Mateo García Elizondo: “Aprendo más de mi abuelo Gabo ahora que cuando estaba vivo"
El nieto de Gabriel García Márquez debuta con 'Una cita con la Lady', una novela sobre el deseo y la soledad con fuertes ecos a Juan Rulfo
David Marcial Pérez
Guadalajara, México, 4 de diciembre de 2019
Cuando tenía ocho años le enseñó un cuento de ladrones a su abuelo escritor, que le recomendó que uno de los personajes fuera cargando con una grabadora que recogiera las voces. De esa manera, el lector entendería mejor quién estaba hablando. 24 años después, Mateo García Elizondo (Ciudad de México, 1987) ha puesto en práctica la lección de Gabriel García Márquez. En su primer libro, el protagonista lleva siempre encima una libreta en la que escribe la historia que cuenta la novela.
El protagonista de Una cita con la Lady (Anagrama), presentada esta semana en la Feria Internacional del Libro de Guadalajara, además de escribir compulsivamente se droga como si fuera el fin del mundo. Sin preámbulos, el texto arranca con un “vine al Zapotal para morirme de una buena vez”. Desde la ciudad, llega a un pueblo “olvidado de Dios” cargado con “20 gramos de opio y cuarto de onza de heroína”. Y con eso confía en que en una semana le alcance para matarse. Entre chute y chute, se va encontrando vecinos del pueblo que parecen fantasmas. Todo contado con un registro oral, a la vez que lírico, en una atmósfera de soledad, culpa y penitencia que emparenta la novela irremediablemente con el Pedro Páramo de Juan Rulfo.
¿No habrá acaso una intención velada y freudiana de matar al abuelo recreando al gran pionero del boom?
—No—responde el nieto con una sonrisa para luego desactivar la provocación de la pregunta—. Además, Gabo era un gran admirador de Rulfo.
De hecho, la noche que García Márquez descubre Pedro Páramo no pega ojo leyéndola una y otra vez. Era 1959, aún no había aterrizado en México y apenas había publicado su primera novela, La hojarasca. Años después, reconocería: "la obra de Juan Rulfo me dio, por fin, el camino que buscaba para continuar mis libros”. Y que Pedro Páramo es “la más bella de las novelas que se han escrito jamás en lengua castellana”.
Hijo del matrimonio entre el hijo menor del Nobel colombiano, el diseñador gráfico mexicano Gonzalo García Barcha, y Pía Elizondo, fotógrafa e hija del también escritor mexicano Salvador Elizondo, reconoce que su ascendencia ha sido un peso. “Antes no quería hablar mucho de esto para que no afectara a la percepción de mi obra. Ha sido complicado , pero tampoco quiero deslindarme de la figura de mi abuelo. Siento su tutoría de una manera directa o indirecta y me hubiera gustado que Gabo leyera esta novela”.
Cuenta que su relación fue más de abuelo-nieto que de mentor-pupilo. “Cuando él estaba en su auge yo aún era un chavito. Y cuando llegué a una edad en la que podíamos tener una conversación más madura sobre escritura, él ya estaba muy mayor. La verdad es que aprendo más de él ahora que está muerto que cuando estaba vivo. Lo cual es una desgracia y una bendición al mismo tiempo”.
Licenciado en Letras Inglesas en Londres, reconoce que ha leído más a su abuelo paterno que materno, aunque ninguna de las dos fuentes serían las principales. Entre las influencias de su novela cita a Camus, Dostoievski, Becket, Hedayack, Poe, Joseph Roth o los beatniks. Más cerca, en todo caso, de la espiritualidad hippie de Kerouac que de la sordidez cruda de Burroughs. “Me interesan los estados alterados de conciencia y es cierto que la novela tiene un cosmos como budista, con todo eso del karma y los fantasmas hambrientos. Parece una novela sobre la heroína y la muerte, pero la droga es un medio para hablar del deseo”.
Sus viajes por el México rural y olvidado -otra analogía con Rulfo- también estarían detrás del trasfondo onírico de la novela. “Entras en contacto con un mundo paralelo y mágico. He conocido gente que me dice: 'sí, los fantasmas vienen, se sientan en mi cama y me piden favores'. Y además, somos un país con muchas sustancias psicoactivas que modifican la percepción. Todo eso va construyendo un mundo, una realidad atravesada por un cierto realismo mágico, más sucio y terrenal, pero mágico al fin y al cabo”. Como algo de mágico tenía también otro de los consejos que le dio su abuelo: “la escritura es como el acto de la hipnosis, si pierdes una vez al lector se va a ir y ya nunca lo vas a recuperar”.
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