rusas.
Mientras el hombre hablaba, un temor imprevisto, inusual se fue apoderando de mí.
--No puede ser –le dije--. Estamos regresando a las épocas de Hoover…
--¿Hoover? ¿La lavadora? ¿También es rusa?
--No, hombre. John Edgar Hoover. El primer director del FBI. Los tiempos del macartismo, las persecuciones, el acoso…
--Dicen que muchas constructoras van a prohibir que a sus obreros les digan “los rusos”. Imagínese.
Para ese momento, lo mío no era miedo, ni pavor. Estaba espeluznado.
--Le voy a contar un secreto –le dije a quien me escuchaba, bajando la voz al mínimo--. Pero eso sí, queda entre los dos. No me vaya a grabar, que yo le he dado mi confianza.
--Cuente a ver…
--(Mis primeras lecturas fueron los libros de Dostoievski, Tolstoi, Chejov y Gógol, que es ruso de origen ucraniano).
--¡No!
--¡Sí! (Y me gusta la música de Chaicovsky, Músorgsky, Rimsky-Kórsakov, Stravinsky…)
--¡Calle! Calle esa boca, por el amor de Dios.
--Iba a ver el Ballet Ruso, bailaba Kalinka, me hubiera gustado tocar la balalaika y sabe qué…
--¿Qué? –inquirió el hombre--. Usted está mal amigo Álvarez…
--“La Plaza Roja muy blanca” –canté--. “Delante de mí, Nathalie…”
--“Tenía un lindo nombre mi guía” –entonó el hombre--. “Nathalie”.
--Por favor –le dije--. No vaya a decir que hablaba en francés muy sobrio sobre la Revolución de Octubre…
--No, no, no –gritaba desesperado mi interlocutor--. Olvídese de esta llamada. Nunca ocurrió.
--Está bien –le dije--. Nunca ocurrió. Pero por lo menos, dígame su nombre.
--Si promete no contárselo a nadie…
--Se lo pro…
--Me llamo Vladimir Ilich Turmequé Rodríguez.
Y colgó.
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