Marcel Schwob |
Marcel Schwob
Vidas imaginarias
Idioma original: francés
Título original: Vies imaginaires
Año de publicación: 1896
Traducción: Olga Novo Presa
Valoración: muy recomendable
Título original: Vies imaginaires
Año de publicación: 1896
Traducción: Olga Novo Presa
Valoración: muy recomendable
Juan G.B.
6 de enero de 2017
Dice un refrán español (un poco servil pero certero) que "algo tendrá el agua cuando la bendicen"; es decir, que cuando todo el mundo exalta la bondad de algo, por fuerza tiene que ser bueno. Ya, vale, no entremos en honduras... el caso es que todo lo que yo había hasta ahora sobre Marcel Schwob eran elogios. Empezando, como parece inevitable recordar, por la admiración que Borges sentía por su obra y puede que hasta por su figura -de hecho, Mayer André Marcel Schwob bien podría haber sido un personaje borgiano, por sí mismo-; también se dice que influyó en Gide, Faulkner y hasta Bolaño, además de ser amigo epistolar de R. L. Stevenson (parece que viajó hasta Samoa sólo para ver su tumba... y una vez allí, se dio media vuelta de inmediato) y haber conocido en su infancia a Jules Verne, que era amigo de su padre, un editor judío afincado en Nantes. Ahí es nada...
La característica principal de estas Vidas imaginarias es que no son imaginarias... al menos en un principio. Lo que hace Schwob es una serie de semblanzas de distintos personajes históricos más o menos conocidos: en algunos casos son ya célebres, como el filósofo Empédocles (paisano de Camilleri), el poeta Lucrecio o el pintor Uccello; en otros, son personajes secundarios o incluso marginales, que podemos encontrar en las biografías de otros más ilustres, como Loyseleur, el indigno juez que condenó a Juana de Arco o Gabriel Spenser, actor isabelino muerto a manos de Ben Johnson. El único personaje del que podemos tener la -casi- certeza de que no existió de verdad es Sufrah, el geomántico del cuento de Aladino. Las diferentes Vidas, además de estar dispuestas en orden cronológico, se van enlazando de forma a veces evidente y otras no tanto, dando como resultado una suerte de escalera que va descendiendo desde Empédocles, supuesto dios al escalón más bajo: Señores Burke y Hare, asesinos. Entre medias, un ramillete de joyas pirómanos reales o figurados -como el rencoroso poeta Angiolieri, autor de los inmortales versos: "Si yo fuera el fuego/ incendiaría el mundo"- prostitutas, herejes -el Fray Dolcino del que se habla en El nombre de la rosa-, ladrones, piratas varios, como el famoso capitán Kid... También otros personajes menos siniestros, como la célebre princesa Pocahontas, aunque éstos son los menos... de hecho, no es de extrañar que este libro fuera el modelo para la Historia universal de la infamia.
Lo que hace Schwob aquí es, con maestría y delicadeza ejemplares, conjeturar todo aquello que no conocemos de la vida de estos personajes, a partir de los datos que sí se conocen: el enamoramiento de la esclava hechicera Séptima, la pasión incestuosa de Clodia, la nostalgia por su niñez perdida de Katherine la Encajera, ramera... Incluso les regala un final alternativo al conocido por todos, como al satírico novelista Petronio. Les dota, a la mayoría de ellos -incluso a los más infames-, de las tres dimensiones necesarias para dejar de ser simplemente unos nombres y unas líneas olvidados en algún libro, Los convierte, por arte de la palabra, en nuestros semejantes, incluso en nosotros mismos, en algún momento de nuestras vidas. Y de ahí el mérito y la fascinación que produce la obra de Schwob.
¿Mis Vidas favoritas? Pues además de las ya mencionadas, quizás la del mayor Stede Bonnet, pirata por temperamento (y sin demasiada suerte como tal) o la del poeta trágico y maldito Ciryl Tourneur, "hijo de un dios desconocido y una prostituta". En realidad, todas son pequeñas maravillas, gemas narrativas que merece la pena conocer y atesorar, a la espera (vana, me temo) de que quizás algún día, alguien con el talento y la bonhomía de Marcel Schwob se digne a inmortalizarnos a nosotros o a nuestros fantasmas, de una forma tan sublime como ésta.
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