Claire Keegan
En su nueva nouvelle, “Cosas pequeñas como esas”, la reconocida escritora irlandesa compone una oscura fábula navideña con un héroe cristiano que enfrenta la indiferencia de un pueblo
4 de noviembre de 2021
Después de diez años, llega a las librerías locales un nuevo libro de la escritora irlandesa Claire Keegan (County Wicklow, 1968). En Cosas pequeñas como esas (Eterna Cadencia), su segunda novela corta después de Tres luces, de 2010, se narra una oscura fábula navideña ambientada en el pueblo de New Ross, en Irlanda, en la década de 1980. El protagonista es Bill Furlong, un padre de cinco niñas, vendedor de carbón y madera, protestante e hijo de madre soltera que ha sido criado por Mrs. Wilson, bondadosa matriarca de una familia adinerada. Está casado con Eileen, que solo piensa en el bienestar de su familia.
traductor de Claire Keegan
https://www.youtube.com/watch?v=nwFL2Cj162U
Con aires dickensianos (Bill ha leído el célebre cuento de Navidad de Charles Dickens y para las Fiestas insinúa que le gustaría recibir un ejemplar de David Copperfield), la historia plantea al personaje, y a los lectores, dilemas éticos y existenciales. “¿Cómo serían las cosas, se preguntó, si se dieran el tiempo de pensar y de hacer un alto? ¿Sus vidas serían diferentes o muy parecidas, o simplemente perderían el control sobre sí mismos?”, razona Bill mientras sus hijas escriben cartas a Papá Noel y su esposa plancha la ropa. Más adelante, deberá decidir si enfrentará o no a una poderosa institución del pueblo donde vive -nada menos que la Iglesia católica, figurada en un convento de monjas dirigido por una madre superiora de sangre fría-, que tiene como mano de obra esclava en una lavandería a niñas y adolescentes que han sido madres.
En un diálogo con la escritora Inés Garland, que se puede ver en el canal de YouTube de Eterna Cadencia, Keegan habló sobre el origen de su novela, que escribió durante la pandemia. “Hace mucho tiempo estaba haciendo una residencia de escritura en University College Cork –dijo-. En ese momento se publicó el Informe Ferns [el informe sobre la diócesis de Ferns reveló, en 2006, cientos de casos de abusos sexuales y maltratos por parte de sacerdotes católicos irlandeses y los intentos de la Iglesia por ocultarlos]. Yo estaba volviendo a Wexford para pasar el fin de semana y paré a desayunar en el camino. Tomé el diario Irish Times y había un artículo de dos páginas sobre el Informe Ferns aquí en Irlanda. Leí algo allí que puso esta historia en mi mente y ha estado dando vueltas en el fondo de mi mente desde entonces”. La novela de Keegan recrea el caso de las Lavanderías de la Magdalena, que funcionaron hasta 1996 y donde niñas y adolescentes que habían dado a luz fueron escondidas, encarceladas y obligadas trabajar y a separarse de sus bebés, que fueron dados en adopción (tal vez a cambio de dinero).
No obstante, tanto en su diálogo con la prensa argentina la semana anterior como en la charla que mantuvo con Garland este jueves, la escritora irlandesa negó que su historia esté basada en un caso real. “No hago periodismo sino ficción -dijo Keegan-. Me interesa escribir sobre lo que significa estar vivo, qué es un ser humano y qué se hacen los seres humanos entre sí. Me gusta usar mi imaginación y dejar que vuele alrededor de los hechos que me interesan. No conozco a ningún vendedor de carbón o nadie que tenga cinco hijas. ¿Por qué las personas no decían ni hacían nada? Asumo que por miedo; había mucha presión por parte de la Iglesia católica, que en ese momento tenía mucho poder y que estaba apoyada por el Estado”. En New Ross, Bill afronta la connivencia e indiferencia de los habitantes del pueblo.
La autora creció en una familia católica. “La misoginia en Irlanda y la misoginia en la Iglesia católica han brutalizado sobre todo a los hombres –reflexionó en su charla con Garland-. Los han privado del afecto posible entre mujeres y hombres. Y convirtieron el sexo en algo que les quitás a las mujeres. John McGahern, un maravilloso escritor irlandés, dijo en uno de sus ensayos que en Irlanda era más aceptable pegarle a alguien que besarlo en público. Y eso para mí significa mucho; cuando lo leí, tuvo un efecto en mí. Eso es lo que la Iglesia católica nos ha hecho, ha disminuido nuestros sentimientos a tal punto que no era correcto demostrar afecto”.
El personaje de Bill, impulsado únicamente por un sentimiento extraordinario (la bondad), desafía en la novela a las monjas y sus cómplices. “Esta no es una historia sobre las Lavanderías de la Magdalena –insistió Keegan-. Para mí, es la historia de un hombre con cinco hijas que, de hecho, puede ser disruptivo. Me parece que en el centro de toda buena vida existe una forma de valentía. Y eso puede ser permanecer callado, no decir nada o no doblegarse. O, a veces, no resistirse. Es difícil saberlo, pero me parece que ser valiente tiene que ver con tener una buena vida, una vida decente”.
Para Keegan (y los lectores coincidirán con ella cuando terminen de leer la novela), Bill Furlong -que ha perdido a su madre a los doce años y padeció bromas crueles por ser hijo de padre desconocido- es un “personaje maravilloso” que se hace las preguntas necesarias para entender el sentido de una vida. Por ejemplo, esta: “¿No era acaso agradable estar donde estabas y dejar que, por una vez, eso te recordara el pasado, a pesar del malestar, en lugar de estar siempre pendiente de la mecánica de los días y los problemas futuros, que tal vez nunca llegasen?”
Consultada sobre su método de escritura, la autora –que estudió literatura y ciencias políticas en la Universidad de Loyola, en Nueva Orleáns, y cursó una maestría en escritura creativa en la Universidad de Gales, en Cardiff- contó que no tomaba decisiones muy deliberadas a la hora de escribir. “En realidad tiendo a hacer descubrimientos que parecen encajar con algo que necesito descubrir o necesito decir –reveló-. Entonces, nunca planeo la trama. Nunca sé muy bien qué va a surgir, qué voy a escribir. Esa es una de las razones por las que me lleva tanto tiempo terminar algo. Tal vez no sea una manera eficiente de trabajar, pero no conozco otra forma de hacerlo. Estoy segura de que hay maneras más fáciles o más rápidas de escribir, pero aún no las he descubierto”.
Keegan agregó que cada día lee uno o dos poemas y bromeó sobre su obra literaria, caracterizada por la brevedad. “Se me puede acusar de tener una increíble producción de obras cortas, pero la imaginación juega a favor de aquellos que saben esperarla. Si hay algo en el texto que no me satisface, significa que está cubriendo otra cosa que sí me puede llegar a satisfacer, si tengo la paciencia suficiente para llegar a encontrarla”.
El traductor de Cosas pequeñas como esas es el escritor Jorge Fondebrider. “Si se considera que un traductor es un lector más atento que la media de los lectores, uno que desmonta el texto escrito en otra lengua para armarlo en la propia, casi como un relojero que después de desarmar el reloj tiene que armarlo para que siga funcionado, se comprenderá que es relativamente fácil detectar dónde están las costuras de un texto –dice Fondebrider a LA NACION-. Sin embargo, con Claire Keegan es distinto porque las costuras prácticamente no se ven. Este es el cuarto libro de ella que traduzco y siempre me pasa lo mismo: te va llevando, sin que te des cuenta, te obliga a seguirla y llegás a donde ella quiere que llegues casi sin haberlo advertido. Es algo del todo excepcional y solo les pasa a los lectores cuando se topan con un escritor de los buenos, que no son tantos. Después de la fatiga moral y la angustia a las que te somete en Antártida, a la sorpresa de Recorre los campos azules, a la increíble sutileza de Tres luces, llega este último libro mucho más luminoso que los anteriores, con una trabajadísima simplicidad y un grumo de esperanza, lo que ya es mucho”. Para Fondebrider, la autora responde a una tradición de la literatura irlandesa que viene de lejos. “El gran maestro de Claire fue John McGahern, a quien ella le rinde homenaje en al menos tres cuentos de sus libros anteriores. Por otra parte, pensaría que tiene algo de Carson McCullers o Flannery O’Connor, narradoras estadounidenses que muchas veces están en un registro similar”.
En los cuentos y las novelas de Keegan, los personajes suelen leer libros, como pasa con la pequeña Loretta, la hija menor de Bill y Eileen, que pide a Papá Noel nuevos títulos de la prolífica narradora inglesa Enid Blyton. Para Keegan, los libros y la lectura sirven para conocer mejor nuestras propias limitaciones. “Y también para profundizar en la comprensión y la imaginación de lo que es ser otra persona. Supongo que de eso se trata la civilización: imaginar la vida de otro. Es maravilloso tener ese privilegio que es la riqueza de la lectura”.
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