Michel Houellebecq
PLATEFORME
El sueño de los talibán
'Nous abordions le survol de l'Afghanistan. Par le hublot, on ne distinguait évidemment qu'un noir total. De toute façon les talibans devaient être couchés, et mariner dans leur crasse. 'Bonne nuit, les talibans, bonne nuit... Faites de beaux rêves...', murmurai-je avant d'avaler un deuxième somnifère'. (Plateforme, de Michel Houellebecq. Flammarion, 2001. 370 pàgs. 131,20 francos).
Plateforme, la tercera novela de Michel Houellebecq, salió a la venta en Francia el 24 de agosto. A la semana siguiente, los papeles se cebaban con el autor: petenista, sionista, polígamo, pedófilo, estalinista, reaccionario. Éstos y otros no menos cariñosos sanbenitos le endilgaron. Flammarion, el editor, debe de estar encantado, porque sin gastarse cuatro perras en la promoción del libro lleva ya vendidos, en tan sólo un mes, cerca de 300.000 ejemplares. El sábado por la noche, encerrado en un hotel de las afueras de Vicenza (¡Viva la patria delbaccalà!) me lo leí de un tirón.
Acaba de salir en Francia 'Plateforme', la última novela de Houellebecq. El mundo de los talibán es el escenario de fondo
El protagonista se llama Michel, como el autor, tiene más o menos su misma edad (43 años) y es funcionario del Ministerio de Cultura francés, sección artes plásticas. Cuando comienza la novela, el padre del protagonista acaba de morir asesinado por un árabe musulmán hermano de Aïcha, la moza que iba a limpiarle la casa al viejo y con el que fornicaba, sin mediar presión alguna. O sea que, nada más empezar la novela, nos encontramos ya con 'un horrible brute arabo-musulmane' (el hermano de Aïcha). Michel hereda un pastón, y en vez de sentar cabeza -'je ne crois pas à cette théorie selon laquelle on devient réellement adulte', dice Michel-, se toma unas vacaciones y se sube a un avión con destino Bangkok. Michel se va a Bangkok a follar con las jóvenes putas tailandesas, a que se la chupen las putillas tailandesas, las cuales, a diferencia de las mujeres francesas, gozan de una 'sexualité intacte', de una generosidad en las relaciones sexuales de la que, al parecer, carecen sus compatriotas.
Entre el grupo que viaja con él a Bangkok figura Valérie, una ejecutiva de una empresa de turismo con la que Michel se liará a su regreso a París. En Valérie, Michel encontrará aquella 'sexualité intacte', aquella generosidad de las putillas tailandesas que no hallaba en sus compatriotas. Vamos, que Valérie se convierte en la mujer, en el gran amor de su vida (afortunadamente compartido). Michel, Valérie y Jean-Yves, un compañero de ésta, se juntan para crear una nueva fórmula de viaje turístico. En realidad se trata de añadir un plus sexual, debidamente camuflado pero al mismo tiempo lo suficientemente reconocible, a ciertos viajes tradicionales. ¿Por qué obligar a un turista que se quiere acostar con una putilla tailandesa o una jinetera cubana a alquilar una habitación cuando se la puede llevar a su hotel? ¿Y las ordenanzas, qué hacemos con las ordenanzas, con las autoridades locales? Muy sencillo: se les paga. Con dinero todo se arregla.
Y el negocio funciona, funciona de maravilla. Los occidentales compran esa 'sexualité intacte' que les falta a sus compatriotas -sean machos o hembras-, y los putos y putillas tailandeses y los jineteros y jineteras cubanos venden lo que les sobra a cambio de un dinero con que poder comprar lo que les falte, empezando por la comida. Turismo, prostitución, ¿dónde está la diferencia? Como dice Michel: 'Qu'est ce qui n'est pas touristique?'.
Pero si bien la prostitución es eterna, llega un momento en que el turismo y las novelas se acaban. Y la de Houellebecq se acaba con la muerte de Valérie asesinada por un grupo de terroristas musulmanes radicales, al parecer poco partidarios del turismo sexual. Tras la muerte de la mujer de su vida, Michel se instala en Bangkok, a dejarse morir.
Se habrán fijado que la novela empieza y termina con dos asesinatos, ambos cometidos por musulmanes. Y es que a Michel Houellebecq el tema del Islam y de los musulmanes le mola cantidad. En un momento de su relato aparece un personaje, un egipcio, bioquímico de profesión, emigrado a Inglaterra, el cual afirma que el Islam sólo podía nacer en un desierto estúpido, en medio de beduinos piojosos que no tenían otra cosa que hacer 'que d'enculer les chameaux'. El egipcio se deshace luego en piropos sobre su antepasada Cleopatra, al tiempo que echa pestes sobre las mujeres musulmanas, 'des gros tas de graisse informes qui se dissimulent sous les torchons'. Mujeres, dice, que una vez que se han casado no hacen otra cosa que comer. 'Elles bouffent, elles bouffent, elles bouffent!'. El Islam, el desierto, lleno de escorpiones, de camellos, de toda clase de animales salvajes, que sólo puede atraer a los occidentales que sean pederastas, aventureros o crápulas, 'comme ce ridicule colonel Lawrence, homosexuel, décadent, poseur pathétique', manifiesta indignado el bioquímico egipcio.
En otro momento del relato, Houellebecq introduce otro personaje, un banquero jordano, el cual afirma que el sistema musulmán está destinado al fracaso, que el capitalismo acabará venciendo, si no ha vencido ya. Hablando de los jóvenes musulmanes, el banquero jordano dice: 'L'agressivité de certains n'était qu'une marque de jalousie impuissante; heureusement, ils sont de plus en plus nombreux à tourner carrément le dos à l'Islam'. Qué necesidad hay de convertirse en un mártir para ser recompensado -en la otra vida- con 72 vírgenes cuando uno puede conseguirlas en ésta con unos cientos de barriles de petróleo convertidos en dólares. Tal es la filosofía del banquero jordano, víctima en su juventud del islamismo.
Tras los atentados terroristas del 11 de septiembre, no me extrañaría que la novela de Houellebecq aumentase considerablemente sus ventas. Y eso sin hablar de las traducciones a diversos idiomas (¿quién la editará aquí?, ¿Anagrama, como ya hizo con su anterior novela?), las cuales, visto el panorama internacional, pintan la mar de bien. Conozco a más de uno que le va a encantar la satisfacción que siente el protagonista, huérfano, viudo de su gran amor, cada vez que un comando del ejército israelí asesina a una mujer palestina preñada o a alguno de sus críos. El odio y la venganza son humanos, aunque Michel Houellebecq, al contrario del protagonista de su novela, dice no sentir odio ni venganza hacia nadie.
Y mientras Michel Houellebeq, Michel el justo, lee a Musset en su casita de la isla irlandesa de Bere, en compañía de su esposa Marie-Pierre y de su perro Clément, los talibanes, durmientes o no, siguen soñando: 'Faites de beaus rêves, les talibans'.
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