Jorge Cadavid Bogotá, 2016 Fotografía de Triunfo Arciniegas |
Juan Felipe Robledo
LA
POESÍA DE JORGE CADAVID
LAS HUELLAS DEL PENSAMIENTO
Y EL LENGUAJE DE LA
BREVEDAD
La
poesía de Jorge Cadavid (1962) manifiesta una vocación por decir lo esencial en
un lenguaje austero, creando un mundo que nace de un ojo que se detiene en el
detalle amado, y sus versos tienen una acendrada vocación por lo reflexivo y,
al mismo tiempo, permiten la creación de un espacio privilegiado para la imagen
desnuda, que le da a su mundo poético esa desnudez y encanto propio que los lectores
de poesía han valorado en los últimos años.
En
sus poemas nos encontramos con un universo habitado por asombros y certezas,
resultado de un hondo bucear en las posibilidades y límites del lenguaje para
decir aquello que apenas sospechan las palabras que puede ser dicho, y nos
ofrece una visión religiosa del mundo, más allá de cualquier definición
doctrinal: pretende hacer que el ojo se pasee por la naturaleza y nos devuelve
a nosotros plenos del mundo y, al mismo tiempo, nos hace penetrar en aquello que
nos constituye de manera más íntima.
La
naturaleza que se hace cultura o la cultura transmutada en realidad natural es
uno de los asuntos y ejes temáticos más apasionantes que recorren la voluntad
de composición de los poemas de Jorge Cadavid, y en sus textos podemos
descubrir una de los más hermosas y sugestivas insinuaciones que esta poesía
del despojamiento y la imaginación, la atención cuidadosa del botánico y la
labor del poeta, identificadas y comprendidas con sus matices, nos ofrece.
La
voluntaria humildad de esta mirada poética, la forma como se detiene en las en
apariencia sencillas cosas del mundo no puede llevarnos a engaño: se trata del
camino del austero observador que no quiere prescindir de ningún elemento para
dar cuenta de la naturaleza íntima del mundo, y así mostrarnos su fundamental
misterio.
El poeta sabe que la realidad toda está habitada por
presencias que su mente no puede mostrar del todo, pero de otra forma está
convencido de la capacidad que tienen las palabras para convocar esa zona de
opacidad en la cual se define la lucha del poema por hablar de lo indecible,
aquello que está frente a nosotros y no sabemos ver, sino gracias al poder de
convocación del lenguaje.
Uno de los atributos esenciales de esta poesía es que se
sirve de la inteligencia pero siempre reconociendo que lo decisivo no se
resuelve por un simple acto de cognición, y le permite al lector vislumbrar ese
sitio único, alado, en el que lo esencial parece ofrecernos otra nueva
conquista cada vez, una que no es reductible a los logros del pensamiento,
aunque se ha valido de ellos para llegar a ser en el mundo. Convocando la
visión de una de las Adagia de Wallace Stevens, la poesía de Jorge Cadavid
pareciera responder a este aserto: “El poeta representa la mente en el acto de
defendernos de ella misma.”
La lección de la poesía china y japonesa, la lectura de los
místicos alemanes y flamencos, los nombres luminosos de Angelus Silesius y
Matsuo Basho, la poesía sufí, son las fuentes de las que beben los poemas de
Jorge Cadavid, pero esta poderosa tradición de la reflexión y la contemplación
no agota sus semilleros creativos. En sus
versos conviven las artes del botánico y el naturalista, la paciencia
del hortelano y la pericia del orfebre, en ese sugestivo y silencioso tejido
que se va desplegando frente al lector, y que lo hace sentir cerca a una
palabra leve, cantarina, luminosa, capaz de ofrecerle un rostro inédito de la
realidad y llevarlo a disfrutar de la placidez y la alegría que trae “el viento
en los álamos del río”, tal y como lo cantara don Antonio Machado.
Bogotá, 23 de abril de 2016
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