“El Brexit es el ejemplo de la estupidez con la que se maneja el destino”
William Boyd publica 'El amor es ciego', un recorrido por la vida ficticia de un afinador de pianos que nace en Escocia y sufre y vive por el mundo las vicisitudes de la condición humana
Madrid, 7 de abril de 2019
William Boyd vive en una casa grande de Chelsea. Escribe en un cuarto en el que caben él, una mesa donde redacta a mano y otra donde pasa a limpio. Por el suelo están los libros que han de servirle para sus tres o cuatro “proyectos próximos”. En la mesa de escribir está todo lo que se puede saber de la CIA e Hispanoamérica, que es lo que ahora arde en su imaginación. Y ahora puede leerse en español El amor es ciego (Alfaguara, como todos los suyos), un recorrido por la vida ficticia de un afinador de pianos que nace en Escocia (como los padres de Boyd) y sufre y vive por el mundo las vicisitudes de la condición humana. En algún momento toca en la puerta de la desgracia, como el personaje de El extranjero de Albert Camus. En el salón donde hablamos hay otra colección de libros. Entre ellos los propios y los que escribió Ian Fleming, a partir de los cuales Boyd escribió Solo, la novela que le encargaron para proseguir la vida ficticia de James Bond.
Boyd nació en 1952 en Ghana. Un buen hombre en África y Las aventuras de un hombre cualquiera están entre sus novelas. La suerte y la mala suerte son sus asuntos. Y también aquí, en El amor es ciego. De eso hablamos en el salón de la casa.
Pregunta. Su personaje, Brodie Moncour, es afinador de pianos, busca la felicidad del sonido. Y, como en la novela de Camus, pronto toca a la puerta de la desgracia.
Respuesta. Tiene tuberculosis, como Anton Chéjov, Keats, las hermanas Brönte o Robert Louis Stevenson, el otro espectro literario que está en el trasfondo del libro. Pesa sobre él esa sentencia de muerte. De ahí el arrebato de amor por la protagonista, Lika, una cantante de ópera, la mujer de Kilbarron, el pianista para el que Brodie trabaja. Lo que padece Brodie es arrebato: se le está yendo la cabeza, eso es parte de la enfermedad. Según te va atenazando y empiezas a morirte, pierdes contacto con la realidad.
P. Llega a matar en duelo a Kilbarron.
R. Lo impulsan fuerzas que no tienen que ver con el sentido común. Se encuentra en un estado en el que hará cualquier cosa por Lika, se ha vuelto loco por amor. No importa el peligro que entrañe. El arrebato le ha levantado los pies del suelo y su cerebro ya no rige.
P. Brodie está rodeado de imperfecciones, pero aprende a hacer que el piano suene perfecto.
R. El afinador juega un papel crucial para que el piano tenga su efecto. Conocí a un afinador de la Royal Academy of Music de Londres, Clive Ackroyd. Asiste a conciertos y su oído advierte pronto que el piano está ya desafinado.
P. Brodie huye de la sombra perversa de John Kilbarron, al que ha matado, y de su hermano Malachi, que lo persigue por el mundo en busca de Lika, que se ha ido con él… Y en su última llamada a la puerta de la desgracia le toca afinar un piano que ya no da más de sí. Será su último piano.
R. Es cierto. El piano que ponen a su disposición en Trieste es imposible de afinar, y es la última vez que toca un piano…
P. Y se va, como Gauguin, al destierro, a una isla alejada del mundo, a recibir las últimas noticias de Lika…
R. Stevenson también hizo ese viaje. Nacido en Edimburgo, acabó su vida en Samoa. Hay una suerte de viaje stevensoniano en el que se embarca Brodie. Por eso lo mandé a la isla de Andeman, tan alejada, como forma de replicar el trayecto de Gauguin a Tahití o de Stevenson a Samoa, hombres europeos que se buscan a sí mismos, que hallan su destino al final de sus vidas en lugares de lo más remotos y exóticos.
P. La novela es sobre la condición humana, la soledad, la muerte, la fama, el mal… ¿Concibió la novela como un vehículo para presentar todas estas metáforas de la condición humana?
R. Contar la vida entera de Brodie engloba el ser humano. Lo he hecho en otras novelas. Según voy construyendo la historia e inventando los personajes, estos temas asoman de modo inevitable, en particular las ideas de buena y mala suerte. El destino de una persona es el agregado de su buena y de su mala suerte. Tu capacidad de alegría es algo muy frágil, porque con una pizca de mala suerte se puede ir todo al garete. Eso hace que tomes la situación presente de tu vida, sea la que sea, y la disfrutes mientras dura. Para mí es una forma muy positiva de mirar esta extraña vida nuestra.
P. La novela ocurre cuando acaba el siglo XIX y los personajes se preguntan qué pasara en el XX.
R. El gran cambio de siglo no pasa hasta 1914, cuando comenzó la I Guerra Mundial. Encendió la mecha un asesino en Sarajevo, fue un hecho azaroso, muy desafortunado. Si el archiduque no hubiera hecho ese viaje, si el conductor no se hubiera despistado, si el asesino se hubiera ido antes de la panadería… Este es un ejemplo para mí de lo azaroso que es el universo y eso es de alguna forma lo que le pasó al siglo XIX…
“La alegría es frágil, con una pizca de mala suerte se puede ir todo al garete”
P. Y al siglo XX…
R. ¡Y al XXI! Fíjese en el Brexit. He aquí un ejemplo de la estupidez aleatoria con la que se maneja el destino. El terror que sentía David Cameron le llevó a ofrecer un referéndum que creía que ganaría fácilmente. Ese acto de estupidez complaciente desgarra ahora a este país. En el pasado lo hemos hecho. La I Guerra Mundial es un ejemplo. Llegó Hitler después, con su resentimiento por el tratado de París, creó el partido nazi, fue canciller por pura suerte, vino la II Guerra Mundial y hoy aún vivimos las consecuencias de ambas guerras.
P. ¿Por qué los británicos tocaron a la puerta de su desgracia?
R. Elegimos para que los políticos tomen decisiones. Y la gente aquí aprovechó que se convocó un referéndum para expresar sus otras frustraciones. No piensan en la unión aduanera, en la frontera irlandesa, tampoco en la inmigración. Están enfadados con el mundo y dicen: “¡Que os jodan!”. Creo que es el gran error y que no volveremos a tener otro referéndum en este país en muchísimo tiempo.
P. Tenemos en España el problema de otro referéndum, en Cataluña.
R. Y lo tuvimos en Escocia. La independencia, sobre todo en los países pequeños, es un sueño apasionado, no es un argumento razonado. Escribí contra la independencia de Escocia, somos demasiado pequeños, no tenemos medios para pagar nada. Habría sido nuestra bancarrota. Sospecho que algo parecido ocurre con Cataluña. Un máximo de autonomía es mejor que la independencia.
P. Una araña que lucha por salvarse en un baño es una metáfora en su novela.
R. Es un famoso mito escocés este de la araña. Un rey escocés, Roberto I, fue derrotado en el siglo XIII o XIV, se escondió, todo le fue mal, y la leyenda dice que estaba oculto en una cueva y vio a una araña que trataba de tejer su tela. El rey se inspiró en eso, y yo lo aplico a la situación de Brodie cuando se lamenta que el demonio le pisa los talones... Es un eco que resulta muy familiar a los escoceses.
P. Y a la historia.
R. Y a la historia.
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