Cees Nooteboom |
Cees Nooteboom: "El mundo está lleno de maravillas"
El escritor holandés habla en esta entrevista de sus dos últimas obras y de los temas que lo obsesionan. Además, un adelanto exclusivo de Cartas a Poseidón, el libro que terminó de escribir hace pocos días, y un ensayo sobre el Quijote, en el que reflexiona acerca de la crueldad
Por Verónica Chiaravalli
LA NACION
10 de febrero de 2012
En 1992, durante un simposio organizado en Múnich con el título "El giro de la literatura", el escritor holandés Cees Nooteboom (que ante la solemnidad declina inevitablemente hacia el tedio y sólo revive por la alegría de una paradoja o la posibilidad de alguna amable ironía) invirtió los términos del problema propuesto y planteó: "¿Creen ustedes realmente en la literatura? Porque, en ese caso, quizás habrían hecho la pregunta inversa: ?¿En qué medida depende la realidad de la literatura?'". Respuesta: "Sin Homero no habría guerra de Troya, sin Balzac no habría burguesía francesa del siglo XIX, sin Joyce no habría Dublín, sin Shakespeare no habría Ricardo III, sin Musil no habría monarquía austro-húngara". Sin Nooteboom, podríamos agregar, no habría montañas en Holanda (que la topografía niega pero allí están, en el título del libro En las montañas de Holanda ), ni un hotel con base en Shangri-La desde donde se puede ver la Estatua de la Libertad envuelta en la medianoche de Manhattan (el "Hotel Nooteboom", integrante de la cadena de relatos Hotel Nómada ); sin Nooteboom no habría conmovedoras resonancias socráticas en la muerte de un humilde profesor de griego y latín ( La historia siguiente , premio Grinzane Cavour), ni zorros nocturnos como heraldos de la muerte, zorros no del todo reales, acaso rojizos, metonimia del cabello de la hermosa mujer que en los últimos segundos de su vida siente por sí misma y por primera vez un amor lleno de compasión y serenidad ( Los zorros vienen de noche ).
Y sin literatura no habría Cees Nooteboom; no al menos como lo conoce la mayor parte de la gente que en el mundo sabe de él: un nombre como rúbrica y sostén de algún relato potencialmente transformador; la combinación que franquea la entrada a territorios narrativos desconocidos pero a la vez familiares. Los viajes, la memoria, el tiempo y el recuerdo; la identidad europea como un complejo prisma de innumerables facetas, los límites de la fuerza redentora que habita en el amor, la muerte. De esa sustancia está hecho el mundo de Nooteboom, que en el transcurso de más de cincuenta años se ha manifestado a sus lectores bajo las formas más diversas de la escritura: crónicas, ensayos, poemas, cuentos, novelas, diarios, artículos, miniaturas.
Nooteboom visitó la Argentina en septiembre del año pasado, invitado para participar en el Festival Internacional de Literatura de Buenos Aires (Filba). Se quedó un mes y medio, viviendo en un departamento que alquiló en la calle Azcuénaga, en Barrio Norte. "El espacio ha de ser conquistado, comoquiera que sea", escribió en su libro de viajes Hotel Nómada . "A orillas del Río de la Plata encontré dos piedras que me gustaron. Para hacerme un pequeño territorio en Buenos Aires, las puse sobre la mesa del departamento. A partir de ese momento, ese espacio fue mío", dijo ante el público que colmó la librería Eterna Cadencia para escucharlo hablar sobre su obra y su vida, durante el diálogo que mantuvimos como parte del festival y que se actualiza en estas páginas. Después, en la privacidad apacible del whisky y el descanso, me habló del libro que estaba escribiendo: Cartas a Poseidón . Ahora, ya lejos de Buenos Aires, acaba de terminarlo. Este año se publica en Holanda y Alemania; probablemente también en Francia y en España, editado por Siruela. "En febrero de 2008, mientras estaba trabajando en Los zorros... , visité Múnich y compré un libro de non fiction de Sándor Márai: Las cuatro estaciones -escribe Nooteboom desde la ciudad de Missen-. Los inviernos en esta parte de Alemania pueden ser muy fríos, pero era un día soleado y la gente estaba sentada al aire libre. Busqué un lugar para instalarme con mi libro recientemente adquirido, una especie de diario de notas, una por cada día, piezas cortas como yo solía escribir en los años sesenta, y de pronto sentí la urgencia de volver a escribir prosa corta, no para un diario, como antes, sino notas muy personales. Cuando levanté la mirada, descubrí que la terraza donde estaba sentado pertenecía a un pequeño restaurante de pescados llamado ?Poseidón'. Entendí eso como una suerte de signo y decidí aceptarlo: escribiría cartas al Dios del Mar, Poseidón. He tenido una educación clásica, en mi escuela secundaria, aparte de las tres lenguas modernas, francés, inglés, alemán, teníamos también griego y latín. A Poseidón, por supuesto, yo lo conocía de la Odisea y la Ilíada. "
Integran el nuevo libro de Nooteboom una introducción y setenta y cinco cartas (aquí reproducimos algunas, ver aparte). "Veintidós en las que me dirijo a él directamente y cincuenta y tres en las que le cuento cosas acerca de lo que veo, leo, pienso. Hay tres fragmentos dedicados a la Argentina (un amor imposible entre una jirafa y una cebra en el zoológico de Buenos Aires, la historia de la piedra que llevé a mi departamento de la calle Azcuénaga, una descripción de El Hipopótamo, mi café favorito en la ciudad); otros sobre Corea, Japón, Ecuador, Colombia; muchos de la invernal Alemania o de Menorca, la isla de España donde vivo parte del año; también anécdotas leídas en diarios y en libros."
El corresponsal de Poseidón es un avatar de Nooteboom fácilmente reconocible ("una persona muy curiosa, rodeada de libros, pero también un viajero nómade"), que no hace promesas ni pide favores. "Creo que durante mucho tiempo necesité alguien a quien escribir. El mundo está lleno de maravillas y algunas veces, las cartas contienen preguntas: ¿qué pasa cuando una ballena muere? ¿Leyó Poseidón a los filósofos griegos, leyó lo que Kafka escribió sobre él? ¿Cuál es la diferencia entre mortales e inmortales? ¿Por qué el Dios de los cristianos ha existido desde siempre, mientras que los dioses griegos son eternos en una sola dirección, puesto que han nacido en un momento determinado? En esas cartas hay cosas que trato de entender, como la teoría cuántica, la impredecible conducta de las partículas invisibles, mi relación con Orión, mi preferida entre las constelaciones del cielo, y su triste historia de amor."
Tampoco espera respuestas. "Sólo le cuento cosas y expreso preguntas que él no contestará. Creo que de eso se trata la escritura: de la claridad que uno puede obtener mediante una formulación aún más precisa de las preguntas que tiene. Si un humano no respondiera mis cartas, dejaría de escribirle inmediatamente, pero escribirle a un Dios que no contestará da permiso para ser retórico. Estar sentado sobre una roca en mi isla, dirigiendo mis palabras al mar en algún lugar en el cual él debe estar, me dio un sentimiento de inmensa libertad (usted debería probarlo de vez en cuando). En una extraña manera, él se hace eco de mis preguntas y las magnifica, de modo que puedo entenderlas mejor. El asunto de la literatura no son las respuestas sino las preguntas."
Si de preguntas difíciles se trata, ¿por qué interrogar a Poseidón y no a Zeus, máxima autoridad del Olimpo? "Porque Poseidón es el hermano menos importante; Zeus, simplemente, es demasiado. Además, me gusta su tridente, su conducta imposible, su ofensiva lascivia. También luce mejor en las pinturas. A una media hora de aquí hay una pequeña ciudad alemana, Lindau. En el mercado se encuentra una hermosa estatua de él, joven y atractivo. Siempre quiero que baje y tome un trago conmigo."
Ciertos datos biográficos, que sus lectores conocen porque el escritor ha reflexionado públicamente sobre ellos en artículos, ensayos y entrevistas, dan, según el propio Nooteboom, algunas claves de su obra. Nació en La Haya, en 1933. "La guerra para nosotros empezó en 1940 y empezó al lado de mi casa, con bombardeos. Yo tenía muchísimo miedo y fue necesario que me arrojaran encima un balde de agua para detener los temblores. Supongo que ese episodio tan traumático me hizo perder la memoria de todo lo que había vivido hasta ese momento (me dan celos los escritores como Proust, Borges o Nabokov, que lo recuerdan todo; yo no recuerdo nada). Luego la guerra continuó, mis padres se divorciaron. Mi padre murió en otro bombardeo, mi madre se casó con un hombre muy católico y decidieron que me educara en un monasterio, primero con los monjes franciscanos, que me echaron al cabo de dos años, y después con los agustinos, que también me echaron, pero todos ellos me dieron algo que nunca olvidaré y por lo que les estoy muy agradecido: me dieron los clásicos, el griego, el latín, Homero, Virgilio, Ovidio y Platón, y eso fue algo para la vida. Cartas a Poseidón tiene que ver con esto. Tanto los franciscanos como los agustinos eran hombres de Dios, pero me enseñaron acerca de los otros dioses. Tal vez no se hayan percatado de la ironía."
El caos de la guerra, el posterior desarraigo y el descubrimiento de la cultura grecolatina fueron para Nooteboom una matriz de doble función. "Así es como se fabrica un nómade y así es también como se hace un escritor, porque todo eso junto fue mi material. El principio no estuvo en el acto de ir a la biblioteca de mi padre y leer a Dickens, por ejemplo, porque no había libros en mi casa, sino en aquellos textos clásicos y en una necesidad innata y genética de moverme que me impulsa a viajar. Sobre eso he escrito un ensayo que se llama...En el ojo del huracán', porque los periodistas siempre me preguntan: ?¿Por qué viaja usted tanto? ¿Sabe que Pascal ha dicho que todas las miserias de la humanidad provienen del hecho de que la gente no puede quedarse en su casa?'. Sí, lo sé, pero también hay miseria en casa. Lo que digo es que, en un sentido heideggeriano (y no quiero sonar como un intelectual alemán) del ?ser consigo mismo'? bueno, cuando uno está en la habitación de un hotel o en un aeropuerto, está en su propia compañía, y entonces se puede meditar, se puede escribir, se puede pensar. Quedarse siempre en casa me parece un poco complicado. Yo comprendo que es extraño para los demás: parte del año vivo en Alemania, parte en España, en la isla de Menorca, y parte en Holanda, en Ámsterdam. Además, entre tanto, mi mujer y yo hacemos diversos viajes. Es difícil explicar la normalidad de una vida cuando a los otros esa vida no les parece normal?"
Las preocupaciones existenciales y metafísicas ocupan el centro de la narrativa de Nooteboom. Sus crónicas de viajes, sus relatos y sus novelas (su poesía, por supuesto) son reflexiones articuladas literariamente sobre problemas como la naturaleza del tiempo o el modo en que la muerte transforma las vidas. De los vivos y de los muertos.
El último libro de Nooteboom que ha llegado a la Argentina se titula Los zorros vienen de noche (Siruela). "Es un libro sobre el duelo, el luto y la memoria", dice el autor. Los ocho relatos que conforman la obra se enlazan sutilmente por un mismo hilo argumental. Son vidas de muertos, hechos del pasado, convocados a la memoria por la contemplación persistente de alguna fotografía que oficia de médium en el ritual necesario para acceder al reino de lo inmaterial. "Mi mujer es fotógrafa. Antes de conocerla a ella he escrito unos diez o quince libros de viajes, por todos los continentes, acompañado por un fotógrafo amigo. La fotografía siempre ha estado a mi lado, voy a las exposiciones y me interesa muchísimo, como ayuda memoria pero también en el sentido en que las fotos aparecen en este libro: como fuentes de las que siempre surgen las historias, ya sea porque alguien mira la foto de alguna persona que ha desaparecido o porque contempla su propio pasado en una foto de veinte años atrás."
En ese diálogo tabicado entre vivos y muertos (para los que aún respiran el discurso de los muertos es confusamente perceptible), Nooteboom despliega con regocijo su fantasía, no para crear el mundo de la eternidad sino para describir los últimos segundos antes de la disgregación definitiva. "Ése es el privilegio de los escritores. Mire, Holanda es un país completamente llano, no tenemos montañas. Y sin embargo yo he escrito un libro que se llama En las montañas de Holanda . Y un amigo alemán, que se encontraba en Londres cuando allí apareció una crítica muy favorable de mi libro, lo quiso comprar, fue a la librería de Harrods y el vendedor, después de consultar el catálogo de la casa en el rubro Montañismo, le dijo que no lo tenía. En ese momento la ficción que yo había escrito se convirtió en realidad. Está muy bien, es nuestro privilegio como escritores el darle montañas a un pobre país que no las tiene. En Los zorros vienen de noche , la quintaesencia de uno de sus cuentos principales es que la mujer que lo protagoniza muere. Yo no creo en la vida después de la muerte, pero, como con las montañas de Holanda, hay que imaginarla. Y lo primero que se me ocurrió fue dotar a esta mujer de una poderosa sensación de extrañeza y de sorpresa, porque se encuentra con que no hay categorías cuando uno ha muerto. Ella aún quiere hablarle a alguien pero no puede porque lo que dice no significa nada para los mortales. Tampoco existe el tiempo en la muerte, y lo más sorprendente es que no hay otros. Porque tenemos la idea de que en el cielo hay otros, en el infierno hay otros; cuando Ulises baja a ver a Aquiles, hay otros. Pero la mujer de mi cuento descubre que no hay nadie, que la muerte es una soledad increíble, e intenta explicar eso sin las palabras que usamos habitualmente. Ella recuerda sus últimos segundos y siente, cómo decirlo, tal ternura hacia sí misma? y de pronto, en los últimos instantes de su vida, se enamora de su pelo, porque es muy hermoso, y luego muere. ¿Por qué no?"
El tema había sido anticipado en La historia siguiente . "Sí. En La historia siguiente un hombre se acuesta en su cama, en Ámsterdam, y se despierta a la mañana siguiente en Lisboa. Esto es imposible, pero subyace allí algo real, porque él, en verdad, está en su cama, en Ámsterdam, sufriendo un infarto, y toda la novela transcurre en esos segundos finales, tan mentados, en los que, como dice la sabiduría popular, puedes ver pasar tu vida como en un film. He usado una idea corriente, y durante todo el libro el hombre está soñando. Después de despertar, se embarca con otros siete personajes que también están en los dos últimos segundos de sus vidas y relatan el momento de su muerte a una mujer que, claramente, es distinta para cada uno de ellos. La idea detrás de todo esto es que hay que hacer un trabajo de memoria antes de que uno verdaderamente pueda dejarlo todo."
Ese trabajo de memoria es un ejercicio indispensable para entrar en la muerte. Los actos rituales son muy importantes en la literatura de Nooteboom. Funcionan como mecanismos de control y ordenamiento o permiten la conquista adecuada de aquello que nos es ajeno y deseado (o indeseable pero ineludible): un espacio, un estado espiritual, un cuerpo. El tema alcanza su máxima expresión precisamente en Rituales , uno de los mejores libros de Nooteboom. Concebida como un tríptico, la obra completa su sentido en la última parte. El verdadero protagonista de esas páginas es un excepcional cuenco japonés, uno de esos objetos que tienen "un modo de existir". El cuenco es vendido por un marchand a un hombre que lo ha estado anhelando febrilmente durante años. Cuando la venta se consuma, el marchand pierde toda alegría y extrañamente se siente "un judas". Hacia el final del libro el ritual culmina en sacrificio.
También es un rito -mucho más luminoso, en este caso- lo que permite que evolucionen las páginas de Cartas a Poseidón : el hombre que escribe deposita sobre una roca cada carta, en la esperanza de que las olas al romper las lleven hasta el centro del mar, a los dominios del dios. Finalizada la tarea, Nooteboom la evoca con felicidad: "Fue un enorme placer escribir este libro. Recuerdo haber estado en Buenos Aires, sentado en el café El Hipopótamo, pensando que iría a casa, mi departamento en la calle Azcuénaga, y le escribiría a Poseidón sobre ese lugar y que, siendo un dios con todos los privilegios que eso conlleva, él sería capaz del ir a El Hipopótamo y sentarse a una mesa sin que nadie lo viera. La vida es un juego, y entonces lo veo sentado allí, con tridente y todo, empapado, mientras le sirven un café negro ."
BODA CON UN SOMBRERO
En un pequeño pueblo del sur de Francia, un francés de sesenta y ocho años se ha casado con una mujer que no tiene edad, porque está muerta. Vivieron juntos durante veinte años y querían casarse, pero ella enfermó y falleció. En la boda con la muerta, que requirió el permiso del presidente francés, el hombre trajo consigo el sombrero de la finada. En El Golem de Meyrink el héroe se hace con los pensamientos de la persona cuyo sombrero se pone. ¿Qué pensó el sombrero de la mujer el día de su boda? Había decenas de invitados. ¿Fue el sombrero capaz de reconocerlos? ¿Y qué debió de decirle el sombrero al hombre una vez que estuvieron solos en casa?
ASEDIO
En el Prado, en una de las salas superiores del nuevo anexo, un cuadro de Pieter Snayers. No hay más visitantes en la sala, lo que intensifica el silencio que reina en el cuadro. Ahora mismo en la calle la temperatura roza los 40 grados, pero en el cuadro ha nevado, siento la nieve en mis pies. Corre el año 1641. Somos españoles, nuestra guerra contra Francia empezó hace seis años y se prolongará dieciocho años más. Desde una elevada colina avistamos una llanura extensa, el núcleo urbano y las murallas externas de Aire-sur-la-Lys. Nuestra mirada alcanza el horizonte, una franja de tierra azulada cubierta por la luz del norte y por esas nubes que sólo estas lejanas tierras conocen. Nuestra lengua suena extraña en ese entorno. Cerca de nosotros unos cuantos árboles pelados, un par de perros. Debemos reconquistar la ciudad y así lo haremos. Es lo que dicen los libros. Debajo de nosotros, a la izquierda, las tropas durante esos minutos irreales que preceden a cualquier batalla. Al fondo el enemigo invisible que nos espera. Quien nos observe en el futuro nos alzará de la muerte unos instantes, pero los pensamientos de ese día nos los guardamos para nosotros. El espectador verá historia o arte, o las dos cosas. Pero nada sabe del aliento que esa mañana salía de nuestras bocas, nada del graznido de las cornejas, del sonido de los cascos de los caballos sobre la tierra helada.
BAYREUTH
Sucede cada verano, con la misma certeza que Wimbledon o el Tour de France. De repente penetran en mi jardín mediterráneo sonidos alemanes. Sonidos aún inseguros, que no saben si son bienvenidos. Metales, voces altas y duras, tocando el timbal. Es como si lo tantearan todo. Siento como todo en mi jardín se pone en alerta, a la defensiva. Las palmeras, el hibisco, los cactus, el papiro, plantas que no resistirían en la bruma fría del norte. Pero la música no tiene compasión, disfruta de su poder. Oigo los tonos sostenidos alemanes, los sonidos militares del coro, esa otra lengua que corta el aire, las cornetas de caza, el crescendo de una gran orquesta, la traición de Tristán que entregará a Isolda a su rey, la furia de ella, el grito de esa pena que disfrazada de canto corre junto al plumbago, atraviesa a toda velocidad la buganvilia como una tormenta imprevista, dejando en el suelo manchas moradas. Y yo ahí en medio, desplazado, un jardinero nórdico bajo los olivos, capturado en la contradicción de mi vida.
Encuentro
Dos chicos vienen hacia mí en el angosto camino que va del mar al pueblo. Uno de ellos es un adolescente, alto, sin forma aún, su cuerpo se mueve con gestos desmañados. En contraste, el paso del chico más joven que le sigue resulta mucho más mesurado. Moreno, sureño, romano. No sé calcular su edad, nueve o diez años tal vez, pero me llama la atención su mirada profundamente ensimismada. Es imposible saber lo que está viendo en su interior, claro está, pero el misterio de su extrema concentración me induce a dar un salto en el tiempo. ¿Cuánto tiempo hace que yo tenía su edad? ¿Por qué me embarga la sensación de reconocimiento? El hombre que soy ahora, transcurridos más de sesenta y cinco años, ¿estaba presente en el niño que ya no recuerdo? Esa pregunta me acompañará el resto del día. ¿Es posible que exista otro ser como espejo en que se pierde tu edad? ¿Por qué tengo la impresión de haberme cruzado conmigo mismo? Y, si no es así, ¿quién es esa persona con la que me crucé y que nunca llegaré a conocer?
Los trabajos y los días
Escritor inquieto y prolífico, a la inmininte publicación de Cartas a Poseidón , Nooteboom suma por estos días varios proyectos, además de sus habituales conferencias en distintos puntos de Europa. Acaba de aparecer en inglés su libro de poemas en prosa Self-Portrait of an Other , con dibujos de Max Neumann. Siruela publicará en mayo, en Epaña, Tuve mil vidas pero escogí solo una , antología de textos de Nooteboom seleccionados por Rüdiger Safranski, y está prevista la públicación en Barcelona de un trabajo en el que Nooteboom discute su obra con Alberto Manguel. Mientras tanto, algunas de sus obras que se pueden disfrutar en español:
Rituales (1980)
La historia siguiente (1991)
El desvío a Santiago (1992)
Cómo ser europeos (1993)
El día de todas las almas (1998)
Hotel Nómada (2002)
Los zorros vienen de noche (2011)
Traducción: Isabel-Clara Lorda Vidal .
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