Louise Glück: ascender a lo hondo
Por los poemas de la nueva premio Nobel de Literatura es difícil pasearse sin más, con la mirada del turista. Sus palabras no deslumbran, alumbran
Abraham Gragera
9 de octubre de 2020
“Los seres humanos han de aprender a soportar / la oscuridad y el silencio”. Estos, cito de memoria, fueron los primeros versos de Louise Glück que leí y que traduje, hace ya más de una década. Versos austeros, sentenciosos, que, vistos así, fuera de contexto, podrían dar una falsa impresión de solemnidad, pero que cuando se leen en el lugar que ocupan dentro del poema, después de que uno se haya despojado, junto con la autora, de cualquier trampa, de cualquier autoindulgencia, y haya sentido en carne viva, junto con la autora, la desnudez y la grandeza de nuestra insignificancia, se nos graban a fuego como una verdadera revelación, dolorosa y sombría.
Porque el pacto que hace Glück con el lector es exigente. Por sus poemas es difícil pasearse sin más, con la mirada del turista, o quedar fascinado, aquí y allá, con los trucos que los pobrecitos poetas, como escribió José Watanabe, despliegan para engatusar al lector; no se ve uno arrastrado por ningún derroche de emotividad ni de activismo, por ningún sentimentalismo, por ninguna, en apariencia, brillantez. Sus palabras no deslumbran, alumbran. Su lenguaje es óseo, medular, nace de una renuncia radical y cultiva una transparencia y sencillez que atrapan enseguida al lector y dan muchos quebraderos de cabeza al traductor, pues nada hay más difícil de traducir que esa poesía que parece, a primera vista, sencilla, pero cuya sencillez no es un punto de partida, una decisión a priori, sino de llegada, un logro del estilo.
Louise Glück lo obliga a uno a recorrer el camino que ella ha recorrido y recrea en el poema como si lo estuviera recorriendo por primera vez. Lo empuja a uno más adentro, lo obliga a enfrentarse con la ambivalencia y la violencia de los vínculos, con la herencia familiar y religiosa, con el amor como una puerta falsa a lo sagrado, con la belleza terrible de la naturaleza, con la nada hecha carne de los contemplativos, con el milagro vulgar de envejecer; con los mitos que dieron origen a nuestra cultura y que parecen conservar intacto su poder, al menos en las manos de esta poeta, para hablarnos de nuestras vidas, para encarnarlas. Y todo ello con un distanciamiento irónico y un desapego que devienen, paradójicamente, en una extraña forma de piedad.
Su poesía es autobiográfica. Y su musa es la memoria. Una memoria capaz de remontarse hasta la primera infancia, hasta el momento mismo de nacer al tiempo. Es en su propia vida donde busca, donde se enfrenta a los conflictos humanos fundamentales. Su escritura mezcla a la perfección lo narrativo y lo dramático, una aleación enriquecida por una veta reflexiva y ensayística que no es nunca meramente académica, ni está ahí para mayor gloria de la autora, sino para darles a sus textos, y a sus libros, una transparencia prismática, mineral. Leer un libro suyo no es enfrentarse a una simple colección de poemas, sino a un artefacto orgánico, a un paisaje que se debe recorrer exhaustivamente, sin saltarse ninguna etapa, ningún paso. Si se hace así, si uno se atreve a llegar hasta el final, hasta lo más profundo de la experiencia poética, sale, si no redimido, sí, cuando menos, transformado.
A veces, leyéndola, uno tiene la sensación de estar ante un Shakespeare cautivado por la tradición confesional de la poesía norteamericana, por su lenguaje llano y directo, por su objetividad cotidiana, por su individualismo. Varias son las fuentes religiosas y culturales con las que Glück, al igual que Shakespeare, realiza su alquimia: la hebrea (es hija de inmigrantes judíos y su agnosticismo metafísico le debe mucho a esta religión), la cristiana y la grecolatina, entre otras. Y varios los poetas y las poetas del pasado siglo y del anterior que pueden rastrearse en su obra, desde Emily Dickinson y John Keats a William Carlos Williams. Pero su universo es genuinamente suyo, inconfundible.
En sus libros de poemas, Louise Glück ha creado un mundo propio donde caben todas nuestras vidas. Ha ascendido como nadie, parafraseando a José Ángel Valente, hacia lo hondo. Y lo ha hecho sin ínfulas, sin levantar la voz, comprometida hasta el tuétano con la realidad, eso de lo que cada vez andamos más carentes.
Abraham Gragera es traductor de Louise Glück y poeta. Su último poemario es ‘O Futuro’ (Pre-Textos, 2017).
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