Gene Wolfe
SOLDADO DE LA NIEBLA
Cavilius
27 de julio de 2010
«Vamos a las ruinas del muro. Mis hombres y yo queremos contemplarlo a la luz del día o eso pensábamos hacer antes de que emergieras de las aguas. Ahora quiero enseñártelo y contarte lo que sucedió en él. Lo olvidarás pero he empezado a pensar que ello se debe a que eres el oído de los dioses: son ellos los que escuchan y no tú y son ellos quienes se apropian de los recuerdos que has ido oyendo. Esto es algo que los dioses deberían saber.»
Fascinante novela, no se puede decir otra cosa. Con esta obra su autor, Gene Wolfe, neoyorkino nacido en 1931, ganó el premio Locus de Fantasía en el año 1987, e inició lo que hasta la fecha se ha convertido en una trilogía, la trilogía de Latro, una saga de difícil catalogación para los que gustan de etiquetar la literatura pero que sin ningún género de duda contribuye a definir a Wolfe como uno de los autores estadounidenses más destacados e imaginativos de las últimas décadas.
Ganar el premio Locus de Fantasía tiene un tremendo mérito pero a poco que uno eche un vistazo al currículum de Gene Wolfe se dará cuenta de que los galardones son una constante en él. Pocos pueden presumir de haber conseguido cinco veces el citado y prestigioso premio Locus (otorgado por la revista Locus Magazine a novelas del género fantástico y de ciencia ficción, y que han ganado escritores como J.R.R. Tolkien, Isaac Asimov, Arthur C. Clarke, Dan Simmons, Marion Zimmer Bradley, George R. R. Martin, Ursula K. Le Guin, Terry Pratchett o Stephen King), además del premio Nebula dos veces (concedido por la Asociación de Escritores de Ciencia Ficción y Fantasía de Estados Unidos -SFWA-), otras dos el premio Gigamesh (concedido por la desaparecida revista española Gigamesh), dos más el World Fantasy Award, y más premios, nominaciones y menciones que no cito. Cabría la posibilidad de que todo este reconocimiento a nivel internacional fuera casual y que bajo la colección de premios y galardones no hubiera un gran escritor, pero es una posibilidad tan remota que el solo hecho de plantearla entraría en el terreno de sus novelas, es decir: la ciencia ficción y la fantasía.
Soldado de la niebla es una novela original, muy original. Cuenta con numerosas bazas a su favor y ni siquiera el (a mi juicio) ligero desaprovechamiento de alguna de ellas antes incluso de empezar a leer la primera página, merman su interés. Para empezar, Wolfe se apunta al recurso, sugestivo si se maneja con habilidad, del «manuscrito reencontrado» (recurso que tan bien analiza Carlos García Gual en su artículo El manuscrito reencontrado, incluido en la obra Cinco miradas sobre la novela histórica). Y Wolfe lo maneja con mucha habilidad. La novela no es más que la transcripción, dice el autor, de un manuscrito escrito por alguien que vivió hace unos 2500 años en Grecia. En dicho manuscrito no aparecen mencionados nombres habituales de lugares sino que se habla de la ciudad de Pensamiento, de los Cordeleros, la Colina de la Torre, la Tierra de las Vacas, las Puertas Calientes, el País Silencioso… Se citan batallas pero tampoco son reconocibles fácilmente. Incluso se nombran dioses que también cuesta identificar. La novela se presenta así ante el lector como un juego ya que, a diferencia de las obras de Tolkien, donde los escenarios son imaginarios, en este caso el «truco» del manuscrito reencontrado nos sugiere que, como lectores, nos esforcemos en identificar los lugares mencionados con los del mundo real. Y aquí viene lo del desaprovechamiento, ya que la inclusión de un mapa al inicio de la novela facilita (mejor dicho: diluye) el juego hasta el punto de que deja incluso de ser un juego. Por otro lado queda el pequeño y efímero juego paralelo de localizar temporalmente los hechos que el manuscrito relata (y es efímero porque una vez ubicado un suceso en el tiempo, todos los demás quedan encajados automáticamente); pero también este pequeño pasatiempo queda despilfarrado con la sola lectura de la contraportada, las solapas interiores del libro o incluso la frase aclaratoria previa a la novela.
El autor y protagonista en primera persona del manuscrito que Wolfe transcribe es un tal Latro, personaje singular que lleva todo el peso de la historia. Nadie sabe quién es Latro ni de dónde ha salido, ni siquiera él mismo. Tiene una herida en la cabeza que le impide recordar nada que esté más allá de lo vivido en el día actual. Por ello Latro escribe cada noche en su manuscrito lo que ha sucedido durante el día, las personas que ha conocido y las cosas que ha visto, quiénes son sus amigos y de quién debe desconfiar; porque sabe que a la mañana siguiente sus recuerdos, antiguos y nuevos, habrán desaparecido otra vez. Y por eso cada día debe leer tanto como pueda de lo que lleva escrito hasta el momento, es más: no debe olvidar que existe un manuscrito, su manuscrito, del que depende su existencia, un manuscrito en el que debe escribir y que debe leer. Pero Latro lo olvida todo sin remedio y necesita que continuamente le recuerden que ha de leer, que ha de escribir. Latro nace cada día, y cada día ha de tener presente una cosa: «Mi nombre es Latro. No debo olvidarlo».
Si se piensa bien, el problema de Latro es francamente angustioso. Latro es un hombre sin pasado y por tanto su presente y su futuro son inciertos. No saber nunca dónde nos encontramos ni quiénes son las personas que nos rodean debe de ser de lo más inquietante. Esa angustia no se refleja en el tono de la novela, cuyo relato discurre en un tono más bien distendido; sin embargo, Wolfe sí que intenta trasladar algo de esa desazón, en la medida en que eso es posible, al lector. Al inicio de muchos capítulos no sabemos dónde estamos, ni qué ha sucedido, ni cuánto tiempo ha pasado desde los últimos hechos leídos. Y no lo sabemos por la sencilla razón de que no estamos leyendo una novela sobre la vida de Latro sino que estamos leyendo el propio manuscrito que Latro escribe cada día. Tenemos la ventaja sobre el protagonista de que nosotros sí sabemos quién es quién y además recordamos (pues acabamos de leerlo) los episodios de la vida de Latro, los que él mismo ha escrito en su manuscrito; pero desconocemos los hechos que no han sido transcritos, como los desconoce Latro pese a haberlos vivido. Lo único que el protagonista tiene claro es que quiere averiguar quién es, dónde está su hogar, quiénes eran sus amigos, cuál es su patria. Y esa búsqueda es la que Latro relata en su manuscrito, una búsqueda que le lleva a recorrer numerosos lugares y a conocer (y olvidar cada día) a variopintos personajes. Podría pensarse quizá que la novela corre el riesgo de caer en una cierta estructura repetitiva en cada capítulo (al estilo de muchas series televisivas de los años ochenta, a decir verdad): unos valores que se mantienen siempre constantes (Latro no puede recordar nunca nada; quiere averiguar quién es realmente y esa búsqueda le lleva a viajar continuamente; anota lo que le sucede en un manuscrito antes de que se le olvide; hay algunos personajes que siempre le acompañan) y otros valores que varían en cada «episodio» (situaciones diferentes en cada lugar donde está y personajes con problemáticas particulares). Sin embargo, Wolfe evita ese encasillamiento y la novela se percibe más como un todo continuo y unitario que como una sucesión de episodios. La historia y el contexto histórico contribuyen notablemente a que la sensación del lector sea esa. De hecho, en el «patrón episódico», por llamarlo así, lo habitual es que los episodios queden rematados al finalizar cada uno, de modo que el siguiente se inicie, digamos, sobre una tabula rasa; en la novela, en cambio, los episodios nunca son «rematados» sino que suelen quedar abiertos y sus consecuencias y personajes se arrastran en los siguientes capítulos. Y cabe decir que éstos, los personajes secundarios, son de lo más variopinto y están estupendamente definidos y caracterizados. El elenco que acompaña a Latro es otro de los valores añadidos de la novela: personajes llenos de matices y con vida propia. Algunos de ellos son claramente ficticios, otros son históricos, pero todos ellos tienen un papel que desempeñar, no se perciben como personajes «de relleno» (algo habitual por desgracia en muchas novelas de contexto histórico) sino que cumplen un cometido en la historia de Latro, cometido que, en el caso de los personajes históricos, a menudo no tiene nada que ver con la imagen que la Historia les ha adjudicado (curiosísimo el rol que desempeña el poeta Píndaro, por ejemplo).
La novela cuenta con más elementos argumentales destacables: la desventaja del protagonista, su falta de memoria, se suple con una capacidad que sólo él posee y que, presumiblemente, también ha sido provocada por el golpe en su cabeza: Latro puede ver a los dioses y hablar con ellos. O bien se trata de que los dioses optan por mostrarse sólo a Latro. Ello le permite conocer cosas que nadie más conoce, lo cual no deja de ser una paradoja pues lo habitual es que sean los demás los que conocen cosas que él ignora (porque las ha olvidado).
A destacar también el hecho de que, sólo con lo dicho hasta ahora, estaríamos hablando ya de una novela muy singular. Pero Gene Wolfe aún añade más condimentos a su obra. El año 2000 el cineasta Christopher Nolan dirigió la película Memento, protagonizada por Guy Pearce (actor en alza después de su interpretación en L.A. Confidential 3 años antes) y Carrie-Ann Moss (de quien cabe decir lo mismo por su participación en Matrix en 1999). En Memento el protagonista padece un mal muy parecido al Latro de Gene Wolfe: es incapaz de retener nada en la memoria más allá de los últimos minutos, y por ello ha de hacer continuamente fotografías, anotaciones, incluso tatuarse mensajes en el cuerpo, para poder reconstruir con todo ello su pasado y su presente. La película tuvo gran éxito y recibió varios premios. Pues bien: Gene Wolfe podría haber situado su planteamiento, riquísimo de por sí y que Nolan casi parece plagiar (¿habría leído a Wolfe Jonathan Nolan, hermano del director y autor del relato Memento mori en el que está basada la película), en la época actual (como hace Nolan), pero Wolfe lo coloca 2500 años atrás, ubicándolo en un tiempo y en un lugar desconocidos para el lector (en la medida en que ese lector conozca menos la Grecia Antigua que la actualidad). ¿Es un nuevo intento de trasladar al lector la incertidumbre y la inseguridad que siente el protagonista (porque está claro que su problema de memoria le incapacita para conocer su propio mundo)? Quién sabe.
Nótense por tanto las posibilidades que ofrece el planteamiento de la novela, posibilidades que Gene Wolfe aprovecha en la medida que le interesan. Así, la novela podría haber tenido más intensidad en cuanto a la angustia y desazón del protagonista, o podría profundizar más en el aspecto psicológico de Latro. Posee además los elementos necesarios para haber tenido un tono solemne, épico incluso. Sin embargo Wolfe no busca nada de eso y opta por otro estilo más distendido, más asequible, con menos implicaciones emocionales de las que la historia le brinda. Hay un cierto tono de humor en los diálogos, una chispa que otorgan a la lectura un dinamismo fresco y agradable. Con todo, se trata de una novela difícil en la que cuesta entrar. El lector debe habituarse a muchas cosas (extraños nombres de lugares, escenarios cambiantes sin previo aviso, personajes que entran en escena o salen de ella…), por la simple razón de que de ese modo puede seguir el hilo de lo que el autor (o lo que es lo mismo: Latro) le está contando. Pero es un esfuerzo mínimo que rápidamente se ve recompensado.
Soldado de la niebla fue publicada en 1986. Para entonces Gene Wolfe ya tenía una carrera consolidada como escritor del género fantástico, con un estilo propio y personal perfectamente definido. Quizá el éxito cosechado, o tal vez lo tuviera en mente desde el principio (ciertamente el final de Soldado de la niebla invita a pensar en ello), le llevó a publicar dos años después de la obtención del premio Locus una continuación de la búsqueda de Latro, Soldado de areté. Pasados veinte años de las primeras andanzas de Latro, en 2006, un septuagenario Gene Wolfe volvió a retomar la saga con Soldado de Sidón, novela galardonada con el World Fantasy Award. Sólo cabe decir que pocas veces lee uno novelas tan desbordantes de imaginación y tan cautivadoras como esta primera aventura de Latro, el soldado que permanece en una niebla que le impide conocer su pasado, su identidad y sus raíces. El crédito generado por su lectura es suficiente para acometer sin dudar la de la saga entera. Quien tenga la suerte de disponer de alguno de los dos primeros libros de la trilogía (están descatalogados desde hace años,y encontrarlos por cualquier medio supone emular a Latro y realizar una auténtica búsqueda en la niebla que en absoluto estaría exenta de virtud) debería decidirse, si no lo ha hecho ya, a leerlos. En cualquier caso el tercero, Soldado de Sidón, es de reciente publicación y por ello más fácil de conseguir en las librerías. Y a poco que esté mínimamente a la altura de su hermano mayor, valdrá la pena.
No hay comentarios:
Publicar un comentario