“He amado demasiado en este mundo todo lo que viste de carne el alma. ¡Paz a los álamos que extendiendo sus ramas miran temblando las aguas rosadas!”. Serguein Yesein.
Jorge Alejandro Llanos
18 de febrero de 2018
El 24 de febrero de 2017 el fotógrafo chino de 29 años Ren Hang se quitó la vida al lanzarse al vacío desde un vigésimo octavo piso en la ciudad de Beijing, en el corazón de su hogar, en China, ese país en el que creció, vivió y se desarrolló a través de la imagen. Al tomar esa decisión dejaba amigos, parejas, contratos con grandes galerías, libros editados a todo color y una obra que debe ser vista con cuidado, delimitando la visión a los detalles para lograr apreciarla en toda su dimensión.
Ren Hang se quitó la vida como José Asunción Silva, como Mayakovski, como el poeta Yesein. Se quitó la vida y el mundo artístico admiró la decisión, romantizándola a un punto obsceno. Si Hang se mató fue por culpa de su depresión, una enfermedad física y espiritual que afecta todos los sentidos del cuerpo, que ataca sin piedad a un ritmo repetitivo ―pero de naturaleza imperceptible―, manifestándose con todo su potencial hasta el momento final, mediante un violento pero contundente arrebato. Los poetas y los artistas se mataron, y entre tanto los pájaros no pudieron seguir volando, pues les pesaba mucho la tierra.
El 13 de junio de 2017, en una sección de la página web de Ren Hang titulada “My depresión”, el fotógrafo escribía lo siguiente:
“Soy un pájaro, un pájaro sin cabeza, un pájaro sin alas, un pájaro sin pies, un pájaro sin culo, un pájaro sin cola. ¿Quién puede ser como yo en el fútbol, pateado para patear?”.
En las más de mil fotografías agrupadas en su sitio web no hay un orden de clasificación específico, solamente una serie de subtitulos que agrupan por años el material fotográfico de Hang. Su impacto en las galerías occidentales, principalmente europeas, y la frescura de su estilo, determinado por el uso de cámaras no profesionales, rastros de flash y composiciones orgánicas ―a modo de collage―, le valieron la atención de los medios europeos, impactados por la seguridad que emanaban sus imágenes y el marcado estilo del fotógrafo.
No obstante, hay que resaltar que, más allá de artista y de fotógrafo, Ren Hang era poeta. Era poeta porque su poesía era por partida doble: escrita y visual. Si bien el reconocimiento internacional llegó de la mano de las imágenes, y de artistas establecidos que lo dieron a conocer en Occidente, como el caso de Ai Weiwei, el espíritu que atravesaba todo ese trabajo era el de la poesía. Y ese mismo espíritu, esa aplastante sensibilidad hacia lo otro, hacia la alteridad y lo propio, se manifestó agresivamente a través de la depresión, llevándolo finalmente a quitarse la vida.
No es un acto “artístico”, ni un instante de inmortalidad, es el síntoma de un problema mayor ―sumamente respetable―, pero que invita a realizar otras lecturas. Es complejo pensar cómo alguien tan joven y tan talentoso se quitó la vida en el clímax de su carrera. Lo más probable es que aquella decisión surgiera a causa de su enfermedad; la depresión. Sufría ―como muchos otros―, de un mal que aqueja a una gran parte de nuestra población, que crece como las raíces de una mala hierba hasta expandirse por el cuerpo e incapacitar los sentidos. Pero aún nadie parece notarlo ni prestarle atención, manifestándose a través de las imágenes con las que se rebasan las redes sociales, y de los miles de contenidos que se suben a internet cada día.
Es precisamente en ese tipo de plataformas donde mejor se comprende a Ren Hang, porque él es un artista de su tiempo, una ventana abierta hacia lo que estamos viviendo hoy, a nuestros gustos estéticos, nuestras obsesiones, nuestras rebeldías convulsivas empujadas por un sistema económico cada vez más violento e inminentemente globalizado. Basta con adentrarse en las profundidades de redes sociales como Twitter o Tumblr para entender lo que estamos hablando. ¡Hay miles de personas gritando, gritando a través de imágenes, de memes, de textos, de chistes! La depresión está aquí, está viva y se sigue esparciendo y manifestando de diversas formas. Si no aceptamos eso, y dejamos de romantizarlo, no va llegar el día en que podamos tomar en serio una muerte como esta, aprendiendo de los errores del mundo, de este mundo que nos tocó vivir.
La relación de Hang con estas manifestaciones es más que evidente. A escondidas, en edificios abandonados, casas de amigos o sitios públicos desolados, al igual que las fotografías de los usuarios de internet, escondidas en los rincones profundos de la red, surgieron las imágenes de Ren Hang. Es difícil creer que en tan poco tiempo de producción artística Hang ya contara con varias exposiciones en solitario. Al mismo tiempo, Taschen, la prestigiosa editorial alemana, sacó en el 2017 una monografía completa de su obra donde se encuentran las imágenes más atrevidas, aquellas que no encontraron cabida dentro de muchas de sus exposiciones.
Dejando a un lado la mirada exotizante por parte del público europeo, la honestidad de su técnica, que puede confundirse con ligereza, dio vida a sus composiciones, muchas de ellas creadas con plena conciencia, dejándonos sin referentes además de las subculturas que surgen dentro de las profundidades de internet, donde usuarios anónimos crean fotografías y componen imágenes con sus propias reglas estéticas, alejados de tradiciones visuales o referentes fotográficos destacados.
A pesar de todo ello Ren Hang vivió como pudo, luchó y ejerció su derecho divino a quitarse la vida. No nació en la metrópolis, era hijo de la provincia. Llegó a Beijing a estudiar, encontrándose en una realidad sobrepoblada, donde los estudiantes comparten habitación, baño, cocina, la vida misma. El sentido de privacidad que tanto defendemos en Occidente se opone con furia a la concepción del espacio que se genera en los chinos, en Ren Hang.
En esos espacios minúsculos que conforman grandes estructuras, donde se albergan miles de vidas, Ren Hang dio con el punto central de su obra; la desnudez. Allí encontró, quizá, al cuerpo como nunca lo había visto. El cuerpo y su sexualidad, el cuerpo y su anatomía, el cuerpo como superficie, expansión orgánica compartida por la especie, que se niega y se convierte en tabú tras cientos de años de culturización y domesticación colectiva. No una desnudez sexualmente explícita, alimentada por el ojo de la pornografía o el voyerismo desbordado, sino la desnudez como lenguaje, uno agotado hasta la saciedad y pulverizado por el establecimiento político, social y cultural.
No encontramos en sus fotografías de mujeres desnudas el mismo ojo que retrató con ahínco las musas del neoclasicismo europeo, ni la necesidad del fogonazo que necesitan la imágenes pornográficas para despertar estímulos inmediatos, sino un lenguaje que traspasa estas barreras conceptuales para incentivar otras reflexiones, abrir campo a otros pensamientos. Porque ver es una forma de dibujar, y dibujar es abrir campo desde la nada para encontrarse de lleno con un esquema ―más o menos practico, más o menos tangible―, de lo que se observa desde los sentidos y lo que se imagina dentro de la mente.
Así como en el poema, la fotografía de Hang permite a su interlocutor ir abriéndose paso a través del lenguaje ―sea este escrito o visual―, para armar dentro de su cabeza lo que está observando, aunque no existan referentes dentro del mundo real. Si bien vemos las letras que pertenecen al lenguaje, como vemos las figuras de los cuerpos que pertenecen a lo natural, no atravesamos su comprensión a partir de la mera visión ―recluida y excluyente―, sino que inferimos nuevas cosas. Los estímulos visuales desencadenan efectos contrarios, muchas veces opuestos, que ayudan a conformar una lectura de lo que estamos experimentando.
Esa lectura está cargada, en este caso, de muchos significados. Uno puede escarbar, capa por capa, a través de esas imágenes y concluir diversas emociones, abstraer distintos dolores y admiraciones. O peor aún, llegar a presentir en las mismas, como en tiempos pasados, no la copia de algo que ha sido visto por el ojo de Ren Hang, sino el cuerpo mismo en estado latente. Se puede pensar que esas presencias, esos poderes ocultos a simple vista, laten dentro de las imágenes de Hang. Una mezcla de sensibilidades que no permiten apartar la mirada del fragmento de realidad fotografiado hasta descubrirlo en todos sus vértices, en cada detalle.
No hablamos de una fotografía desacralizada como las que nos inundan a diario en redes sociales, de comidas, amistades, animales, etc., sino una fotografía que vuelve a posicionar el carácter sacro dentro de la imagen, incitando a la reverencia, al estímulo y al desorden de emociones. La imagen está ahí, en miles de copias, pero para el espectador sigue siendo esa que estamos viendo, la sagrada, la inmaculada, la que guarda con fuerza algo que no logramos entender bien pero que nos atrapa a niveles espirituales.
Puede que otro espectador no esté de acuerdo con esta afirmación, pero habría que considerar que una fotografía como la de Ren Hang no pasa desapercibida, y entre más se hunda uno en su carácter, más se está cerca de su verdad y de su espiritualidad, esa que habla sin necesidad de lenguaje, que abarca cuestiones que escapan a las configuraciones del mundo, que no pueden ser retratadas o escritas y surgen de forma plácida, fundidas dentro de la experiencia estética.
A través de la técnica fotográfica, que inserta dentro de su formato el lenguaje de la desnudez, encontramos en Hang lo anterior, pero también más. Esto se puede notar dentro de sus fotografías cuando entendemos que una serie de imágenes de desnudos en grupo, o un cuerpo sólo dentro de una habitación, una escena con la naturaleza o una confrontación entre el cuerpo y el desarrollo de la ciudad, se extienden más allá de la simple ubicación geográfica o posicionamiento cultural, para penetrar en nosotros a partir del dominio que ella, la fotografía, ejerce sobre esas representaciones.
Se puede abarcar el carácter espiritual de la fotografía de Hang desde dos posiciones; una en donde consumimos la imagen a partir de experiencias que no nos son propias, integrándolas con las personales, y dos, a través de un consumismo chatarra, donde abarcamos la imagen desde la saturación visual en la que estamos inmersos, tomándola al primer estímulo y desechándola de inmediato, tal como hacemos con las cientos de imágenes a las que nos exponemos a diario, tanto en la calle como en la televisión y las redes sociales.
Si el espectador logra acaparar la experiencia estética desde la primera posición, se dará cuenta que ese carácter espiritual se manifiesta en múltiples representaciones del mundo que se retienen, acumulan y desbordan en el organismo del observador, que se mete de lleno en la fotografía de Hang y resalta su eficacia al comprender, que allí en ese papel impreso con una serie de imágenes percibidas por la luz y generadas gracias a una serie de composiciones químicas, hay algo que se une a él y lo incita a sentir.
Ren Hang conquistó al mundo para después partir, como ciertos amantes y poetas, como muchas otras personas que no buscaban el éxito, ni siquiera el reconocimiento artístico, sino simplemente una manera, una fórmula, un camino que les diera fuerza para seguir viviendo y atravesar con gracia el “valle de la muerte”, porque donde muchos imploran ―en palabras bíblicas―, “no temeré mal alguno, porque tú estarás conmigo; tu vara y tu cayado me infundirán aliento”, otros van sin pastor, sin vara y sin aliento, presos de sus propias sensibilidades y esclavos de sus propios sentimientos.
La China que retrata Hang no es la que busca la reivindicación social ni la lucha política. Al contrario, corresponde a la individualidad perdida que se diluye dentro de un sistema político que apresa los intereses individuales para dar libertad a lo comunitario, sin entender que desde lo propio se construye lo nuestro, que la especie humana es más compleja de lo que una fórmula política puede encerrar y que estos cuerpos que allí se representan anhelan una libertad que lucha desde lo clandestino por dar un grito frente a los demás.
Lo anterior no sucede porque Hang buscara convertirse en una especie de rebelde con causa, sino porque desbordaba una sinceridad que no puede apresarse, que de una u otra forma encontraría la manera de salir hacia los demás. Sus fotografías se asemejan a las canciones del grupo chino Zhaoze ―donde se encuentran melodías antiguas de la China imperial con líneas de bajo, batería, guitarra eléctrica y Guqin, instrumento milenario, todo dentro de una atmósfera que ellos denominan post-rock, llena de ruido, ciudades vacías y grandes cráteres dentro del hombre contemporáneo―. Las imágenes de Hang nos insertan en la ciudad, nos lamentan sus propios delitos impuestos por otros y nos comunican un sentimiento contemporáneo de pérdida, lamento y realidad.
Aquel fotógrafo chino que se reunía con admiradores para retratarlos desnudos, que tomaba fotografías de amigos sin pena ni morbo, que supo retratar a su madre y explorar con ella una faceta prohibida socialmente, que escribía poemas y los lanzaba al mundo como quien lanza granos de maíz a las palomas, que usaba las redes sociales para compartir su trabajo y no temía mostrarse tal y como era frente a una sociedad que lo rechazaba, que lo encarceló en múltiples oportunidades y le negó el derecho de exponer su trabajo en la tierra misma que lo vio nacer, es la imagen flasheada del individuo perteneciente a un imperio déspota, poderoso y muchas veces inmisericorde frente a la disidencia.
Aquel muchacho flaco, alto y con ojos turbios que incitaban calma no podrá ser borrado del tablero como las fotografías sosas o los artistas efímeros, porque quien descubre sus imágenes abre una brecha, se tropieza y respira, busca entenderse con lo que allí ve representado y no sale ileso de aquel combate. No sabremos nunca qué pensamientos atravesaban la mente de Ren Hang al momento de su muerte, 28 pisos cayendo es un tiempo prudencial para pensar muchas cosas antes de morir aplastado, pero nunca lo sabremos, como no sabremos lo que pensaba Silva, Mayakovski o Yesenin al momento de darse muerte.
Nos queda como consuelo sumergirnos en este mundo aparte, empapado de carne, resuelto en las formas de cuerpos de hombres y mujeres, sin tapujos y sin límites, sombras atrapadas entre redes enormes de electricidad, colgadas de edificios como ramas de un viejo árbol, animales relacionados con humanos, miradas directas, personajes anónimos que viven al otro lado del mundo pero que inmortalizaron bajo el lente de Hang una experiencia, una sonrisa, una mirada, sólo para que nosotros también nos encontremos en ella, para que sintamos.
Caminas en mi boca – Ren Hang (23.10.2013)
“Te ayudo a quitarte los zapatos
Quitarte las medias
Lamo tus dedos
Los mantengo en mi boca
Como si estuvieras caminando en mi boca
Y pudieras ir directo hacia mi corazón”.
LA LIBÉLULA AZUL
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