miércoles, 3 de abril de 2019

Rafael Sánchez Ferlosio / Más años malos y todos ciegos


Rafael Sánchez Ferlosio
Foto de Carlos Rosillo

Más años malos y todos ciegos

Recuerdo de un encuentro con Rafael Sánchez Ferlosio, un escritor que no se parecía a ninguno


Carlos Boyero
1 de abril de 2019

No recuerdo exactamente la fecha, pero sí la estupefacción, el rubor y el estremecimiento que me asaltaron cuando me reveló su identidad la persona con la que estaba hablando por teléfono. Tal vez fuera el año 93 o el 94. Me encontraba en la redacción de El Mundoreponiéndome de la intensidad y el tono incendiario de un debate sobre la televisión en un programa en Telemadridque presentaba y dirigía Victoria Prego. Creo que salieron de mi indignada y sarcástica boca opiniones tan convencidas como destroyers sobre el estado y los contenidos de las televisiones y las respuestas de productores y ejecutivos de esos medios mostraban lógicamente su escándalo ante lo que yo expresaba. El único que parecía divertirse con esa batalla dialéctica era el irónico y muy sabio Chicho Ibáñez Serrador. Atendí con desgana inicial la llamada de ese desconocido. La voz era la de un señor mayor. Me comentó que estaba de acuerdo con lo que había contado en ese programa y que leía con notable interés los artículos sobre la televisión (en realidad nunca han sido, ni son, ni serán sobre lo que emite ese aparato) que escribía en el periódico.
Y me sugirió con timidez y mucha educación si podríamos conocernos y hablar un rato. Extrañamente, ya que no acostumbro a quedar con desconocidos, le contesté que sí. Y le pregunté su nombre. Me contó que se llamaba Rafael Sanchez Ferlosio. En ese momento la cabeza me empezó a dar vueltas, temí que se me cayera el teléfono de la mano, me pasaron cosas muy extrañas Él representaba mi mitomanía con causa, admiraba profundamente (aunque a veces me costara esfuerzo entenderle) su obra, me sentía deslumbrado por su inteligencia, su cultura, su heterodoxia, sus conclusiones demoledoras, la libertad de su pensamiento y de su espíritu. Su escritura es un género. Al que se acude con fervor. Sean novelas, relatos, ensayos, o artículos publicados en la prensa. Los dos que me han impresionado y deleitado siempre como lector de periódicos son uno de Ferlosio, publicado en EL PAÍS y titulado corrosivamente “La cultura, ese invento del Gobierno”, y otro de Fernando Savater, publicado en la fenecida revista Cuadernos para el diálogo, que tituló “La cultura como forma de hastío“.
Cuando me repuse del maravilloso susto de conocer su identidad creo haberle dicho que para mí era un honor conocerle y que a su disposición quedaba. Me citó en el café Comercial. Me sentía muy nervioso. Apareció con aire de despiste y en zapatillas. Eran las cuatro de la tarde y nos despedimos de noche. Al presentarnos me conmovió que me dijera: “Discúlpeme, pero me he permitido el atrevimiento de traerle un par de libros míos y fotocopias de los artículos que he escrito sobre la televisión. Esos libros eran el imprescindible Ensayos y artículos y otro que amo especialmente Vendrán más años malos y nos harán más ciegos. Ya los tenía en un lugar privilegiado de mi biblioteca, por supuesto, pero me dio vergüenza decírselo. Y hablamos de muchas cosas, incluido el amor común que sentíamos por la literatura negra y detectivesca, y de cuestiones personales, también de las adicciones que habíamos tenido a diversas sustancias en algún momento de nuestras vidas. La interminable, divertida e inolvidable conversación a lo largo de cuatro o cinco horas era fluida, maliciosa, humorística, cálida y natural. Al despedirnos me invitó a visitar un fin de semana Coria, para enseñarme el pino más antiguo de España. No volvimos a vernos. Mejor. Quedé tan agradecido como fascinado. Guardo como oro en paño aquel encuentro. Y se me pone un nudo en la garganta al saber que jamás volveré a leer nada nuevo de un escritor y pensador que no se parecía a ninguno, de este hombre libre.


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