Rafael Sánchez Ferlosio |
No excéntrico, sino inadaptado
Sánchez Ferlosio es alérgico a la pose, la impostura, las fórmulas gastadas de la pedagogía política
3 de diciembre de 2017
Uno de los mayores equívocos en torno a Rafael Sánchez Ferlosio es que la idea de su obra es la de un levantador de peso, cuando no es más que la de un patinador (ejercicio, por cierto, al que dedicó muchas horas en su adolescencia). Tanto la halterofilia como el patinaje son una lucha contra la gravedad, pero si la primera (lineal) es un alarde de fuerza con un final previsto, el segundo (zigzagueante) se basa en el equilibrio, y podría no tener fin: importa sobre todo el proceso, el acto de moverse. Una se enfrenta al peso del mundo. El otro, al peso de uno mismo.
Otro de los prejuicios que persiguen al autor de El Jarama es que se trata de un intransigente empeñado en escribir párrafos de dos páginas. Pero basta cruzar dos palabras con él o, sobre todo, leer sin anteojeras (y sin idolatría) sus escritos sobre Alfanhuí, Pinocho, los niños salvajes o su defensa del juego frente al deporte, para entender que el estilo Ferlosio nace siempre de una corrosiva mezcla de timidez y candidez. Despreocupado del futuro, superficial en el mejor sentido, un niño es para Sánchez Ferlosio el que pierde la noción del tiempo jugando, no quien vive pendiente del futuro (no el que quiere ganar, llegar o progresar, el profundo, el adulto). De ahí que ataque el programa orteguiano de "proyecto vital" y que considere "corrupción de menores" una pregunta como: "¿Tú qué quieres ser de mayor?".
Pese al cliché abonado por sus partidarios, su modo de pensar no es tanto el de un excéntrico (raro, huraño, esas cosas que suelen repetirse) como el de un inadaptado (alérgico a la pose, la convención, la impostura, las fórmulas gastadas de la pedagogía política, al grotesco papel de literato). El suyo es el pensamiento de un "niño negativo" que nos recuerda, sin descansar y sin darnos descanso, que el rey está desnudo. Y lo hace, pese al cliché, con una sonrisa soterrada porque el humor es otra constante de su obra: valga pensar en títulos como Naranjito a caballo, Borriquitos con chándal, Qwertyuiop o en la hilarante escena de Manuel Fraga en el río Alberche nadando contra la imparable corriente de la historia tal y como lo imagina en uno de sus libros fundamentales: Mientras no cambien los dioses nada habrá cambiado. Como dice de sí mismo en un pecio famoso, Ferlosio ladra pero no muerde. Eso sí, reniega del humor como género. Cuando se constituye en tal "es que ha resuelto apartarse respetuosamente de las cosas serias a fin de que estas puedan ejercer sin embarazo su petulante tiranía". Ningún niño se toma los juegos a broma.
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