Héctor Abad Faciolince revela sus secretos más sombríos
El escritor colombiano habla de sus diarios recopilados en 'Lo que fue presente', que ha desatado la polémica por sus menciones a personajes del mundo literario de ese país, aunque con el nombre cambiado, y sus historias de sexo, infidelidades y fracasos editoriales
Catalina Oquendok
7 de febrero de 2020
“Mal. No sé qué va a pasar. Insultos de parte y parte. ¿He hecho en ella lo que tal vez quería hacer en otra? Hablo como un omnipotente, yo, el impotente, el que quería ahí borrar su estigma. ¿Quise demostrar que sí podía porque con Margaret no podía? Pues pude, y se me fue la mano. Pude tanto que estoy a punto de joderme la vida para siempre”.
Enamoramientos, impotencia, infidelidad, aborto, el fracaso de un escritor. El exitoso narrador Héctor Abad Faciolince que, de la mano de Fernando Trueba ha llevado al cine su gran libro El olvido que seremos, acerca de la orfandad y el asesinato en 1987 de su padre, el líder de derechos humanos Héctor Abad Gómez, expone en estos diarios (escritos entre 1985 y 2006) su versión “más sombría”.
Abad Faciolince (Medellín, 1958) ha publicado siete novelas y en Lo que fue presente (en España se edita a principios de marzo en Alfaguara) se enfrenta al “tatuaje que no puedes borrar”, a lo que fue. El autor colombiano, uno de los más conocidos en el exterior, desnuda en este libro sus horas más bajas, la envidia, los rechazos editoriales. Seiscientas páginas de poca política —lo contrario a lo que hubiera querido su editor— y mucho de anécdotas sexuales intercaladas con reflexiones sobre la vida y el oficio, como “la escritura es el sitio de la verdad” o “el texto literario es como una nube quieta observada por distintos ojos: unos ven un caballo, otros un dragón, otros una batalla de corderos contra perros”.
Los diarios mencionan personajes conocidos del mundo literario de Colombia, aunque sus nombres son cambiados, se hace una crítica a Gabriel García Márquez y a otros escritores y se cuentan las penurias por las que pasó Abad Faciolince. De las repercusiones, el machismo, la polémica que ha causado en los círculos literarios mencionados en el libro y la decisión de sus hijos de no leerlos ha hablado el autor con EL PAÍS durante el Hay Festival en Cartagena.
Pregunta: Dice que los diarios se alimentan de la vergüenza. ¿Por qué una persona exitosa dentro de los cánones de lo que se considera éxito literario decide exponer su vergüenza?
Resepuesta: Para un escritor que empieza o para los lectores puede ser bueno leer que alguien que aparentemente tiene éxito, ahora a los 61 años, pasó momentos horribles como cuando mi hermana me tenía que hacer el mercado porque no tenía plata, o cuando siete editoriales me rechazaron, momentos de gran desolación y mucha dificultad. Acepté muchos trabajos que no quería hacer y creo que si uno se va a dedicar a un oficio como este debe saber que el horizonte más probable es el fracaso. Por mucho que fracasaba o me lamentaba no dejaba de intentar. A veces decía ‘ojalá me liberara de esta maldita ambición ridícula de ser escritor’, pero nunca me detuve. Yo podría seguir siendo un fracasado, no tener dónde caerme muerto. Aun así seguiría siendo escritor. El fracaso para mí siempre ocurrió en presente. Por eso me gusta tanto el título de los diarios de Julio Ramón Ribeyro, La tentación del fracaso.
P. “El diario acaba siendo un tatuaje que ya no puedes borrar”, escribe. ¿Cómo fue el encuentro con ese tatuaje? ¿Hubo algo que dijera 'esto debí eliminarlo de mi vida'?
R. Uno quisiera eliminar muchas cosas de la vida. Pero como dice Wislawa Szymborska, la vida no es un borrador, no es un ensayo, es lo que es en el momento real, es siempre un presente continuo incorregible. No hubiera querido embarazar a una mujer que no era mi esposa, hubiera querido usar un condón y no lo hice. Eso marca mi vida, es trágico. Cuando releo los diarios no es agradable, sobre todo porque los diarios no se escriben en los momentos luminosos de la vida sino en los de mayor tristeza, desasosiego. No propongo mi vida como una vida ejemplar porque no soy un santo. Pero así es como yo lo viví y lo conté en los diarios.
P. ¿Sacó algo que fuera delicado especialmente porque narra hechos de vidas ajenas?
R. No tenía sentido escribir unos diarios deshonestos. La escritura en general y los diarios en particular son un ejercicio de conocimiento real y verdadero, tienen que ser honestos o por lo menos intentar serlo. No me planteaba no ser honesto, no quería mentirme a mí mismo. Traté de estar muy atento a las trampas de la conciencia.
P. ¿Y qué modificó?
R. Solo sacamos las repeticiones. Yo era un joven muy neurótico y obsesivo. La neurosis se puede definir como la compulsión a repetir y yo me repetía y me repetía. Para un diario puede ser interesante psicológicamente, pero también es muy aburrido. Tenía que llegar a un pacto con los editores. No quitamos nada escabroso o ninguna escena difícil. Lo que sí hice fue cambiar algunos nombres o circunstancias para que una persona ajena no se viera reflejada. Ese fue el único procedimiento de ficción.
P. En el libro vuelve al concepto de las tres vidas: la pública, la privada y la secreta (de Gabriel García Márquez) y dice que los diarios se nutren de su vida privada y no ocultan nada sobre la secreta. ¿Qué le ha supuesto exponer esa publicación de la vida secreta en lo familiar?
R. El asunto más difícil, más doloroso era con mis hijos (Lo que fue presente habla de cómo el autor dejó de querer a Irene, su primera esposa y madre de sus hijos). Les pregunté qué les parecería si publicaba mis diarios, me dijeron tranquilo, adelante y se ofrecieron a no leerlos. De alguna manera les evité a ellos que fueran unos diarios póstumos y tener que leer, decidir qué dejar y editar o quemarlos si es que los iban a quemar.
P. ¿Y en lo profesional? (el libro menciona a editores, otros escritores y exnovias del reducido círculo literario colombiano, critica a Gabriel García Márquez) ¿Ya hay gente que le ha dejado de hablar?
R. A algunas personas les consulté. Les dije 'quiero cambiar las circunstancias' y todas me autorizaron. De otro lado, si hay colegas que se hayan ofendido, que puede ser, puede pasar, no he tenido ninguna manifestación. Hasta ahora nadie me ha dejado de hablar. Bueno, una exnovia amenazó con hacerlo.
P. ¿La dejó mal pintada?
R. No, pero hay circunstancias que revelan que yo me porté mal en la relación.
P. Hay muchas infidelidades a otras mujeres, un aborto. En tiempos en que el feminismo está presente en la agenda social, ¿no pensó si estos diarios podrían ser polémicos?
R. Yo no. Uno de los editores, sí. Dijo acá hay algo delicado, puede haber algunas mujeres que se ofendan mucho por cosas que pasan en los diarios y te pueden acusar de machismo y de abuso emocional. Pues no, los diarios son lo que son. Yo después leí los diarios de André Gide donde él cuenta que abusó de menores. Yo afortunadamente no tengo que confesar eso. No digo nunca que apuñalé a un vecino, supongo que si lo hubiera hecho en los diarios estaría.
P. En el libro habla del riesgo de exponer la vida ajena…
R. Me arrepiento de muchas cosas, pero por suerte nunca he matado a nadie ni he violado a una mujer. Sí he cometido indignidades, he sido infiel, me he portado mal pero nunca creo que haya traspasado los límites hasta convertirme en una persona de la que mi papá se avergonzaría. He tratado de vivir lo mejor que he podido. En los diarios está lo peor, pero yo me conozco, yo soy lo otro. Además, estos diarios no son lo que yo soy sino lo que fui.
P. En un momento escribe: "¿Podrá haber algo más machista, más kitsch, más ridículo que lo que he hecho? Soy parte de lo mismo”. ¿Ha evolucionado, ha reflexionado sobre ese machismo que admite ahí?
R. No es algo que a mí me obsesione, porque eso tiene que ver con mi crianza. Yo me siento muy poco macho. En mi casa decían 'niñas, a comer' y yo siempre me he sentido parte de las niñas y en mi escritura lo que tengo por dentro son las voces femeninas de mis hermanas. Lo macho que tengo dentro de mí es un macho muy inseguro, de temor a la impotencia, para nada orgulloso del falo. Para mí el falo ha sido más bien un problema. Nos bañaban a todos para ahorrar agua, a ellas desnudas, a mí con calzoncillos para que no se me viera el pipí. Me considero muchas cosas y sí, claro, a veces he sido machista pero no tengo una obsesión de serlo. Tengo muchísimos defectos pero no el machismo.
P. Plantea sus fracasos sexuales.
R. Hay una relación de amor importante en la que siempre lo único que tuve sexualmente fue impotencia. Un fracaso tras otro con la persona de la que más enamorado estaba. Es una recopilación de fracasos. Cuando estaba feliz o las novelas iban bien eso lo celebraba solo o con mi familia, pero en los diarios está cuando uno está solo. Cuando uno tiene éxito tiene mucha compañía, pero cuando fracasa está jodido y solo queda resistir escribiendo para no enloquecer.
P. Están también las rivalidades literarias. Recuerda una frase de Borges que dice “los escritores fracasados siempre imaginan conspiraciones contra ellos. Creen que los escritores más afortunados forman una mafia”. Ahora, del otro lado, de los que publican, circulan, ¿cómo ve esas palabras de Borges?
R. Creo que tiene razón Borges al decir que los escritores que fracasan piensan que los exitosos se juntan en mesas para bloquear a los demás. Uno no tiene tiempo de eso, no hay una mafia bloqueando gente. Yo no he sido, como piensa la gente, alguien pendiente de a quién va a invitar a festivales. Si no me invitan mejor, porque llega un momento en que se escribe menos. Si yo probablemente pude escribir más es porque no tuve éxito. Ojalá el éxito le llegue tarde a la gente, escriben más, viajan menos, dan menos entrevistas, se desgastan menos en cosas accesorias.
P. “Me duele no poder ser el escritor que quise ser”, escribió en los diarios. Visto en perspectiva, ¿se siente feliz con el escritor que es?
R. Feliz no, a veces satisfecho, pero para nada feliz. Cómo digo en El olvido que seremos yo conozco mis limitaciones, sé que estoy muy lejos de los modelos literarios a los que aspiro, pero sigo intentándolo porque a mi papá le gustaba lo que yo escribía y yo confío más en él que en mí mismo.
P. Cuando lo mataron escribió que no dejaría que se muera. ¿Siente que le ha cumplido?
R. Fue la promesa que le hice. Sí.
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