Andrea Camilleri
Sí, novela negra siciliana
BELÉN AYALA9 DIC 2014 - 03:06 COT
Andrea Camilleri fue padre de Salvo Montalbano cuando rondaba los 70 años. Y el niño le nació con 45. El autor ya había escrito varias novelas y el género negro no le resultaba del todo desconocido porque había participado en la serie que la RAI, la televisión pública italiana, había dedicado al inspector Maigret. Pero fue un doble reto el que le hizo colocarse delante de la máquina de escribir: demostrar que Italo Calvino no tenía razón cuando dijo que no se podía ambientar en Sicilia una novela negra; y ver si, por primera vez en su vida, era capaz de escribir algo en orden, cronológicamente desde el primer capítulo hasta el último.
Todo esto lo explica el propio escritor en el prólogo de la edición especial que la editorial Salamandra lanza con los tres primeros casos del comisario. Los casos de Montalbano reúne La forma del agua, El perro de terracota y El ladrón de meriendas, tres textos en los que las piezas del puzzle se van encajando para perfilar al personaje y la forma de contar las historias.
La forma del agua, la primera, es la única de las novelas de la serie que no empieza con Montabano amaneciendo en su casa frente al mar en Marinella. De entrada, encontramos el suceso que el comisario investigará durante todo el libro, el sórdido asesinato del ingeniero Silvio Luparello. Hay que avanzar varias páginas para tener el primer contacto con el protagonista que, además, se presenta en pleno sueño erótico… hasta que le despierta el teléfono. A diferencia de otros detectives literarios, que amanecen con mujeres entre las sábanas, este sueña con una y, encima, es su novia. Pero Montalbano tiene más rasgos que le hacen distinto: es compasivo, prefiere la comida a la bebida, la buena literatura a la música y cree en la dignidad del hombre como ser racional. En esta primera entrega, además, le vamos conociendo mejor por los personajes que le acompañan en sus andanzas por Vigàta y alrededores: el inefable Catarella, el leal Fazio, el incorregible Mimí, el implacable doctor Pasquano y Lívia, la lejana novia de Génova.
Explica Camilleri que después de publicar esta primera historia sintió que se había quedado a medias y que, como no soportaba esa sensación, se dio una segunda oportunidad. Con el tiempo El perro de terracota se ha terminado convirtiendo en su novela favorita de Montalbano.
Según dice, porque es una investigación sobre la memoria, sobre un crimen cometido 50 años antes de que, por accidente, se descubran dos cadáveres en una cueva utilizada sucesivamente como escondite de contrabando durante la Segunda Guerra Mundial y zulo de armas y explosivos en la época contemporánea. En esta segunda novela, la historia comienza al mismo tiempo que un nuevo día, con el comisario dormido en su cama. Así será siempre a partir de ahora. Es aquí, además, donde Camilleri evoca a Manuel Vázquez Montalbán, de quien reconoce que le inspiró el nombre de su comisario, aunque el hecho de que Montalbano fuera un apellido común en Sicilia fue definitivo:
“(…) el comisario estaba leyendo una novela negra de un escritor barcelonés que lo intrigaba enormemente y que tenía su mismo apellido, sólo que españolizado en Montalbán (…)”
Todo debía haber terminado aquí. Camilleri ya se sentía satisfecho con el trabajo y, además, el éxito de sus dos novelas sobre Montalbano le había facilitado la reedición de libros anteriores que de repente habían saltado también a las listas de los más vendidos. Insiste en que nunca pretendió convertirse en escritor de novela negra, pero empezó a recibir cartas de lectores que le pedían, le rogaban, nuevas historias del comisario. Y no pudo resistirse. El ladrón de meriendas, la tercera entrega de la serie, nos ofrece una de las facetas más tiernas y personales de Salvo Montalbano. Su investigación de la desaparición de una inmigrante ilegal se convierte en la obsesión por encontrar a un niño, François, que entra a formar parte de la vida del comisario. Es una historia que se desarrolla con el trasfondo de la desesperación de los que se aventuran en travesías imposibles por el Mediterráneo, donde el propio Montalbano se baña tan a menudo, huyendo de miles de infiernos para llegar a una tierra que nunca tiene nada que ver con lo soñado. Como la mafia, las pateras son algo recurrente en Sicilia. El ladrón de meriendas es triste y amarga, pero a la vez está llena de esperanza.
Han pasado 20 años desde que la primera de estas novelas vio la luz. Desde entonces, Montalbano se ha convertido en una obsesión también para Camilleri. El escritor, a sus 89 años, sigue escribiendo, ahora en un ordenador, y colocando en las estanterías de las librerías nuevas entregas de las aventuras del ya sesentón comisario. Y de vez en cuando también otro tipo de novelas, como las que empezó escribiendo de joven y no conseguía que nadie le editara. En un país que nos ha dado a Boecio, Petrarca, Tomás de Aquino, Dante, Pirandello o Sciascia no puede resultar sorprendente encontrar al prolífico y eminente Camilleri. Y cualquier ocasión es buena para celebrar su obra mientras esperamos nuevos títulos del genial siciliano.
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