miércoles, 22 de junio de 2022

Max Frisch / Montauk / Reseña



Max Frisch: Montauk

Idioma original: alemán
Título original: Montauk
Año de publicación: 1975
Valoración: Imprescindible

Como ya dije en su día, llegué a esta novela a través de Martutene, de Ramon Saizarbitoria, una novela que es un ejercicio práctico de intertextualidad, hasta el punto de que Martutene es al mismo tiempo una reescritura y una reinterpretación del clásico de Frisch. Personalmente, creo que entré a Montauk muy contaminado por Martutene, y que eso condicionó hasta cierto punto el modo en el que lo leí, al menos al principio: como una novela romántica y autobiográfica (y nada más). Y en realidad, es mucho más.

"Este es un libro sincero". Esta es la primera frase con la que se encuentra el lector cuando empieza a leer Montauk, y es toda una declaración de intenciones. Quizás parezca una obviedad, pero no lo es. Intentar escribir sobre uno mismo (eso que actualmente se denomina "autoficción") y no sucumbir al deseo de embellecer, adornar, "literaturizar", es algo realmente complicado. Algo prácticamente imposible, podríamos decir. Así que lo que Frisch intenta hacer, contar con la mayor sinceridad posible el fin de semana que pasó con una joven periodista llamada Lynn (nombre real: Alice Locke-Carey) en la península de Montauk, cerca de Nueva York.

Pero como decía, Montauk es mucho más que eso; ahí es donde Martutene me engañó, porque me hizo pensar que "solo" iba a encontrar una historia de amor. En realidad, Montauk es un intento por capturar la memoria de aquellos días neoyorquinos, usando el término "memoria" en toda su extensión y complejidad. Así, encontramos, efectivamente, la narración de los días pasados con Lynn/Alice, y sus conversaciones bilingües, a veces fallidas o insatisfactorias; pero también encontramos los recuerdos de Frisch sobre su juventud, sus relaciones con otras mujeres, sus reflexiones sobre la literatura o sobre su propia imagen como escritor rico, famoso, reconocido.

En ese sentido, Montauk ocupa un lugar próximo al diario (Frisch publicó también varios volúmenes de diarios a lo largo de su vida), aunque es obvio que existe un proceso de maduración y de construcción literaria posterior a los hechos. El texto, por otro lado, juega con una doble voz, en primera persona para las reflexiones y recuerdos, y en tercera para la narración de la relación de Max y Lynn, que sirve para llamar la atención sobre, precisamente, la (im)posibilidad de hablar de uno mismo sin máscaras, sin subterfugios, con total sinceridad.

Montauk es una novela difícil de encajar en los márgenes genéricos tradicionales, y provoca por eso una impresión ambigua en el lector. Estamos habituados a que la autoficción, incluso la más supuestamente realista, adopte formas literarias reconocibles, novelizadas, narrativizadas. El texto de Frisch es fragmentario, salta a través de relaciones visibles o invisibles, del presente al pasado, de lo sentimental a lo reflexivo, del yo al otro de un modo (quizás, no estoy seguro) más semejante al modo de operar de nuestra conciencia.

Por eso, precisamente, por ese intento ambicioso y complejo de ser sincero consigo mismo y con el lector, Montauk fue recibido con escándalo en su día. Algunas de las personas retratadas en el libro protestaron por la imagen que se daba de ellas, o por el propio hecho de ser convertidas en objeto literario sin su permiso (un tema que también aparece en Martutene, por cierto). A nosotros, que no conocimos a Frisch, lo que nos queda es una obra sorprendente, única, extraña, provocadora. Incluso ahora, que hasta el apuntador se ha apuntado a la moda de la autoficción, sigue siendo extraño encontrar un intento de honestidad como la que ofrece Frisch en Montauk.

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