Evans y Hemingway: tres semanas en La Habana
Sale a la venta un lote de fotografías tomadas por Walker Evans en Cuba, rescatado del olvido entre las pertenencias del escritor americano
30 NOV 2017 - 11:17 COT
“Tengo algunas fotografías listas para esta noche, y tendré más para mañana”, escribía por telegrama Walker Evans a Ernest Hemingway. Fue breve el encuentro de estos dos grandes colosos de las artes americanas y ocurrió en La Habana en 1933. Duró tan solo tres semanas. Lo suficiente, en aquellos días cargados de tensión política y largas noches empapadas en alcohol, para que dejará huella en el estilo creativo y en la memoria de ambos.
Durante su estancia en Cuba, Evans (St. Louis, 1903- Connecticut, 1975) tomó 400 imágenes, de las cuales cuarenta y seis permanecieron bajo la custodia del escritor, en su casa de Key West, Florida. Rescatadas del olvido hace solo unos años, estas fotos vintage, reveladas en Cuba, han sido puestas a la venta por De Wolfe and Wood Rare Books y Michael Brown Rare Books. Pertenecen a Benjamin Bruce, hijo de Telly Otto Bruce, gran amigo y empleado del escritor estadounidense. Las imágenes representan una fase muy importante en la maduración de Evans como artista, forjarían el estilo que alimentó a la fotografía americana documental. “Hemingway marchó a España para aprender a escribir; fue en las calles de La Habana donde Evans logró encajar el estilo y la materia para encontrar su propio camino como fotógrafo. La Habana fue la España de Evans. Como veremos fue también su París”, destaca Judith Keller en una cita que incluye el catálogo que acompaña a la colección. Se espera alcanzar un total de 850.000 dólares (716.500 euros) por la venta de todo el conjunto.
Evans tenía treinta años aquella primavera en la que llegó a La Habana con el encargo de tomar imágenes para ilustrar The Crime of Cuba, un controvertido libro escrito por Carleton Beals, en el que se evidenciaba la tiranía y la corrupción del presidente Gerardo Machado. La tarea suponía una importante oportunidad y un reto para el fotógrafo, quien asentado en Nueva York apenas lograba subsistir con su arte. La brutalidad del régimen estaba alcanzando su clímax y la tensión se respiraba en la calle plagada de soldados armados, pero aun así, el joven fotógrafo quedó cautivado por la vitalidad y la estética del lugar. “Cuando uno se mantiene perplejo”, escribía Evans en su diario, “se percata más de las cosas, como en una borrachera. Me mantuve borracho de aquella ciudad nueva durante días”.
Contaba Guillermo Cabrera Infante que tras conocerse el fotógrafo y el escritor “se encerraron a beber ron (en el hotel Ambos Mundos) durante diez días que estremecieron a Bacardí”. Apócrifa o no la anécdota, se sabe que los artistas se conocieron por casualidad y que bebieron en cuantía durante al menos tres semanas. Hemingway llevaba más de un mes en Cuba, había llegado en el Anita, su barco, con la intención de pescar y trabajar en varios de sus manuscritos. Fue el escritor quien le prestó a Evans veinticinco dólares para poder alargar su estancia durante una semana más en la ciudad.
Pesé a las largas noche, Evans trabajó intensamente recorriendo las calles principales de la ciudad y sus arrabales. “El conjunto constituye un diccionario visual de Cuba en 1933; de sus gentes, de su diversidad étnica, sus tiendas, sus profesiones, la estética y el sentir de sus calles y su vida urbana”, apunta Michael Brown, autor del texto del catálogo. En ellas se percibe la influencia del fotógrafo francés Eugène Atget a quien Evans había descubierto en sus años en París. El ojo de Evans diseccionaba las calles desentrañando su lírica a través de una minuciosa búsqueda del detalle. El lote a la venta también incluye algunas de las fotografías que el americano tomó de otras que bajo el anonimato eran publicadas en la prensa local; cuerpo mutilados, estudiantes encarcelados y policías reprimiendo protestas, entre ellas. “Un acto cuasi-postmodernista de apropiación, que ofrecía las evidencia más palpable de la crueldad del régimen de Machado”, según Brown. Sin embargó, no tomó ningún retrato del carismático escritor. “Fotográficamente hablando, el rostro de un famoso es un cliché”, diría Evans. Conmemoraría su encuentro con dos imágenes de dos cines donde se proyectaba Adiós a la armas.
“Es bastante probable que Hemingway y su escritura influyesen en la obra del Evans de aquel momento”, apunta Keller. Reconocido ya por su estilo conciso y sin adornos, el escritor trabajaba entonces en su novela Tener o no tener, y muchas de las imágenes de Evans reflejan la inquietud política que sirve de fondo para la novela.
No existe evidencia en las imágenes de que el fotógrafo se viera bajo alguna amenaza política sería, sin embargo, en el transcurso de esos días, Evans sintió la necesidad de poner sus copias a salvo bajo la custodia del escritor. Así, las imágenes salieron de Cuba en el Anita y fueron a parar al domicilio de Hemingway en Key West, donde permanecieron hasta después de su ruptura con su segunda mujer, Pauline Pfeiffer, cuando fueron trasladadas a un trastero en el Sloppy Joe´s, uno de sus bares más famosos de la ciudad.
Evans y Hemingway nunca más volvieron a verse. “Los dos trabajábamos en contra de Machado” diría más tarde el novelista, no sin cierta fanfarronería, recordando a Evans como a un “chaval agradable” que hacía “fotografías hermosas”. “En mí existía una atracción instintiva hacía él, y él lo sabía”, recordaba Evans. “Pero me mantenía receloso. Era muy reservado- no es esa la palabra- era alguien difícil a quien acercarse. Pero en cierto modo lo hice. Yo le consideraba un gran artista por entonces y a él le encantaba ese reconocimiento... Era un hombre muy inteligente, muy sensible. Pero decidí instintivamente mantener una distancia, y no continuar mi amistad con él”.
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