La columna de Héctor Abad que explica por qué no se debe usar todos y todas
En esta columna de 2006, el escritor plantea que si usáramos de verdad un lenguaje incluyente, tendríamos que decir no sólo colombianos y colombianas, sino también asesinos y asesinas, borrachos y borrachas, secuestradores y secuestradoras, violadores y violadoras, feos y feas. ¿De verdad les parecería bueno usar el lenguaje así?
¿Colombianos y colombianas, ridículos y ridículas?
En estos días una amiga que aprecio
mucho por su valor e independencia, Florence Thomas, escribió en El Tiempo que
yo era "absolutamente alérgico al lenguaje incluyente". No la
desmiento, lo soy, sobre todo si por lenguaje incluyente se entiende la costumbre
de reemplazar la letra ‘a‘ y la letra ‘o‘ por el signo @ (querid@s amig@s), o
si cada vez que uno dice "ciudadanos" debe añadir también
"ciudadanas".
Dijo también que, a pesar de esta
alergia, tendría que acostumbrarme al lenguaje incluyente (el que no excluye a
las mujeres), "porque es un debate contemporáneo importante que estamos
ganando poco a poco". Y concluyó con una pregunta: "¿Sí o no,
Héctor?" Respondo: No, querida Florence, y voy a tratar de explicar por
qué no.
El género es una
categoría gramatical que no tiene nada que ver con el sexo. Cuando yo digo, por
ejemplo, que "las personas tienen estómago", aunque
"personas" tenga género femenino no estoy excluyendo a los hombres. Y
aunque "estómago" sea masculino de género, lo llevan por dentro los
dos sexos por igual. De hecho el órgano viril por excelencia, suele tener en
castellano género femenino y (excúsenme los oídos castos) puedo citar los casos
de la verga, la polla, la picha y la mondá, cuatro instrumentos idénticos de
género femenino, aunque evidentemente de sexo masculino. Y en España, al menos,
pasa lo inverso con la parte correspondiente de la mujer y, por típicamente
femenino que sea (en cuanto al sexo) el coño, el género de esta palabra es
masculino.
Cita Florence en apoyo de su tesis un
titular de El Tiempo que decía así: "Piden cadena perpetua para violadores
de niños". Thomas se indigna porque la mayoría de las víctimas del delito
de violación son niñas y no niños, y siente que El Tiempo, al escribir niños,
está dejando en la sombra a las niñas, excluyéndolas, negando su sexo, y
propone que el título correcto debería haber sido: "Cadena perpetua para
violadores de niñas y niños". En realidad, si el manual de estilo del
periódico obligara a los periodistas a usar un "lenguaje incluyente",
el título, más exacto, tendría que decir: "Cadena perpetua para violadores
y violadoras de niñas y de niños". Sé muy bien que por cada mil violadores
hombres, si mucho, hay una violadora mujer, pero si uno se va a poner muy
preciso, y si se va a saltar la economía propia del idioma, es difícil saber
dónde trazar la raya.
Como el género,
insisto, es un asunto gramatical y no sexual, hay una convención en varias
lenguas occidentales (español, francés…) según la cual ante un número plural de
personas, se usará, por economía verbal, el género masculino, lo cual no
excluye a las integrantes de ese grupo específico que tengan sexo
femenino.
Si Florence viviera
en Alemania no había podido escribir su protesta en el caso de los niños
violados, puesto niño, en alemán, es neutro: das Kind. El género es una cosa
arbitraria y rara. La palabra mano, en italiano, es femenina como en español,
pero su plural (mani) usa la i, que es una típica terminación de género
masculino. Se sabe que ‘sol‘ es femenino en alemán (die Sonne, la sol), y luna
se dice der Mond (es decir, el luna), y para mayor enredo, ni siquiera la
palabra ‘muchacha‘ es femenina, sino neutra: das Mädchen. Con esto quiero
demostrar la arbitrariedad que tiene el género gramatical. Es más, hay lenguas
no occidentales con muchísimos otros géneros: animal, neutro, dual, de cosa
animada, de cosa inanimada, para vegetales, para minerales…
Florence pide
"sentido común" en el uso del lenguaje incluyente. No lo pide para
las novelas (menos mal) sino para "los documentos oficiales, los discursos
políticos, las constituciones, leyes y decretos". El artículo 51 de la
Constitución Nacional, por ejemplo, dice así: "Todos los colombianos
tienen derecho a vivienda digna". La constitución de Florence diría:
"Todas las colombianas y todos los colombianos tienen derecho a vivienda
digna". No me convence; me parece redundante, feo e inútil y me lo seguirá
pareciendo incluso si algún día, como escribe Thomas "ganan este
debate". Es más, me parece mucho más importante el debate de la vivienda
digna que el del lenguaje incluyente.
Creo que en ese debate hay un exceso de
susceptibilidad de parte de algunas mujeres. Sé que no todas ellas se sienten
excluidas cuando se usa el género masculino para el plural, por simple economía
de lenguaje, y no para discriminar. Al fin y al cabo, todas las personas que
existen en el mundo pueden ser calificadas con adjetivos negativos, y también
la mitad de los oficios y actividades pueden tener una connotación peyorativa.
Y en todas esas acepciones negativas, el género masculino carga con la
abominación, sin que los de mi sexo protestemos. Si usáramos de verdad un
lenguaje incluyente, tendríamos que decir no sólo colombianos y colombianas,
sino también asesinos y asesinas, borrachos y borrachas, secuestradores y
secuestradoras, violadores y violadoras, feos y feas, brutos y brutas,
estúpidos y estúpidas. ¿De verdad les parecería bueno usar el lenguaje así?
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