Anna Kavan |
Todas las vidas, las reencarnaciones y el descenso de Anna Kavan
Ana Polo Alonso
Aunque a prácticamente nadie le suene su nombre, Anna Kavan fue una destacada escritora de ficción que ha generado todo un culto. Su obra, desde luego, fue de una creatividad prodigiosa: no dudó en experimentar con la narrativa, apostando por estructuras no lineales en ambientes surrealistas o fantásticos. Pero lo que más destaca de sus libros es la exploración psicológica de sus personajes: una búsqueda de lo oscuro y lo profundo, de los límites de la razón y la cordura. Escribió sobre manicomios y asilos, sobre alienación, depresión, adición y abyecta soledad. Y, sobre todo, narró la vida de familias disfuncionales, de psicópatas violentos y personas al borde de la locura.
Por descontado: la de Anna Kavan no es una obra fácil de leer, ni adecuada para aquellos que buscan finales felices. En todos sus libros hay una constante amenaza, la sombra alargada y omnipresente de la maldad, el terror o el fracaso. Del derrumbe personal y psicológico.
Y, sin embargo, al mismo tiempo hay una ternura indudable, una suerte de confort y punto de apoyo para todos aquellos que sufren o han sufrido, que han sido vejados y humillados. Porque hay una comprensión máxima, sin juicios apriorísticos, de los mecanismos del alma, de los lugares más oscuros y turbios de la mente.
No es de extrañar que, aunque su obra tienen poco público, entre sus seguidores haya nombres consagrados: Doris Lessing, Patti Smith, Anaïs Nin, J.G. Ballard, por ejemplo. Y no fueron precisamente tibias a la hora de expresar su admiración. “Pocos novelistas igualan la intensidad de su visión”, declaró Ballard.
La admiración por su obra sólo ha hecho que crecer con el tiempo. Sobre todo, a partir de su muerte, en 1968, cuando en selectos círculos intelectuales se la comenzó a comparar con Sylvia Plath, Virginia Woolf, Djuna Barnes e incluso con su admirado Kafka.
Desgraciadamente, en castellano hay muy pocas obras suyas traducidas. En el 2005 la editorial Nadir publicó “Hielo”, la que se supone que es su mejor novela, o eso dicen los entendidos en su obra. Un año antes esta misma editorial había sacado “Mi alma en China” y un año más tarde sacarían “Mercury”.
Ahora, sin embargo, tenemos la oportunidad de saborear todo el talento de Anna Kavan en una edición más que suculenta: Navona editorial ha traducido “El descenso”, una colección de relatos, en gran parte autobiográficos, que dibujan el camino de la narradora desde una neurosis inicial hasta la prisión final en una clínica psiquiátrica de Suiza. Es el relato desgarrador y profundo de la paranoia, de una persona que siente que un enemigo la persigue.
Tenemos aquí a Kavan en estado de gracia narrativo: con un estilo contenido, frío y preciso que desentraña los recovecos de la mente. La magistral traducción de Ainize Salaberri no sólo respeta a la perfección el texto original, sino que le otorga el toque sombrío adecuado.
Con “El descenso” se salda una deuda con esta autora. Navona vuelve a poner en circulación a una escritora que ha sido, desgraciadamente, arrinconada y olvidada. Y no sólo en España. En su Inglaterra natal tampoco es que hayan respetado mucho más su memoria. Tan sólo este año 2019 parece que alguna editorial independiente se va a animar a publicar de nuevo alguna de sus obras. El año pasado Penguin Modern Classic volvió a publicar “Ice”, una novela sobre agresiones sexuales y catástrofes climáticas que se adelanto décadas a libros de esta temática.
De Helen Woods a Anna Kavan
A pesar de ser poco conocida para el gran público, Anna Kavan se convirtió, como hemos dicho, en un mito en determinados círculos. Su propia biografía ayudó, sin duda, a acrecentar su leyenda. Toda su vida está inmersa en misterios, adiciones, dudas y silencios. Muchas de sus obras se toman como autobiográficas y muchos personajes se asumen como alter egos. Pero la realidad es mucho más difusa. Ella misma se encargó de que así fuera. No le gustaba dejar pistas claras sobre su vida y pensamiento. Cambió de país en numerosas ocasiones, hacía y deshacía amistades con facilidad, nunca reconoció su edad y destrozó sus diarios y sus cartas. Mentía y decía la verdad al mismo tiempo.
Quizás todo se debía a una voluntad constante, casi patológica, de reinventarse una y otra vez. Se reencarnó varias veces: fue Helen Woods, Helen Ferguson, Helen Edmonds y, finalmente, Anna Kavan, un nombre que tomó de la protagonista de dos de sus novelas.
Comenzó como tradicional ama de casa inglesa que escribía novelas convencionales y, a los treinta años, padeció problemas de salud mental que la confinaron a un asilo. Luego se tiñó el pelo de rubio platino y se hizo adicta a las drogas. Probó las anfetaminas, la cocaína y la marihuana. Pero fue la heroína la que la atrapó hasta el punto de destruirla.
Con cada capítulo de su vida, su literatura cambiaba. Su forma de narrar era distinta. Su última versión, la de Anna Kavan, fue la más incisiva, la más prodigiosa y también la más destructiva. Hoy en día, es la única que se recuerda. Helen, en cualquiera de sus tres versiones, ha sido totalmente enterrada.
Toda una vida buscándose a sí misma
Vayamos por partes. Anna Kavan en realidad se llamaba Helen Emily Woods. Nació el año 1901 en Cannes. Sus padres eran británicos, muy ricos y liberales. Y también digamos que despreocupados y excesivamente bohemios. La pequeña Helen quedó al cuidado de nannies y, a partir de los seis años, fue enviada a internados europeos y estadounidenses.
Cuando tenía once años, su padre se suicidó. Se lanzó por la proa de un barco en México y se ahogó. Su madre se volvería a casar dos veces. Nunca se preocupó excesivamente de su hija. De hecho, Helen mantuvo con ella una relación de puro odio y despecho. En una de sus historias, la protagonista se lamenta que “absolutamente nadie ha intentado entenderme, ver las cosas desde mi punto de vista. Todos han estado en mi contra desde que tenía seis años. ¿Qué clase de humanos son estos, que tratan así a una criatura de seis años?”. La que hablaba podría haber sido ella tranquilamente. En su primera novela, “A Charmed Cycle” (1929), los padres de la protagonista eran tan odiosos que un crítico literario observó que “ojalá hubiesen sido envenenados”.
A los diecinueve años, Helen se casó con Donald Ferguson y pasó a ser conocida como Helen Ferguson. Su matrimonio fue un desastre: Ferguson era un ingeniero de caminos con un grave problema de alcoholismo. Diez años mayor que ella, no tenía ni la sensibilidad ni la mínima intención de hacer feliz a una adolescente melancólica pero sumamente inteligente. Con los años, ella lo caracterizaría en una de sus novelas como un hombre violento, incluso sádico, y totalmente narcisista, imbuido en la creencia de que era superior a los demás.
Tuvieron un hijo, Bryan. Al poco tiempo de nacer, sus padres se divorciaron. En 1925, mientras viajaba por Francia, Helen conoció a un artista británico, Stuart Edmonds, con el que se casó en 1928 y con el que se mudó a vivir al campo. Con él tuvo una niña, Margaret, que desgraciadamente murió muy pequeñita. Luego adoptaron a Susanna.
Este matrimonio fue, seguramente, el momento más plácido de la vida de Helen. Con él descubrió que era buena artista (Helen pintaría óleos el resto de su vida) y comenzó a escribir sistemáticamente. En ocho años publicaría seis novelas (casualmente, empleando “Helen Ferguson” como nombre comercial). Todas estaban basadas en la vida en el campo, todas se centraban en familias disfuncionales, todas eran de una gran calidad narrativa pero tristes, oscuras y depresivas. Su éxito comercial fue escaso, por no decir nulo.
Cuando el matrimonio con Stuart Edmonds comenzó a hundirse, Helen tuvo una crisis nerviosa e intentó suicidarse. La internaron en un hospital psiquiátrico de Suiza y, cuando salió de él, tomó la decisión de cambiar radicalmente de vida. Como símbolo de su metamorfosis se cambió el nombre: ahora era Anna Kavan, como la protagonista de dos de sus novelas (“Let Me Alone” de 1930, y “A Stranger Still” de 1935). “Ahora soy Anna Kavan”, escribió a uno de sus amantes, “y quiero deshacerme de Helen Edmonds y todas sus asociaciones”.
Su nombre no fue lo único que cambió. Su estilo narrativo también mutó. En algunas de sus obras había probado un estilo nuevo, experimental, con toques surrealistas, completamente melancólico y nebuloso. Ahora profundizaría en este nuevo camino y lo acompañaría con una prosa mucho más concisa y precisa y un ritmo más dinámico.
La nueva identidad literaria se inauguró en 1940, cuando publicó “Asylum Piece”, aquí traducido como “El descenso”. En un asilo psiquiátrico, donde la locura se supone que reina, Kavan impone una lógica, aunque triste y cruel. Hay constantes humillaciones, brutalidad, castigo, ausencia de justicia, y también notas de optimismo y de inspiración. El conjunto, desde luego, es magistral y la crítica cayó rendida.
Sin embargo, la mala suerte se volvió a ceñir sobre Anna Kavan: la Segunda Guerra Mundial hizo que el público no le prestase excesiva atención. Anna se hundió un poco más y comenzó a consumir heroína incluso más frecuentemente. No era difícil verla levantarse la falda e inyectarse la droga en la pantorrilla.
Nuevos intentos de suicidio se sucedieron. Cuando su hijo Bryan murió en el frente, en 1944 (era paracaidista), su estado anímico se resquebrajó aún más.
Aún así, hundida en la desesperación emocional, no paró de viajar y de escribir. Su vida se convirtió en un periplo sin rumbo ni destino: Noruega, Nueva York, California, Nueva Zelanda e Indonesia. No regresaría a Londres hasta al cabo de unos cuantos años, casi al final de la guerra. Aprovechó el tiempo para escribir “Change the Name”, “I am Lazarus” y “Sleep Has His House”, éste último considerado excesivamente radical.
La critica comenzó a considerarla excesivamente vanguardista, el público le dio la espalda y las editoriales decidieron no apostar por ella durante un tiempo. A Anna Kavan no le quedó más remedio que comenzar a renovar casas y alquilar habitaciones para sobrevivir.
No saldría de este letargo hasta el año 1956, cuando una pequeña editorial independiente llamada Peter Owen y especializada en literatura alternativa decidió publicar su obra. Las nuevas novelas no se vendieron apenas, pero luego apareció “Ice”, “Hielo”, y se convirtió en un éxito de ventas. Le dieron premios y los críticos literarios la comenzaron a comparar con Kafka.
Pero la alegría le duró poco. Al año siguiente de publicar “Ice”, Anna Kavan moría de un infarto en su casa de Kensington. Estaba completamente sola.
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