Liudmila Ulítskaya |
Liudmila Ulítskaya: “Cuando sepa qué es la libertad, le dedicaré toda una novela”
¿Cuál es la relación de Liudmila Ulískaya con el personaje de Daniel Stein? ¿Qué la atrajo de él hasta el punto de dedicarle una novela? ¿Cómo ve, con un poco más de perspectiva, el resultado de esa decisión?
Mi relación con el hermano Daniel fue muy profunda, a pesar de que sólo tuve contacto directo con él una vez, cuando, en 1993, volando a Bielorrusia, hizo escala en Moscú y pasó un día entero en mi casa.
Sabía de su existencia y de su increíble destino por un sacerdote ortodoxo, el padre Alexander, ya difunto. Entre ellos se carteaban (es una lástima que se haya perdido su correspondencia). Lo que tenían en común estos dos religiosos de la iglesia fundada por Jesucristo era que los dos eran judíos.
Esto no tiene nada de sorprendente: los primeros apóstoles eran todos judíos. Pero es algo que siempre se olvida, como el hecho de que Jesús también era judío, que observaba todas las reglas de la vida judía y que decía sin rodeos que Él había llegado al mundo no para violar la ley sino para cumplirla. Esto, estará de acuerdo, es la pregunta del millón: ¿qué ley llegó para cumplir? El hermano Daniel también reflexionaba mucho sobre esta pregunta.
Esta novela ha sido mi hazaña personal. A duras penas logré sobrevivir bajo el peso de estos temas tan arduos. Pero no me arrepiento de ninguno de los momentos por los que pasé en este difícil y largo camino: ¡conocí a Daniel en persona en 1993 y mi libro se publicó en 2006! Cuando nos conocimos estaba atravesando una crisis profunda porque muchas de mis creencias vitales habían comenzado a tambalearse.
Y ahora, después de toda esta historia, digo a todos mis amigos que una crisis es un regalo del destino. Solo a través de la crisis las personas crecen, alcanzan un nuevo nivel, como cuando uno se deshace de la ropa que se le ha quedado pequeña.
La novela provocó reacciones muy opuestas: por una parte, a unos les ayudó a comprender problemas íntimos muy complejos, a otros les irritó y suscitó en ellos una reacción muy violenta. Pero eso está bien: lo importante es que el amor no te haga perder una capacidad divina: ¡pensar! La vida de hoy, en cierto sentido, “sobredirige” a las personas, las empuja a una vida irreflexiva y llena de ocupaciones, a practicar deporte y estar permanentemente en movimiento, lejos, si se quiere, de la vida del corazón y de la mente.
La cultura española tiene un fuerte vínculo con la judía. Si bien se ha producido un vacío que hace que, ahora, la cultura judía, en España, sea bastante invisible. ¿Se imagina cuál puede ser la acogida en España de esta novela, si bien su tema trasciende la cuestión judía?
En todo el mundo cristiano y musulmán hay una relación especial con el tema de los judíos y del judaísmo. Es lógico, pues el judaísmo es la cuna de estas religiones mundiales, y las relaciones entre padres e hijos se vienen estudiando desde Sófocles, pasando por el psicoanálisis de Freud y sus seguidores.
Hay muchas razones y pseudorazones para no querer a los judíos, pero sospecho que el antisemitismo no es en sí mismo un problema judío, sino más bien cristiano (o musulmán, depende de hacia dónde miremos).
No sé cómo recibirá la España de hoy Daniel Stein,intérprete, y en primer lugar por la razón de que la mayoría de lectores, me parece, no son católicos creyentes ni practicantes. En Italia, donde se han traducido casi todos mis libros, me he encontrado precisamente con este fenómeno, sorprendente para mí: la mayoría de público lector, incluso los que se interesan por las cuestiones religiosas, se declaran ateos o agnósticos.
En cualquier caso, están alejados de la doctrina eclesiástica tradicional. Es verdad que el tema de fondo del libro no son tanto las relaciones entre el judaísmo y el cristianismo como el tema de la fe en su conjunto, la libertad de credo, el dogmatismo y la creatividad y, sobre todo, ¿de qué manera un sentimiento de rectitud propio y singular puede armonizar con el concepto de amor legado por el cristianismo? No he pretendido resolver esta cuestión, pues nadie puede hacerlo, pero sí arrojar luz sobre ella para que la gente la vea en su conjunto y con toda su importancia.
Siendo la religión el telón de fondo del libro, ¿le inquieta el creciente peso de la Iglesia Ortodoxa en las polémicas de su país o, por ejemplo, en las últimas leyes aprobadas? ¿Cree que la xenofobia es un problema residual en Rusia o tendría que preocupar más?
Asisto con preocupación a la situación actual en el seno de la Iglesia Ortodoxa rusa. Y en cuanto a los sentimientos xenófobos, también tiene una buena parte de responsabilidad nuestra clase política. Pero esta situación, en la historia del cristianismo, no es tan excepcional.
No es la primera vez que la Iglesia antepone sus propios intereses (tanto financieros como políticos) a los preceptos del amor y del servicio. La Inquisición española es un buen ejemplo de ello.
¿Qué la mueve, y me refiero también a su última novela, La tienda verde, a escoger un tema? ¿Responde a un impulso personal o piensa en lo que el público pueda estar esperando de usted?
Los temas no los elijo yo, son ellos los que me eligen a mí, aunque La tienda verde es la única excepción. Me sentía obligada a escribir un libro sobre los Shestidesyatniki, la “generación de 1960” (ed. grupo progresista de jóvenes soviéticos que se opusieron a las restricciones ideológicas y culturales del Partido Comunista).
En realidad, esta generación estuvo activa hasta finales de la década de 1980 y solo en los noventa comenzó a disolverse. La juventud de hoy, por lo que sé, culpa a la generación de los años sesenta del orden actual de las cosas y el proceso de estalinización que observo a diario demuestra que no se aprende de las lecciones de la época soviética, de su brutal represión.
Cuando escribí Daniel Stein, intérprete, estaba convencida de que poca gente leería esta novela y me alegré de que despertara el interés de los lectores. Para muchos de ellos fue una gran novedad.
Con La tienda verde, es otra historia, pues hablo de lo que todos saben: basta con preguntar a tus padres y abuelos y analizar tu historia familiar para poner en claro toda la historia de un país. No obstante, muchos parecen haberla olvidado por completo. Todavía hoy nos cuentan cómo Stalin organizó la victoria sobre el fascismo, como si no superiéramos que, de no haber sido por él, el mundo no se habría enfrentado a la agresión fascista, porque fue Stalin precisamente quien apoyó a Hitler al principio de su proyecto belicista.
En resumen, esta novela abrió un debate en la sociedad. Aunque por lo general fue bien recibida, exasperó a los partidarios del estalinismo y del imperialismo ruso.
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En La tienda verde también se crea una red de historias, como en Daniel Stein, intérprete, aunque a diferencia de este último, no hay un personaje central tan marcado. ¿Qué ventajas e inconvenientes tiene una u otra decisión, centrarse en una personaje o dar la voz a muchos, creando un coro?
En La tienda verde justamente quería mostrar ese corte transversal de la juventud de principios de la década de 1960, con diferentes destinos y con diferentes talentos, y cómo a todos ellos el poder los mutiló, cuando no los aniquiló. Esa es, en realidad, mi mayor queja hacia el poder soviético: durante décadas puso a prueba a la gente con el terror y, como resultado, privó a los ciudadanos de su dignidad y autoestima.
Ha explicado el significado del título “Imago”, una de las historias de La tienda verde y que será el título para la edición inglesa. Tiene connotaciones biológicas pero también en el campo de la psicología: era el título de la revista dirigida por Freud así como el término que acuñó Carl Jung para describir cómo el sujeto construye su personalidad mediante la identificación con el inconsciente colectivo. ¿Ha evolucionado ese inconsciente colectivo ruso de los 60 hasta hoy?
El inconsciente colectivo se construye a lo largo de una historia milenaria y no creo que setenta años de régimen soviético hayan supuesto un cambio radical. Sin embargo, hay que tener el cuenta la historia: el feudalismo y su régimen de servidumbre se abolieron solo dos años antes de que en Londres se inaugurara la línea de metro, en 1861.
Trescientos años de yugo tártaro y mongol también dejaron sus huellas. La mitad de la nobleza rusa tenía apellidos tártaros. ¿Entiende hasta qué punto el Estado ruso dependía de los conquistadores tártaros? ¿Quién puede trazar la frontera entre el este y el oeste en el alma rusa? ¿Y qué yace en el fondo del inexplorado inconsciente colectivo?
En su acepción biológica, con “Imago” también se ha referido a una nueva sociedad que no acaba de madurar y no quiere asumir responsabilidades. ¿Es usted pesimista en este sentido? ¿Cree que precisamente esta actitud pueda retrasar un saneamiento democrático de Rusia?
No, mi opinión respecto al futuro no la calificaría de pesimista, sino más bien realista. La construcción de la sociedad civil no es una cuestión de meses, es una cuestión de décadas, tal vez de generaciones. Y de la más joven hay muchas cosas que me gustan.
Desde el extranjero es difícil saber si existe actualmente una oposición real, o si al menos algún movimiento de corte civil disfruta de respaldo social. A veces aparecen nombres como Jodorkovski o Pussy Riot, pero poco sabemos de lo que sucede en la estructura interna de la sociedad. Por ejemplo, ¿existe una independencia real del poder judicial?
El movimiento disidente, tal y como se desarrolló en la década de 1960, ya no existe. Los movimientos de protesta actuales me parecen muy diferentes. No creo que lanzar cebos falsos sea una característica exclusiva de la prensa rusa. Los nombres que ha citado no son cebos falsos, sin embargo, sino referentes importantes de la vida pública. Precisamente señalan que no existe un sistema judicial independiente, son los indicadores más paradigmáticos de la presión política en la sociedad.
Siempre han querido encasillarla como una autora feminista, tal vez por poner el foco en personajes femeninos. Usted viaja mucho y ha tenido la ocasión de confrontar su realidad con la de otros países. ¿Cree que ese tipo de etiquetas están, más bien, en la mirada de quien las pone?
Como he dicho antes, las tradiciones orientales, con tanto peso todavía en Rusia, no consideran a la mujer un miembro de pleno derecho de la sociedad. Por eso el Día internacional de la mujer, el 8 de marzo, es una de nuestras fiestas favoritas, porque se afirma, aunque indirectamente, la situación desigual entre hombres y mujeres.
No me siento una escritora “feminista”, dado que nunca me he sentido inferior a los hombres. La impresión de que, en Rusia, existe un aplastante predominio de hombres en todas las esferas obedece a una realidad. Ámbitos como la medicina y la pedagogía, tradicionalmente masculinos durante el siglo XIX, fueron copados por las mujeres en los últimos cien años.
Cierta intelectualidad rusa del siglo pasado se ha distinguido por su fuerte implicación moral. Me imagino que usted debe de tener un juicio muy distinto de lo que sería su equivalente ahora. En la actualidad ¿cree que la ciudadanía reclama una intelectualidad como la del siglo XIX o XX?
Comparto la idea de que la intelligentsia rusa, en el sentido clásico de la palabra, ya no existe como tal, lo mismo que la noción de proletariado. Ambos son conceptos que han quedado obsoletos. Hay intelectuales, funcionarios, una masa de población descontenta con el poder, quizá incluso más numerosa que bajo el régimen soviético.
Los viejos clichés ya no sirven, pero tampoco se ha ofrecido una alternativa. Lo que ahora tenemos es un nubarrón de demagogia hueca en un terreno muy peligroso: el de la renovación nacional y el anhelo de una antigua grandeza.
El espacio cultural se comprime, pero este proceso se puede advertir también en Europa. ¿Cómo nos relacionamos con la globalización? El mundo es cada vez más uniforme. Sí, está el mundo musulmán, pero, en definitiva, también es fiel a sí mismo: la Yihad fluye de un modo lógico del islam y, cada año que pasa, se hace más evidente. ¿Cómo lo veo yo? El único objetivo loable del escritor es mirar el mundo circundante y reflejarlo en la medida de sus posibilidades. Es lo que yo intento.
¿Cree que la literatura aborda de una manera natural el pensamiento científico?
El enfoque científico y el artístico no se excluyen entre sí, se complementan. No es una cuestión de competencias, se trata de integrarlas en la mirada para hacerla más amplia. He llegado a esta conclusión precisamente teniendo formación en ciencias naturales.
¿Le impresionó algún libro o autor en particular cuando era joven?
Las relaciones con los escritores en la infancia se construyen sobre la base de las novelas románticas. Me enamoraba de ellos, compartía una parte de mi vida con este o aquel autor y, luego, me separaba de él o bien permanecía dentro de mí, como parte indivisible. Es lo que me ocurrió con Pasternak, Tolstói, Platónov, Nabokov. De niña adoraba a Kipling, de joven a Pasternak, y ahora no venero a nadie, me limito a vivir con mis libros preferidos.
¿Cuál es su relación con las traducciones de sus obras, siendo una de las autoras más traducidas de las letras rusas?
No participo en el proceso de traducción –no domino las lenguas extranjeras-, pero sí tengo relación con los traductores. Soy muy afortunada en ese sentido. Algunos de mis traductores se han convertido en amigos muy queridos. Sólo tuve un fracaso con un traductor, pero eso fue al principio de mi carrera literaria.
Fuente: opale / eastnews
¿En qué está ocupada actualmente?
Tengo una familia bastante grande, cuando nos juntamos somos diez. Pero sucede muy de vez en cuando, por desgracia. Dedico también mi tiempo a mis amigos y a proyectos de voluntariado que yo misma he emprendido. Últimamente, más que a la creación, me dedico a lo que me apetece. De algún modo, la vida, con su intensidad y ajetreo, impide que uno pueda concentrarse en la creación.
Ha comentado que en lo último que piensa cuando acaba una novela es en volver a escribir. Pero luego “reincide” ¿Se ha preguntado sobre esa pulsión? ¿Existe la necesidad interior de mantener el vínculo con sus lectores?
Cuando escribo una novela siempre lo hago al límite de mis posibilidades. En el momento en que pongo el punto final, me prometo que no volveré a embarcarme en proyectos tan largos. Luego, cuando todavía no me he dado un respiro, me sorprendo de nuevo ante mi escritorio.
¿Qué le parece la literatura europea actual? ¿Está convergiendo con la rusa en algún sentido?
Me parece que esta es la pregunta más difícil, porque, a decir verdad, no leo tanto como para afirmar algo al respecto. Mis lecturas suelen estar relacionadas con los temas de mis novelas, que me obligan a documentarme mucho.
Por otra parte, cualquier literatura es autosuficiente. En un pequeño país como Lituania, por ejemplo, no se publican tantos libros pero cada uno de los autores lituanos es una figura importante en el panorama del país.
En la Rusia del siglo XIX y principios del XX había una literatura muy potente y creó un sentimiento de autosuficiencia. Pero el mundo cambia y acabas por comprender que esta concepción limita a la persona, la hace provinciana. Por eso, mi opinión es un tanto amarga: la literatura rusa se está volviendo provinciana. Es decir, se están perdiendo los criterios mundiales, los descubrimientos en el ámbito de la expresión artística. En mi círculo de amistades apenas hay escritores, ni en Rusia, ni en el extranjero. La vida hizo que, en mi juventud, me relacionara más con científicos y, más tarde, con artistas. Mi marido es escultor y el mundo del arte me parece mucho más atractivo que el de las letras.
¿Qué es para usted la libertad?
Cuando lo sepa, escribiré toda una novela al respecto.
Liudmila Ulítskaia (Davlekanovo, 1943) es una de las autoras más prestigiosas y prolíficas de la literatura rusa contemporánea, traducida a casi veinte idiomas. Es autora de trece obras de ficción, tres cuentos infantiles, seis obras de teatro y guiones. Sus obras traducidas al español son Los alegres funerales de Alik, Sóniechka, Sinceramente suyo, Shúrik, Mentiras de mujer y Daniel Stein, intérprete. Ha recibido numerosos premios, el Nacional de Literatura en Rusia, el Simone de Beauvoir en Francia y el Pak Kyong-ni en Corea del Sur, y ha sido nominada por Daniel Stein, intérprete al Booker ruso de la década. Su último libro publicado en Rusia es el ensayo Reliquias descartadas.
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