El odio al africano es una elección
La italiana Melania Mazzucco borda un retrato de la xenofobia en un país en el que solo con alzheimer los ancianos 'aceptan' una cuidadora negra
Berna González Harbour
26 de julio de 2020
La pandemia impide o dificulta el viaje, pero Babelia propone aquí un recorrido por Europa y sus problemas, miedos, obsesiones y heridas de la mano de cinco autoras. En la primera entrega: Estoy contigo, de Melania Mazzucco. Un viaje memorable por lo que ocurre con el inmigrante africano después de su llegada.
El único detalle que ha tenido el coronavirus en su malevolencia es que no llegó en patera, sino más bien en clase business, y que países donde tanto está creciendo la xenofobia como Italia de la mano de Salvini tuvieron que corregir rápidamente prioridades. Es poco realmente para darse una alegría, pero es el contexto que acoge una novela surgida de las entrañas de la necesidad.
Toda obra es un choque. De personajes, de situaciones, de problemas. Y Estoy contigo, de Melania G. Mazzucco (Anagrama), es el choque entre una enfermera congoleña, Brigitte, que ha tenido que huir de torturas, violaciones y represión por atender a siete heridos en una manifestación opositora, con la realidad de Italia, de Europa, donde el submundo de los sin papeles te puede arrastrar a circuitos tan desgraciados como aquellos de los que escapaste. Mazzucco disecciona el caso de esta mujer refugiada en el que brillan con luz propia las personas que la detectaron sola, fugitiva, enloquecida, enferma y hambrienta en la estación Termini de Roma, y la lograron acompañar en un largo proceso de acogimiento, asesoramiento y ayuda minado en muchas ocasiones por la tentación de la locura, del autoabandono, por la burocracia inhumana y por la xenofobia.
Porque no hay soluciones simples en Estoy contigo, como no las hay en la vida misma: el proceso de inmigración, como la construcción de esta novela, no es una línea recta entre en el horror y la salvación, sino una ruta circular, un bucle infinito en el que tras un enorme éxito que dibuja constantes puntos de inflexión frente al abismo (acceso a una cama, a un comedor social, a una audiencia para solicitar asilo) llegan siempre otros con un brutal potencial de hundimiento: la imposible búsqueda de trabajo, el rechazo por ser negro, entablar relaciones, la triste reagrupación familiar con unos hijos que ya no te reconocen y sus respectivos rechazos en los entornos que van a encontrar.
“El mal siempre es una elección”, aprendemos de la mano de Mazzucco (Roma, 1966). Y el odio al extranjero, al africano, al pobre también lo es, podríamos añadir.
La autora tomó este libro como un cincelado limpio y sin escondites de una historia real. Quién dijo Nuevo Periodismo. La escuela forjada por Truman Capote en A sangre fría, consagrada como piedra angular de las novelas de no ficción, tiene ya una nueva obra en su cantera.
La novela parte de la llegada a Roma de Brigitte, donde se va a aferrar al primer espacio conocido, la citada estación Termini, pese a los guardas que le ordenan “circule” si la ven parada porque parece dar más miedo una negra loca y quieta que un delincuente en movimiento. Come de la basura y malvive enferma hasta que un sacerdote la detecta y empieza el lento proceso de resurrección. Costará que cuente las vejaciones, delitos tan brutales “que no tienen derecho a ser dichos”, propios de una “dimensión que no pertenece a los hombres”.
Pero si no pertenece a los hombres a quién si no pertenecen el rechazo, el insulto, el odio, la deshumanización, la violencia de una sociedad italiana (europea) que en general no te mira y si te mira es para excluirte. Los viejos italianos no quieren cuidadoras negras y solo cuando están dementes, cuando el alzheimer les nubla el entendimiento y no se dan cuenta y no eligen, podrán aceptar que les cambie el pañal esta congoleña que de poseer clínica propia en su ciudad ha saltado, y muchas gracias, a poseer un título de cuidados geriátricos y a lograr sustituciones eventuales en residencias.
Es tan poderosa la historia que olvidamos que estamos en un libro y que la construcción de que se ha dotado Mazzucco es un artificio tan poderoso como ella. Avanza en círculos y no en línea recta, avanza intercalando dos primeras personas (la propia autora en escasas ocasiones y la protagonista cuando logra la confianza y seguridad para ahondar en sus heridas) y un relato omnisciente en tercera sin que rechinen los cambios. Es desnuda, es factual, sin emociones más allá de las que suscita limpiamente el transcurrir de los hechos, como una pluma notaria de las pequeñas historias que esconden las historias anónimas.
Y una guinda: es sumamente interesante la reflexión que acerca el papel de las comisiones que conceden el asilo con el de la literatura: a falta de una verdad probada, los entrevistadores buscan verosimilud en el relato y no aceptan por ello historias de supuestos homosexuales o personas perseguidas en general que funcionan como fotocopias, aunque al desarbolar el golpe de picaresca estén desarbolando una lucha de supervivencia. En la literatura, como en la comisión de asilo, tampoco funcionan las copias, las imitaciones, ni siquiera la verdad, solo la verosimilitud. Esta grandeza nos la quedaremos para siempre.
"LOS LIBROS PUEDEN CAMBIAR VIDAS"
P. ¿Por qué decidió abordar la inmigración ? ¿Cree que los libros pueden cambiar realidades, pueden ayudar, o la literatura es el objetivo?
R. Hace algunos años escribí la novela Vita. Era una historia de familia inspirada en los relatos de mi padre sobre la emigración de mi abuelo a América al principio del siglo XX, algo muy personal. Pero era también la historia colectiva de millones de italianos y no solo, porque asomaban ya todas las migraciones. Y no era solo una historia del pasado: en los años en los que preparaba el libro, Italia, país de emigrantes, se convertía en la meta de gente de todos los continentes que buscaban en Italia su propia América. Así que Vita fue solo la primera parte de un díptico. Faltaba escribir la otra. Y mientras tanto, la crisis de 2008 cambió el mundo. A Italia dejaron de venir personas en busca de trabajo, pero sí fugitivos y solicitantes de asilo que aterrizaron allí por razones geográficas (fue el desembarco tras la odisea en el Mediterráneo o la ruta de los Balcanes). Personas que huían de las guerras, la violencia, la destrucción, traumatizadas, heridas, sin una patria a la que regresar. He querido escribir sobre una de ellas, la Brigitte de Estoy contigo, para ir más allá del relato oficial, de la narración colectiva de los medios, e incluso a veces de la literatura que normalmente se queda en el rescate en el mar o en el barco. Quería que los lectores vivieran, como yo, una experiencia real. Para entender lo que significa ser un refugiado, cómo se vive a la espera de un documento, dónde, con quién, en qué precipicios de nuestra ciudad. Y sí, el conocimiento directo de las personas, de los hechos, de los lugares puede cambiar la mirada. Si la literatura se arriesga a ofrecer esta experiencia que es el conocimiento, entonces sí, los libros podrán cambiar las vidas.
P. ¿Le ha cambiado el coronavirus la forma de mirar, de ver la vida?
R. Aún es pronto para decirlo, porque no sabemos cuánto tiempo durará y si cambiará para siempre nuestros comportamientos. Por ahora, es una suspensión del tiempo, del espacio, de la identidad. Pero filosóficamente, yo estaba preparada. Yo había abordado ya la relación entre enfermedad, culpa, destino, naturaliza y todo lo que las epidemias provocan en la vida y en el pensamiento humano. He escrito sobre la peste de Venecia en 1577 en La larga espera del ángel, y sobre la peste de Roma en 1656 en L’architettrice, y conocía las reacciones, que son siempre las mismas. La aparición de la enfermedad como algo irreal, absurdo, que se precipita desde otra dimensión y parece incompatible con la nuestra, el miedo a lo desconocido y al contagio, el aislamiento, el desmoronamiento de la identidad, la reducción a una vida casi animal e incluso la insensatez de todo. Algo que pone en duda el sentido de la vida, por lo tanto, más que nuestros hábitos y nuestros planes. Ahora me limito a registrar cómo reacciono, a escribir episodios de la vida cotidiana, mía y de otros, y algún día quizás le encuentre un significado.
P. ¿Por qué escribe?
R. Escribo para vivir, para entender quiénes somos, dónde estamos, de qué historia somos el primer y último anillo, por qué lo somos. Para experimentar lo que significa ser humano. Y finalmente para rebelarme contra mis y nuestros límites: de duración, de tiempo, de espacio. También para dialogar con los ausentes, con los perdidos, con los muertos, con los que aún no he conocido, y por dejar algo de mí.
P. Estoy contigo es una novela de no ficción, como A sangre fría de Capote. ¿Se sintió periodista, como historiadora, escritora mientras lo documentaba? ¿Cómo definiría su técnica en el proceso de construcción?
R. No distingo entre mis libros de ficción y no ficción, porque mi modo de escribirlos es idéntico. Transcurro mucho tiempo con mis personajes, sean imaginarios o reales, incluso aunque vivieran siglos antes que yo. Cada libro nace de una apasionante búsqueda de documentación que puede convertirse en viaje, transferencia, inmersión en otra lengua. En suma, para mí escribir es siempre una indagación que se entrelaza con mi existencia y la cambia. Pero es verdad que Estoy contigo es distinto, porque Brigitte es verdadera, está viva y nuestra relación implica una responsabilidad y me impone una ética en la escritura aún más rigurosa. Así que gracias por asociarlo con A sangre fría, una obra maestra de la no ficción. Elegí la forma documental antes de iniciar la escritura porque no consideraba aceptable inventar una historia de una refugiada y convertirla en novela. De alguna manera es una fórmula obligada, y de hecho en sintonía con obras contemporáneas como Fuego en el mar de Gianfranco Rosi, aparecida en Italia el mismo año que Estoy contigo. Y de otra manera es también un homenaje a nuestra tradición. En el siglo XIX y en la primera parte del XX, la literatura italiana ha contado la emigración (en aquel tiempo un fenómeno contemporáneo) solo en forma de no ficción, porque los testimonios, la implicación del autor en la materia y la autenticidad de los hechos narrados superan los límites de la literatura y se convierten en acción.
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