domingo, 20 de agosto de 2023

Michi Strausfeld / El tabaco de Onetti y el mechero de Rulfo

La editora Michi Strausfeld, ayer en su casa en Berlín.La editora Michi Strausfeld, ayer en su casa en Berlín.PATRICIA SEVILLA CIORDIA / EL PAÍS


El tabaco de Onetti y el mechero de Rulfo

La editora Michi Strausfeld, testigo privilegiada del ‘boom’, cuenta en primera persona una historia ampliada del fenómeno literario latinoamericano


Juan Cruz
29 de enero de 2021

Juan Rulfo buscó con ella un mechero de lujo que alguien le perdió y que en realidad él no necesitaba, pero trató de encontrarlo como si buscara un adjetivo para incluir entre los silencios de Pedro PáramoJuan Carlos Onetti, otro de los padres del boom, le contó que la atmósfera asfixiante de El pozo nació en la cárcel uruguaya en la que le prohibieron fumar. Asombrada escuchó, en la selva peruana, cómo declamaba Mario Vargas Llosa el Canto general de Neruda. Convenció a Octavio Paz para que cortara unos párrafos de un discurso en el que éste arremetía contra la deriva de la revolución sandinista. Calmó el delirio que padeció Cortázar al creer que había un maleficio contra Rayuela en Alemania… Vio crecer el boom en primera persona y lo cuenta, minuciosamente, en Mariposas amarillas y los señores dictadores. América Latina narra su historia (Debate).

Ella es Michi Strausfeld, editora de larga experiencia en España (Alfaguara, Siruela) y artífice privilegiada de lo que tuvo que ver (sobre todo en la ­Suhrkamp de Unseld) con la recepción alemana de la literatura que nació, en los sesenta, con el apodo de boom y con capitales en Barcelona, México, Bogotá y La Habana. Está, por supuesto, el incidente más vistoso de la época, cuando, en 1976, Gabo y Vargas Llosa partieron camino, así como el caso Padilla y otros extremos que rompieron las sólidas amistades que también dieron sustento a este impresionante fenómeno literario. No se olvida de nadie; por ejemplo, no se olvida de los que formaron fila en el boom, como Guillermo Cabrera Infante, Tomás Eloy Martínez o Alfredo Bryce Echenique, o de las mujeres que fueron tácitamente excluidas, como Elena Garro o Rosario Castellanos… Esa historia la escribe ella en primera persona, porque vio en primera fila aquella “realidad maravillosa”.

Strausfeld parte de Colón, de los escritores que nacieron de aquella aventura que descubrieron relatos y leyendas, para desembocar en los padres de los escritores que luego protagonizaron el boom de los contemporáneos de Gabriel García Márquez y de Vargas Llosa. Así que su historia viaja por senderos que ella compartió, los de Juan Rulfo, Alejo Carpentier, Juan Carlos Onetti y, al final de su largo relato (cerca de 600 páginas), con las promesas que ya son realidad, como Nona Fernández, Héctor Abad Faciolince o Juan Gabriel Vásquez, que vendrían a ser algo así como los hijos o nietos de la tribu de Gabo. Para ella, “Rulfo es, desde luego, el padre de Gabo. Pero todos han bebido en Borges el manejo de la lengua… En Borges, en Huidobro”. La literatura latinoamericana contemporánea es, dice, “bastante joven, es una combinación gozosa de sucesivos parentescos”.

Portada de 'Mariposas amarillas y los señores dictadores', de Michi Strausfeld.
Portada de 'Mariposas amarillas y los señores dictadores', de Michi Strausfeld.DEBATE

Era impresionante, señala Strausfeld, “enfrentarse a una cultura universal como la de Alejo Carpentier; le escuchaba y me sentía como una chica de primaria”. Una vez consolidada la generación de Gabo, ella señala piedras importantes de los sucesivos hallazgos (José Donoso, Elena Poniatowska, Sergio Ramírez, Isabel Allende) que no hallaron acomodo en el boom…, pero que ella no ha querido dejar fuera. Aquellas voces han contribuido a narrar lo que Sergio Ramírez llamó “la gran novela de América Latina”. A la lista tradicional (nutrida de numerosos hombres) ella ha querido “añadir voces de mujer, como las de Elena Garro o de Rosario Castellanos…”. Así que en la historia personal de la literatura hispanoamericana del siglo XX (con boom o sin él), dice Michi Strausfeld, “he intentado rescatar las voces importantes que narraron lo que ellos vivieron y lo que les preocupó”. Por eso ha intentado llegar a los más jóvenes, como Rodrigo Rey Rosa o Antonio Ortuño, que resucitan para esta época la violencia que ya preocupaba a sus antecesores y que ahora reaparece en la crónica negra de las drogas, la violencia machista y los feminicidios. “Es bueno retroceder en la historia”, y ella lo hace para advertir, por ejemplo, que “esa narración de la violencia llega hasta escritoras como sor Juana Inés de la Cruz, que tuvo que quemar su biblioteca”. Las distintas épocas, desde Colón hasta este momento, son el territorio de su narración, una larga época que a ella le atrae como si la viviera ahora.

En el boom “no estaban presentes las mujeres, ni en América, ni en otras partes del mundo… Estaban relegadas a ser poetas o cuentistas. Con esas ausencias el boom se perdió mucho, pero eran otros tiempos. Hasta que apareció Isabel Allende con La casa de los espíritus y se produjo un cambio de actitud que ahora personalizan escritoras como Ángeles Mastretta o Claudia Piñeiro”. ¿Y ya acabaron las reticencias de los descendientes del boom? “Tenían que matar de alguna manera a aquellos padres poderosos; hicieron sus manifiestos y organizaron sus movimientos para decir no. En Colombia, claro, se tenían que rebelar contra Gabo. Pero ya estamos en la generación de los nietos. Éstos lo tienen más fácil porque han asimilado lo que han querido, pero también han leído lo que les ha dado la gana. Cada cual se forma su propio canon. Se nota en su escritura, que es muy libre y creativa y abierta a influencias del cine y otras artes…”.

“Me regalaron conocimientos, amistad. Marcaron mi vida adulta. Como marcaron la vida de tantísima gente. Ha sido maravilloso. Eran personas maravillosas, tenerlas cerca es un premio que agradezco siempre”.

“Todo esto es formidable”, dice Michi Strausfeld, porque, como en la época del “maldito realismo mágico”, la literatura sigue siendo el modo principal de expresión de América Latina, incluidos Brasil y el Caribe francófono, que son materia también de su volumen. Esta es la crónica general de su entusiasmo por la literatura que marcó el panorama de la imaginación en el continente. Paz había dicho: “La literatura es la unidad de la desunida América Latina”. Y ella dice en su libro: “El mapa literario dibujado por esta gente”, abuelos, hijos y nietos, “rebosa calidad”. Es imposible darle un hachazo a aquella época y decir que no existió “porque estos países, desde el siglo XIX, una vez independientes, han padecido todo lo que uno tiene que padecer de dictadores. Esas peleas desunieron América, pero la lengua siempre fue común, española o portuguesa; cada región tuvo su propio pasado y su drama propio, pero que una cosa, la lengua, su gran fuerza, la uniera de tal modo, con esta gran literatura, juntó su presente e impulsa su porvenir”.

En medio de aquel boom del que ella hace crónica, los protagonistas de la explosión se conjuraron para escribir cada uno de ellos acerca del dictador que les tocara en los territorios en los que habían nacido. Algunos cumplieron el compromiso. Pero uno contribuyó al estallido con una metáfora bellísima, la de las mariposas amarillas, que es, como en el título del libro que publica ahora Michi Strausfeld, metáfora de la belleza que hoy consigue transmitir la gran literatura que asombraron a Paz y al mundo.

¿Qué le dieron los escritores a los que conoció directamente? “Me regalaron conocimientos, amistad. Marcaron mi vida adulta. Como marcaron la vida de tantísima gente. Ha sido maravilloso. Eran personas maravillosas, tenerlas cerca es un premio que agradezco siempre”.

EL PAÍS


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