lunes, 12 de septiembre de 2022

Javier Marías Franco, el mejor amigo

 

Javier Marías con Umberto Eco


Javier Marías Franco, el mejor amigo

La guionista Julia Altares esperaba despedirse del escritor, con el que compartía complicidades desde hace tres décadas, esta tarde de domingo. No pudo ser


Julia Altares
11 de septiembre de 2022


Esta mañana de domingo, en la que jugaba el Real Madrid, su equipo del alma, he sabido ya sin esperanzas que quedaba poco… cuando se me había ofrecido la oportunidad de despedirme de él.


Javier es uno de mis mejores amigos desde hace treinta y tantos años y, tras dudar unos instantes, por el dolor y el miedo, he decidido que tenía que ir a verle. Sobre todo, para darle las gracias por haber sido siempre el mejor amigo posible.

Pero no ha podido ser. Antes de la hora marcada, las cinco de la tarde, que yo esperaba con impaciencia, negación, tristeza profundísima y mucha emoción, se ha ido. Y después su Real Madrid ha ganado avasalladoramente el partido…

Es bastante inconcebible para mí saber que no volveré a reírme a carcajadas con él, hablando de lo mal que estaba este mundo y de cómo habían cambiado los tiempos. Los tiempos en los que nos conocimos, mediados de los ochenta, considerábamos ambos que fueron tiempos más alegres, más vivaces, más reflexivos, más creativos en todos los sentidos, especialmente en el análisis libre y desprejuiciado del pensamiento. A veces nos reíamos pensando que estábamos mayores quizá, para inmediatamente tener claro que era el mundo el que había ido a peor. Y nos volvíamos a reír. Era lo que más le gustaba del mundo: reírse y hacer reír.

Saber que no volveré a leer sus artículos de El País Semanal, con los que podía estar de acuerdo o no, aunque casi siempre sí, pero en los que admiraba su manera inteligente y personal, alejada de todo borreguismo, de analizar las cosas, siempre con esa vuelta de tuerca tan suya, es demoledor. Sé que durante muchos domingos seguiré buscando su artículo, para hacerle por la mañana la crítica por SMS y para que él luego siguiera comentando cada cosa que le decía. Agradecido, inseguro a veces, de si había quedado bien o no. ¡Inseguro, él! Pero así era Javier.


¿Y qué va a ser de todos sus lectores sin sus novelas? Mira que tardaba años en publicar, pero la emoción cuando anunciaba con pudor —y siempre diciendo que sería la última— que iba a sacar novela era uno de esos momentos en los que te das cuenta de cómo nos provoca auténtica felicidad la buena literatura. Enredarte en su prodigiosa manera de narrar, de exponer pensamientos, en sus digresiones, en las voces de sus personajes… En las resonancias de otros genios del pasado… Javier Marías provocaba al pensamiento, y ya no hay muchos como él.

No solo generaste mucha admiración y gratitud, también fuiste un hombre muy querido y apreciado por los que tuvimos la gran suerte de tenerte cerca”

Estos días he pensado que a lo doloroso que es perder a un ser querido, en el caso de mi amigo Javier, se une la pérdida del genio, de una de las mentes más privilegiadas y originales que ha dado el mundo de la cultura, me atrevería a decir universal. Porque Javier Marías es un genio de la literatura y del pensamiento de este siglo y del pasado. Pero en esa vertiente suya poco puedo aportar sobre él, por indiscutible y estudiada y unánime.


Como amigo cercano y antiguo, sí puedo decir que era el amigo incondicional, siempre leal, generoso y entregado donde los haya. Divertidísimo y a veces gamberro, aunque la imagen que diera fuera la de una persona demasiado seria, quizá por su timidez. Era protector al máximo, como si tuviera la misión vital de que todos sus amigos estuviéramos bien. No hay generosidad ni bondad mayores. Mercedes López-Ballesteros y otros tantos amigos que no cito, por no olvidar a ninguno, saben de lo que hablo.


Javier Marías Franco. No solo generaste mucha admiración y gratitud, también fuiste un hombre muy querido y apreciado por los que tuvimos la gran suerte de tenerte cerca. Y añado el Franco, por cuanto quisiste siempre a tu madre. Ella te hizo valorar y apreciar siempre a las mujeres.


Aunque poco te importaban los honores y demás zarandajas, ya eres eterno.


EL PAÍS







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