Virginia Woolf |
La eterna vigencia de Virginia Woolf
Figura estelar de la literatura del siglo XX, la obra y el legado de Virginia Woolf crece cada año con nuevas ediciones, traducciones y publicaciones que acrecientan con justicia el número de sus lectores.
Daniel Gigena
3 de enero de 2021
La escritora que supo captar la poesía de la impermanencia y las transformaciones, que combatió cuerpo a cuerpo, hasta el final, con su “eterna antagonista” (la vida), la que renovó la novela en lengua inglesa y enriqueció la tradición feminista con ensayos notables como Un cuarto propio, se ha vuelto un patrimonio cultural universal. Incluso para los que no la leyeron, Virginia Woolf (1882-1941) es una figura en la que convergen la búsqueda de la belleza, la reivindicación de la inteligencia y la defensa de la independencia de las mujeres en una cultura de privilegios masculinos. En marzo de 2021 se cumplirán ochenta años de la muerte de la autora de Las olas, que se arrojó al río Ouse con su abrigo cargado de piedras. A la reedición de Tres guineas (Godot), y a los lanzamientos de Leer & reseñar (Barba de Abejas) y Victoria Ocampo-Virginia Woolf. Correspondencia (Rara Avis) en las últimas semanas de 2020, en marzo se podrá agregar al carrito de compras Horas en una biblioteca (Austral), que reúne sus ensayos sobre el estatus de la ficción, el arte de la biografía y la obra de algunos de sus autores favoritos: Jane Austen, Joseph Conrad y Fiodor Dostoievski (los tres novelistas como ella).
Como pasó gracias a las traducciones de ensayos y novelas entre 1930 y 1960 en el país, gracias a la sabia mediación de Victoria Ocampo en Sur, la literatura de Woolf hoy sigue vigente. “Escribía contra la corriente –dice la narradora y guionista Virginia Cosin–. Esto quiere decir: contra las modas, contra lo esperable, contra la museificación de la lengua; a favor de la imaginación, de la sensación, del devenir. Las tormentas eléctricas que se desataron en su mente todavía refulgen como rayos que continúan iluminándonos”. La escritora inglesa era consciente del momento histórico en transición en que se hallaba, cuando la época victoriana iba quedando atrás en un contexto internacional de alto contenido bélico.
Una escritura musical. “Su gran hallazgo fue resistirse a la tentación de ser algo o alguien, ni femenina, ni masculina, ni maternal, ni fraternal, ni conyugal, ni dependiente, ni independiente, todo o nada, todo y nada –agrega la autora de Pasaje al acto–. Lo peor que podríamos hacer, lo que no deberíamos hacer, es convertirla en una bandera. Habló sobre el tiempo y el dolor, sobre los efectos de la guerra, sobre el dinero y especialmente sobre la necesidad de que las mujeres ganaran dinero, sobre la infancia, la familia, la soledad, con una voz nueva, única, como si la historia hubiera confluido igual a un remolino sobre su cabeza. Hizo magia con el tiempo: en doscientas páginas cabían mil años o un solo día. Inventó una forma nueva. Una forma, una voz, que sigue siendo nueva cada vez que volvemos a abrir uno de sus libros”. Ya fuera en biografías (como Roger Fry o Flush), ensayos, narraciones cortas, grandes novelas o en sus diarios, la primera tarea de Woolf parecía convertir las sensaciones y las memorias en materia literaria.
“Fue una de las escritoras más relevantes del siglo XX, una referente para el movimiento feminista (su ensayo Un cuarto propio sigue siendo un texto necesario para toda mujer que desee escribir) y una de mis escritoras favoritas –remarca la escritora Silvia Arazi–. En sus novelas, supo bucear con maestría en los vaivenes del pensamiento de sus personajes a través de una prosa hipnótica, móvil, musical. Como en una obra impresionista, se alternan en sus páginas notas brillantes y sombrías, tal vez por influencia de las fluctuaciones de su espíritu. Más allá de las innovaciones formales, y de su prosa, tan cercana a la poesía, en casi todos sus libros aparece una crítica a la sociedad victoriana y una reflexión acerca del lugar de la mujer en el mundo”. La autora de La separación señala que si bien Woolf reclamaba la igualdad de derechos en el campo sociopolítico, reivindicaba a la vez la singularidad de las mujeres en la literatura. “Decía: ‘Sería una lástima terrible que las mujeres escribieran como los hombres’. Me encanta dejarme llevar por las olas de su escritura y reconocer en ella a una voz femenina. Una voz capaz de pensar, casi en simultáneo, en el sinsentido de la vida y en la belleza de un sombrero”.
Visiones andróginas. Fue autora de nueve novelas, y al menos tres son obras maestras: La señora Dalloway (1925), Al faro (1927) y Las olas (1931). “En La señora Dalloway, la novela innovadora de Virginia Woolf, hay un personaje que se repite a sí mismo la frase ‘once you fall, human nature is on you’ (‘a los que caen, se los pisotea’). Por otro lado, hay toda una fraseología de la apariencia, del “everything is all right”, que resuelve el modo posible de comunicación entre aquellos que no quieren ver la trama del juego social en que unos pocos, y hombres, manipulan el poder –dice Silvina Marsimian, profesora en Letras y magíster en Análisis del Discurso–. Es en este punto donde la escritora va a poner su voz y despertar polémicas en la conversación pública”. Para Marsimian, ensayos como Un cuarto propio (que en la Argentina tradujo Jorge Luis Borges y, en años recientes, Teresa Arijón) y Tres guineas, así como los diarios y su correspondencia, “urden una cadena de reflexiones punzantes sobre un mundo que está ‘haciéndose’, durante el período de entreguerras mundiales, y cuya construcción pasa por la mujer, a la que hay que respetar en sus derechos”.
Marsimian define a la autora de Noche y día como una mujer proteica y valiente. “Pertinaz en la lucha contra el sobreentendido, Woolf lleva al extremo la incorrección política: su voz es clara y desafiante –afirma–. Dice que nos debatimos entre la vida y la muerte, que hay distintas perspectivas para acercarse a la verdad, que la duda y el azar son posibles. En particular, reivindica la mirada femenina. Y convoca a leer y a escribir (a hacer cultura) con las marcas ajenas a un estado de cosas consolidado y que pertenece al otro sexo: para eso, hay que bucear en la transformación de las relaciones humanas y sociales, desdibujar fronteras y desoír mandatos, hacer crítica. Y más todavía: lograr el poder unificador de la visión andrógina, es decir, aunar dos mundos en una sensibilidad enriquecida, como en Orlando”. La ambigüedad y la ambivalencia (moral, sexual y estética) de la obra de Woolf vuelven a ser leídas en clave política.
El/la protagonista de Orlando. Una biografía, novela elogiada y traducida también por Borges, cambia de sexo a lo largo de sus trescientos años de vida. “Parece que no le costaba el menor esfuerzo mantener ese doble papel, pues cambiaba de género con una frecuencia increíble […]. Este artificio le permitía recoger una doble cosecha, aumentaron los goces de la vida y se multiplicaron sus experiencias. Cambiaba la honestidad del calzón corto por el encanto de la falda y gozaba por igual del amor de ambos sexos”, se lee en la novela. En el presente, una obra como la suya sigue abierta a nuevos sentidos. La relación de varios años (y no solo epistolar) que mantuvo con la escritora Vita Sackville-West constituyó por décadas un emblema de la causa lesbofeminista. “Vita es una lesbiana declarada, ten cuidado”, le advirtió un puritano Clive Bell, cuñado de Woolf. “Con lo esnob que soy, creo que no podré resistirme”, le respondió la escritora. “Amo como mujer y te amo porque eres mujer”, le escribió en una de las cartas. Ambas estaban casadas.
El testamento de Virginia Woolf. Según el crítico y novelista inglés E. M. Forster, Woolf escribía con una entrega extraordinaria. “La mayoría escribe con medio ojo puesto en sus derechos de autor, otro medio en la crítica y otro medio en arreglar el mundo, con lo que, al final, solo queda medio ojo para la labor en la cual ella concentraba su vida”, escribió en su ensayo “Virginia Woolf” el autor de Pasaje a la India. “Un escrito puede transformarse en fascinante cuando representa la perspectiva de una época, y la escritura de Virginia Woolf es un testimonio sobre la época victoriana –apunta la escritora y psicoanalista Silvia Beatriz Bolotin Kogan–. El apocalipsis sobrevoló su narrativa para desaparecer luego en la ficción, donde un ser corre el riesgo de enloquecer. La escritura de Woolf incrementó su desorden interno, siendo un emergente propio de esa máscara que cubría su vida”. En Un cuarto propio, de 1929, la autora se pregunta: “¿Qué necesitan las mujeres para escribir sin ceder a la desesperación?”. Casi una década después, en el ensayo Tres guineas, de 1938 (que Forster consideraba el peor de su obra), “animaba a las mujeres a reencontrar la diferencia, comparando el sexismo masculino con los fascismos”. Para Bolotin Kogan, en cada una de sus ficciones los personajes femeninos alcanzan una resolución en el texto. “Como en un espejo, Virginia Woolf nos deja un lenguaje testamentario”.
“Por lo tanto, señor, si usted quiere que nosotras lo ayudemos a impedir la guerra, esta conclusión parece inevitable: tenemos que colaborar con la reconstrucción de la facultad que, por más imperfecta que sea, es la única alternativa a la educación en la casa privada –postula Woolf en Tres guineas, que acaba de ser reeditado por Godot con traducción de Laura García–. Debemos guardar la esperanza de que esa educación se modifique con el paso del tiempo. Tenemos que entregar esta guinea antes de entregarle a usted la que necesita para su sociedad. Pero contribuye a la misma causa: impedir la guerra. Las guineas son poco comunes, las guineas son valiosas, pero vamos a enviarle una a la tesorera honoraria del fondo para la reconstrucción sin imponer ninguna condición, porque es una forma concreta de contribuir para impedir la guerra. […] Pero para demostrarle de la manera más concreta posible que nuestros objetivos son los mismos que los suyos, aquí está esta guinea, un regalo que se da libremente, sin más condiciones que las que usted quiera imponerse. Es la tercera de tres guineas, tres guineas que, a pesar de que fueron para tres tesoreros diferentes, fueron otorgadas, advertirá usted, en pos de la misma causa, pues las causas son una sola y son inseparables”. La incorporación de las mujeres al mundo público a través de la educación, el trabajo y la política, según ella, ayudaría a desterrar para siempre el logos viril de la guerra y la opresión. Para Woolf, igualdad y libertad eran las dos caras de una misma guinea.
Un ensayo disruptivo
Irene Chikiar Bauer*
Tres guineas es un ensayo pacifista y feminista que resultó disruptivo para la época y cuyo mensaje sigue vigente hoy en día, cuando los nuevos feminismos advierten que el sistema patriarcal es la base de injusticias de todo tipo. Allí Virginia Woolf denuncia que el patriarcado es omnipresente en todo tipo de sociedades y sistemas políticos y económicos. Comenzó a escribir el libro antes del desencadenamiento de la Segunda Guerra Mundial, y lo terminó luego de la muerte de su sobrino Julian, que había ido como voluntario a luchar con los republicanos en España. Virginia apreciaba el “valor práctico innegable” del libro que había terminado en medio del dolor, como si fuera un diálogo con su sobrino desaparecido, y se sentía satisfecha con lo que llamó un “trabajo de mula”. Tres guineas había sido “una espina” que la había atormentado pero también había sido un sostén, y la urgencia del tema se había impuesto como una obligación moral, posibilitándole expresar lo que pensaba de las guerras. “Hitler […] está masticándose ese bigotito […] todo tiembla: y mi libro podrá ser como una falena danzando sobre una hoguera… consumida en menos de un segundo”, pensó Woolf al publicar el ensayo. La autora recibió más de cien cartas, algunas favorables y muchas críticas ya que de lo que se trataba, en esos momentos, era de posicionarse frente al nazismo. Como bien explica Naomi Black, el entorno no comprendió cabalmente que es un libro “about feminism and therefore about systematic change”. En este ensayo, ella establece un interesante paralelo entre las dictaduras y persecuciones sufridas por los judíos y otros grupos acosados por el fascismo y las mujeres. Así pues, señala: “Ahora ustedes sienten, en su propia persona, lo que sintieron sus madres cuando se las encerraba y se las hacía callar por ser mujeres. Ahora a ustedes se les encierra y se les hace callar porque son judíos, porque son demócratas, por su raza, por su religión”. En recientes investigaciones me ocupo de mostrar cómo Victoria Ocampo fundó su pensamiento pacifista y feminista en este libro. Por otra parte, al advertir que no podemos disociarnos de la figura del dictador, “ya que nosotros somos esta figura”, Tres guineas anticipa al escritor Julio Cortázar, que muchos años después invitó a sus lectores a vigilar al enano fascista que todos llevamos dentro.
*Investigadora y autora de Virginia Woolf. La vida por escrito.
Escribir entre guerras
Ariana Harwicz*
No acudí a la primera cita con Virginia Woolf por Un cuarto propio, Orlando o Las olas, o incluso La señora Dalloway, que después entraría en mi primera novela (siempre me acompaña la frase de alguna obra de teatro, creo que de Chéjov, que decía algo como: “Que no digan que no acudí a la cita”). Mi primera vez con Virginia fue con su “Carta a un joven poeta”, pero no era dirigida al cadete de la escuela militar austrohúngara, el ignoto poeta Franz Xaver Kappus al que le dedicó sus cartas Rilke, sino que unos veinticinco años después estas cartas fueron dedicadas al poeta inglés John Lehmann. Allí Woolf entrega su visión de lo que pasa entre la prosa, la poesía y la introspección, como un decálogo de las motivaciones de un poeta. Virginia lo sabe y nos lo dice, la poesía no está muerta. La poesía no puede estar muerta. No importa la época, no importa nada, lo único que cuenta es la urgencia, a condición de que venga de la introspección. Las cartas a Lehmann me llevaron a la novela. La novela, entendida como extensión o cuarto contiguo de la poesía, y todo gracias a Virginia. Quizás porque comencé con ella hablándole a un poeta, qué mayor interpelación para alguien que empieza a escribir. A partir de ahí sus personajes y sus conciencias me acompañaron como fantasmas en todo lo que escribí. La señora Dalloway entra en un capítulo de mi campestre Matate, amor. Y, también, esa idea de que escribir es siempre escribir entre guerras.
*Escritora, autora de La débil mental y Degenerado, entre otros.
Imágenes de Virginia
Como no podía ser de otro modo, la obra novelesca de Virginia Woolf despertó el interés de algunos realizadores cinematográficos (tal vez no tantos como merece). En 1983, el británico Colin Gregg adaptó al formato de teleserie Al faro, con Rosemary Harris como la señora Ramsay y Kenneth Branagh como Charles Tansley. En 1992, Sally Potter llevó al cine de manera magistral Orlando, y nada menos que Tilda Swinton interpretó el papel protagónico. (No es una película pero el escritor Rodolfo Fogwill, en el cuento “Memoria de paso”, rinde homenaje a esa novela). La directora neerlandesa Marleen Gorris hizo la versión cinematográfica de La señora Dalloway, con Vanessa Redgrave como Clarissa. Y en Las horas, film del británico Stephen Daldry basado en la woolfiana novela homónima del estadounidense Michael Cunningham, Nicole Kidman interpreta a Virginia Woolf en sus últimos y oscuros días.
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