Rafael Sánchez Ferlosio: la embestida del jabalí
El que sienta la intriga de ver funcionar a toda máquina la inteligencia de larga zancada e implacable del autor tiene sus 'Ensayos reunidos'
Jordi Gracia
1 de abril de 2019
La obstinación monomaníaca y la ira diferida y a la vez explosiva anduvieron de la mano desde el primer atisbo de una voz literaria tan insólita como única. Nadie lo encontraba en enero de 1956 para decirle que El Jarama había ganado el premio más importante de novela en España, el Nadal, y lo había hecho por unanimidad por primera vez en su historia. Probablemente andaba perdido con su novia Carmen Martín Gaite por tierras de Andalucía, cuando ya había dejado a todos, empezando por su padre Rafael Sánchez Mazas, boquiabiertos con las cabriolas subversivas de su delicada imaginación en Las industrias y andanzas de Alfanhuí... Hasta que se cansó, de sí mismo y de los demás, de la pantomima de la vida literaria y la celebración efusiva de todos, de las entrevistas y los camelos de la fama. Rafael Sánchez Ferlosio —fallecido hoy a los 91 años— se abroncaba a sí mismo para evitar incurrir en la especie aborrecida del literato y se autoprogramó contra la enfermedad de la petulancia intelectual y las pretensiones extraviadas de ser algo o alguien: vino a ser la contrafigura óptima del literato profesional, Camilo José Cela.
Del encierro en sí mismo saldría cambiado y temiblemente armado desde los años setenta con artilugios lingüísticos y argumentos teóricos sin freno. De esa disposición anímica para la persecución obstinada del matiz y de la idea ofrecería paradojas y digresiones luminosas en Las semanas del jardín para no dejar ya de crecer su figura pública e involuntaria de sabio críptico, de tejedor de palabras sin jersey alguno que fabricar, de lento rumiante caprichoso y desmedido que no suelta un asunto, un tema, una cita, un refrán hasta agotarlo (o agotarse). Ese ensayista fue ultraminoritario pero favorecido por la buena fama de los happy few.
Su voz narrativa de juventud no tuvo nada que ver ya con el ensayista que restalló en democracia con furia y disciplina, o como el jabalí que embiste por su cuenta, tal como había defendido en algún artículo juvenil. La embestida del jabalí regresó en su edad madura y posiblemente sea la hebra más potente para conectar con los nuevos lectores radicales, nunca tan radicales como él, cuando abordó los secretos de la pasión de conocer sin ceder a las frases hechas, sin dejar de exprimir cada rincón de una declaración política o de un refrán heredado, cada quiebra de incoherencia en un argumento aparentemente irrefutable. La confabulación de la fratría de amigos (Juan Benet, Juan García Hortelano, Jesús Aguirre) algo tuvo que ver en la imperiosa aparición de nada menos que cuatro libros de una sola tocada en 1986. Javier Pradera emplazó a semejante desembarco a Ferlosio para sacar en Alianza editorial Mientras no cambien los dioses, nada ha cambiado, otro ensayo nacido de unas declaraciones inquietantes de Felipe González, Campo de Marte 1. El ejército nacional, y aun el extracto de una novela inacabable e inacabada que encontró una fijación parcial en El testimonio de Yarfoz: parecía un meteorito caído de otro cielo reflexivo en medio de la introspección burguesa de la nueva novela democrática. El escritor de batalla no se agotó ahí porque ese mismo año de 1986 las ediciones de EL PAÍS publicaban reunido su abundante articulismo guerrillero, a bayoneta calada, en La homilía del ratón.
De sus más altas batallas contra la hipocresía y la autocomplacencia, contra los tópicos y el pensar desiderativo en lugar de racional puede que queden, sobre todo, las iluminaciones feroces, humorísticas y también amargas, de un libro lapidario como fue en 1993 Vendrán más años malos y nos harán más ciegos. Pero el que sienta la intriga de ver funcionar a toda máquina y sin límites una inteligencia de larga zancada e implacable consigo mismo y con los demás, tiene en cuatro espléndidos volúmenes de la editorial Debate sus Ensayos reunidos. Ahí le espera su lectura hipercrítica sobre las hazañas españolas en Esas Yndias equivocadas y malditas, en 1994, o le aguarda la pelea contra la lógica armantentísica o las diatribas más ácidas y ásperas que los sucesivos gobiernos socialistas recibieron en la prensa española entre los años ochenta y noventa.
Para desengrasar siempre podrá volver a la intermitencia fulgurante de un subgénero mayor, el pecio de sus amores, reunidos todos en Campo de retamas, 2015, aunque fuese bajo aviso preventivo, como escribió en uno de ellos: “Ojo conmigo”.
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