sábado, 23 de diciembre de 2017

Julio Ramón Ribeyro / Contar lo minúsculo



Contar lo minúsculo

Julio Ramón Ribeyro convirtió lo personal en gesta. Una biografía nos hace entender que no es hombre de listas

 20 ENE 2015 - 20:13 CET

Julio Ramón Ribeyro visto por Sciammarella.
Fíjense en el caso de Julio Ramón Ribeyro. ¿Quién le iba a decir que un conjunto de apuntes sobre la existencia cotidiana se convertiría en el núcleo de su obra? Lo periférico transformándose en central, como en la vida. Si además lo periférico lleva por título La tentación del fracaso, no hay mucho más que añadir, gran título. Entonces, y para aligerar, demos por supuesto que Ribeyro es uno de los grandes del siglo XX, aunque probablemente no figure en ningún ranking de los diez primeros. También es verdad que si le preguntas al autor del ranking se golpeará la frente:
—¡Ah, sí, Ribeyro!
Te dirá que claro, que habría que hacerle un hueco como a un pariente llegado de provincias. Pero quizá a continuación se corrija. Después de todo, qué rayos hace Ribeyro en una lista. Pues lo mismo que haría Felisberto Hernández recibiendo el Nobel: el ridículo. Pasa algo raro con Ribeyro. Quizá usted no lo haya leído. Después de todo es peruano y, para literatura peruana, tenemos a Vargas Llosa. Ya se sabe: de Madrid, el cocido; de Valencia, la paella; de México, Octavio Paz, y así de forma sucesiva, para probar un poco de todo.
Bueno, pues Ribeyro escribió, entre otros libros, el titulado La tentación del fracaso. Lo escribía mientras fracasaba, como si hubiera caído en ella. El libro es una contabilidad de lo minúsculo. Aquí el debe, aquí el haber, que casi nunca cuadran. Lo que hacía un lunes cualquiera: fumar, beber, ir del dormitorio a la cocina y de la cocina al salón. Darle vueltas al asunto este de la literatura, en qué rayos consiste escribir, por qué el éxito, por qué no. Un poco también del trabajo: Ribeyro fue funcionario toda la vida. Un funcionario arquetípico: fumaba sin parar, bebía café, mucho, y tomaba cantidades legendarias de alcohol. Otro poco de la familia: el hijo (Julito), la esposa (Alida), quizá también los padres, los hermanos, no sé, tengo la última lectura un poco antigua.

Vivía dentro de su propio negociado como el subsecretario vive en el suyo. No hay nada que contar, en fin. Pero él lo cuenta de un modo estremecedor en La tentación del fracaso
Todos estos asuntos de carácter doméstico, una vez sumados y por obra y gracia de una prosa infrecuente, devienen en una verdadera gesta. La pereza de Ribeyro es homérica; sus miedos, sobrehumanos; su perplejidad, titánica. No puedes cerrar el libro una vez abierto, aunque sea fiesta de guardar. Es una vida apasionante en su insignificancia. Porque están las enfermedades también, se nos habían olvidado las enfermedades. Ese dolor fantasma del hipocondriaco que cada día se manifiesta en una de las habitaciones del cuerpo. Están las malas digestiones, metáfora muchas veces del arrepentimiento. El ardor de estómago, el reflujo gastroesofágico, todo eso, en fin, con sus remedios, sus intervenciones, con su procedimiento para evitarlo o aminorarlo.
Esa es la biografía de Ribeyro. No estuvo en la guerra, no cazó elefantes en África, no se tiró en paracaídas. Por no hacer, no hizo ni el Camino de Santiago. Vivía dentro de su propio negociado como el subsecretario vive en el suyo. No hay nada que contar, en fin. Pero él lo cuenta de un modo estremecedor en La tentación del fracaso, y ahora ha venido a contarlo también Daniel Titinger en Un hombre flaco.

La pereza de Ribeyro es homérica; sus miedos, sobrehumanos; su perplejidad, titánica
Titinger es un periodista de trayectoria cardinal y gran olfato. No ha pretendido escribir una biografía, sino un perfil cuya técnica compite con la del Ribeyro de La tentación del fracaso. Entendámonos: ha puesto el oído en la periferia del autor, esa periferia que se transformó en central. Y nos ha contado, por ejemplo, que Ribeyro tenía un método para cada cosa: un método para fumar, para beber, para comer, un método para apostar a la ruleta... También que sufría de prognatismo, que tenía mala suerte con las erratas, que, según algunos, era un poco psíquico. Titinger nos ha hecho, a base de fragmentos tomados de su viuda, de su hijo, de sus amigos y enemigos, un retrato que no puedes dejar de mirar una vez que has puesto el ojo sobre él. Leyéndolo, comprendemos que Ribeyro no sea un autor de listas.
Un hombre flaco, de Daniel Titinger, ha sido publicado por Ediciones Universidad Diego Portales.



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