jueves, 20 de agosto de 2020

Jim Carrey / Maldito payaso triste y revolucionario

Jim Carrey en 'Kidding'.

Maldito payaso triste y revolucionario

Jim Carrey sigue lidiando con la autodestrucción dentro y fuera de la pantalla: a su papel en 'Kidding' hay que sumarle su pictórico activismo antitrump


Laura Fernández
8 de noviembre de 2018


Si no puedes cambiar tu vida, intenta al menos cambiar el mundo. Algo así debió de decirse el actor Jim Carrey antes de empuñar el pincel, empezar a dibujar caricaturas de Trump, y pedirle a la Smithsonian National Portrait Gallery, el museo que expone los retratos de los presidentes de EE UU, que eligiese uno de entre los suyos para que a la posteridad le quedase bien claro lo grotescamente risible que había sido su mandato.
¿Recuerdan a Jim Carrey? Fue el tipo más divertido de los años noventa. Luego perdió la cabeza. Y ahora parece estar volviendo a recuperarla, cambiando el vacío del que hablaba en Jim y Andy —un documental sobre cómo Carrey se convirtió literalmente en el cómico Andy Kaufman para interpretarlo en la película Man on the Moon (1999)— por un activismo anti-Trump que le ha llevado incluso a pedir a sus seguidores que abandonen Facebook. ¿Por qué? Porque dice que Facebook es malo y que los rusos lo manipularon para que Donald Trump ganara las elecciones.
Haga lo que haga, Jim Carrey necesita interpretar un papel. Dentro y fuera de la pantalla. Como le dicen a su personaje en Kidding (Movistar +), Mr. Pickels, una especie de payaso televisivo que hace reír a los niños mientras en casa, como Jeff, llora la muerte de su hijo, “eres dos personas”, y una de las dos está profundamente deprimida por lo que ha pasado. Pero también, como cualquier payaso exitoso que se precie, “por el desgaste de mantener el rostro que has creado”.
La pena de Carrey es la pena del payaso, y estuvo ahí desde el principio. En La máscara (1994), interpretaba a un tipo alicaído y triste, a un perdedor del tamaño de un apartamento con cucarachas, que se volvía un triunfador nato cuando se ponía la máscara en cuestión. Nadie advertía que tenía la cara verde. A nadie le importaba su aspecto. Solo lo divertido que era. He ahí la maldición.


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