Madrid
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Gato Barbieri / Último tango en París
Santana / Gato Barbieri / Europa (1977)
Gato Barbieri / Europa (de Carlos Santana)
Santana / Gato Barbieri / Europa (1977)
Gato Barbieri / Europa (de Carlos Santana)
En
2015, la periodista Teodelina Basavilbaso visitó a Gato Barbieri en su
domicilio de Nueva York. “¿Cómo ve su futuro?”, le preguntó. "Me voy a
morir en tres o cuatro años", fue la categórica respuesta del saxofonista.
Desgraciadamente, no llegó a tanto. Laura Barbieri, esposa y madre del único
hijo del artista, confirmó el fallecimiento del controvertido jazzista ayer
sábado, en Nueva York a los 83 años. El 23 de noviembre ofreció su último
concierto en el club Blue Note de la ciudad. “¿Por qué toca hoy en día?”, le
inquirió la periodista en aquella ocasión. “Porque precisamos dinero“,
respondió este sin dudar.
Llama
la atención cómo quien tuvo el mundo a sus pies pudo terminar sumido en el más
impenetrable de los olvidos: “Será porque he hecho todo lo posible por
complicarme la vida”, manifestaba Barbieri hace unos años, “y lo he
conseguido”. Por algún motivo, la crítica sigue empeñándose en incluirle entre
los pioneros del latin jazz: “Yo no tengo nada que ver con eso”, insistía el
interesado. “Tanto que los músicos de jazz no me consideran un músico de jazz y
los músicos latinos no me consideran un músico latino”.
Inspirado
en el cinema novo de Glauber Rocha, Leandro Gato Barbieri abrazó la causa de un
tercermundismo bolivariano de perfiles inciertos: “Glauber me hizo entender que
yo, como subdesarrollado, tenía los mismos problemas sociales, que yo también
tenía mis raíces musicales”. El de Gato Barbieri era “un arte comprometido con
las luchas del pueblo que no podía ser complaciente con los dictados del
mercado burgués y el entretenimiento”, escribió Diefo Fischerman. Por el jazz,
a la revolución. O así.
Hay quien explica la quebradiza trayectoria del músico en su tartamudez, que hizo de él un niño atormentado por sus semejantes en su Rosario natal, “donde excepto prostíbulos, no había mucha vida nocturna”. Ya en Buenos Aires, participó en primera línea de batalla en la guerra que enfrentó a tradicionalistas y modernos. Barbieri llevaba la voz cantante entre los segundos: “Yo era el rey y Buenos Aires, mi reino”. Hasta que se cruzó en su camino Michelle, de origen italiano, con quien se trasladó a Roma en 1962. “Gato Barbieri siempre dependió de sus mujeres”, apunta certera Basavilbaso.
Hay quien explica la quebradiza trayectoria del músico en su tartamudez, que hizo de él un niño atormentado por sus semejantes en su Rosario natal, “donde excepto prostíbulos, no había mucha vida nocturna”. Ya en Buenos Aires, participó en primera línea de batalla en la guerra que enfrentó a tradicionalistas y modernos. Barbieri llevaba la voz cantante entre los segundos: “Yo era el rey y Buenos Aires, mi reino”. Hasta que se cruzó en su camino Michelle, de origen italiano, con quien se trasladó a Roma en 1962. “Gato Barbieri siempre dependió de sus mujeres”, apunta certera Basavilbaso.
Más allá de cualquier otra consideración, Michelle tenía
contactos, algo imprescindible para quien pretendía sacarle el jugo a la dolce vita romana. El
matrimonio va a pasar de las fiestas más exclusivas a las jam sessions de free jazz más elusivas donde
el saxofonista va a alternar con los más grandes: Enrico Rava, Don Cherry y,
tiempo al tiempo, Charlie Haden. Consecuencia de su actividad entre bastidores,
va a recibir la llamada de Bernardo Bertolucci para
componer la música de una nueva película: “Me dijo: 'No quiero que la música
sea demasiado Hollywood o demasiado
europea, un término medio”. El último tango en París proporcionó
a Gato Barbieri fama, dinero y algún quebradero de cabeza, tras ser acusado de
traición por el maestro Astor Piazzolla: “Supongo
que se sintió herido en su orgullo porque Bernardo me encargó el trabajo a mí y
no a él”.
Situado en la cumbre de la popularidad, Barbieri posa desnudo
para Alicia D'Amico. Su sonido exasperado le ha convertido en el sucesor al
trono de John Coltrane: “Cuando toco el saxo toco la furia, la
confusión…”. Sus discos-proclama se venden como
churros: The Third World, Chapter One: Latin America (1973), Chapter Two: hasta siempre (1973), Chapter Three: viva Emiliano Zapata (1974), Chapter Four: Alive in New York (1975)…
Con Caliente (1976) quedan en
evidencia los cambios operados en el saxofonista que, ahora, se esconde bajo el
paraguas de su nuevo productor, Herb Albert: “Gato Barbieri irrumpió en el
mundo del jazz como una bengala”, escribía José Ramón Rubio en EL PAÍS.
“Entonces la bengala llegó a lo alto, estalló y se convirtió en lo que se
convierten las bengalas: en nada”.
Y llega el silencio. Van a ser décadas de oscuridad, enfermedad
y adicciones varias. Alejado de los escenarios, Barbieri se ve acosado por la
ceguera, producto de la degeneración macular, y la depresión, tras el
fallecimiento inesperado de Michelle. Su apartamento frente a Central Park,
atestigua Basabilbaso, contenía más píldoras y medicamentos que la mayoría de
las farmacias. Para más inri, ha perdido sus dientes:
“Unos los perdí, los otros se los comió el perro, hijo de puta”.
Un repaso somero a la hemeroteca, por lo que toca a sus
apariciones públicas no muy frecuentes en nuestro país, deja tras de sí un
panorama desolador. San Sebastián y Madrid fueron escenarios de otros tantos
escándalos por parte de un respetable que pudo sentirse estafado ante la falta
de profesionalidad del artista. Un tema que, con bastante probabilidad, no
preocupaba al interesado.
“¿Y cómo le gustaría ser recordado?”, le pregunta Teodelina
Basabilbaso. “Oh no, no me importa”, fue su respuesta.
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