sábado, 25 de junio de 2022

Mario Muchnik / "Muchos autores escriben para la foto, para ser famosos"

Mario Muchnik




Mario Muchnik: "Muchos autores escriben para la foto, para ser famosos"

Borges, Cortázar, Vargas Llosa, García Márquez, Jaime Salinas, Alberti, Octavio Paz... El mítico editor pone adjetivos en sus memorias , tituladas, 'Ajuste de cuentos', a los grandes de la literatura con los que trató


Fátima Uríbarri
14 de enero de 2014


Cuando Ernesto Sábato escribía 'El túnel' en su máquina Hermes Baby, en una mesita, bajo un enorme sauce, en la sierra de Córdoba (Argentina), Mario Muchnik era aún un adolescente que renqueaba con las matemáticas. Sábato se convirtió en su profesor particular. Y fue muy exigente. Le hizo llorar. Matilde, la mujer del escritor, le recriminaba: “No seas tan riguroso, es solo un chico”. Y Sábato replicaba: “Yo no soy riguroso, lo son las matemáticas”.

De recuerdos como este, de grandes maestros de las letras en la intimidad, tiene una buena colección Mario Muchnik (Buenos Aires, 1931). Ha conocido a los grandes. Ha cenado, bailado y bebido con ellos. Y los ha editado.

Muchnik ha sido uno de los grandes editores del siglo XX. El que publicó a Elias Canetti, a Ismail Kadare o a Bruce Chatwin antes de que se coronaran con los laureles de la fama y el prestigio. Charlar con Muchnik es repasar un manual de literatura. En su piso luminoso del madrileño Paseo de la Castellana, con sus 10.000 libros bien ordenados, los cuadros de su mujer, Nicole; sus muchas fotografías, los dibujos de Eduardo Arroyo dedicados y algún cartel de Rafael Alberti, uno se siente ante un testigo de un tiempo glorioso. A Muchnik le gusta recordar. Acaba de publicar el quinto tomo de sus memorias, 'Ajuste de cuentos' (El Aleph), y confiesa que es posible que haya una sexta parte. Conserva viva la memoria.

Como editor ha logrado usted mucho prestigio.

No entiendo que los editores tengan tanta fama. Como si fuéramos tan importantes. Solo somos fabricantes de libros.

Hoy en día casi todo el mundo quiere ser escritor.

Porque los escritores están coronados de gloria. ¡Ah, el literato! Muchos autores escriben para la foto, para ser famosos.

¿No era así en sus tiempos?

No. Era muy diferente. Con el escritor ocurría como con el médico: el que quería ganar mucho dinero inspiraba desconfianza.

¿Cómo era Elias Canetti? Usted lo publicó antes del Premio Nobel.

Me fascinó como persona. Tenía una cabellera que flotaba en el aire, como una llamarada de nieve. Tenía un sentido del humor nada fácil. Era un tipo bastante difícil.

¿E Italo Calvino?

Muy difícil también. Era parco en palabras, de pronto no sabías de qué hablar con él. Me decía: “desconfía de los que tiene facilidad de palabra”. Tiene libros maravillosos, como 'El diario americano', sobre sus seis meses viajando en coche por EE UU, una obra maestra. O 'Las fábulas italianas'.

¿Cortázar en persona era tan atractivo como parece?

Nunca lo vi demasiado atractivo, físicamente. Pero era un gran conversador. Nos contaba sus sueños. Sabía mucho de humor y nos divertíamos. Nicole y yo pasamos con él su último verano, no sabíamos que era el último, claro. Estuvimos en un molino, cerca de Prádena. Se tocaron jotas y las chicas lo sacaron a bailar. Pero él estaba triste. Se había muerto Carol [Dunlop], su mujer, un año antes. Nos tocó una época aciaga. Hicimos un libro sobre el golpe de Estado de Pinochet. Era muy buena persona. Todo un caballero.

¿Y Rafael Alberti?

¡Ah!, el tío Rafael. Llegó con María Teresa León a Buenos Aires y venían mucho por mi casa. Yo era chico, tenía 10 años. Le conocí toda la vida. Era un histrión Alberti. Recuerdo que se ponía a recitar con su vozarrón: “verás meadas, meadas entre meadas...”.

¿Cómo le cae su viuda, Asunción Mateo?

Es una pobre desgraciada que quiso aprovecharse de Rafael. Ella apartó a todos los amigos: Benjamín Prado, Luis García Montero, Fernando Quiñones, Luis Muñoz... Cuando presentamos el quinto tomo de las memorias de Rafael quise agarrarle del brazo para ayudarle a caminar y ella me echó de un empujón, yo no tenía derecho a agarrarle, era suyo. Esta bruja censuró el libro: quitó el nombre de Aitana, la hija de Rafael. Es una historia muy fea.

Jaime Salinas, sin embargo, parece todo un señor.

Sí. Es uno de los tipos más deliciosos que me ha tocado conocer en mi trabajo.

¿Cómo ha sido su relación con los Lara, los dueños de la editorial Planeta?

No les gusta mucho la lectura, pero son campeones nacionales de bridge. Tienen una cabeza privilegiada, piensan más allá que los demás. Conmigo se comportaron muy bien: me dieron un salario y me mostraron confianza, no puedo pedir más.

¿Cómo era Gore Vidal?

Era un americano típico, grande. Era primo de los Kennedy, y de Al Gore. Era muy intransigente, con los Kennedy, con los republicanos... De trato imposible, a no ser que supieras cómo lidiar con él. Yo supe hacerlo porque le besé en la boca. Dejé estupefacto a todo el mundo en la feria del libro de Francfort. Vino a protestar porque no le había incluido en un libro de fotografía y lo callé con el beso. Todo venía de la noche anterior: Nicole y yo habíamos cenado con él y con Howard, su pareja, por supuesto en el Ritz, porque a Vidal le entusiasmaba el lujo. En fin, lo conquisté con un beso en los labios, pero sin lengua [risas].

A Ernesto Sábato lo conoció de niño.

Venía a tomar el té del domingo a mi casa. Tenía un sentido del humor curioso: cuando contaba un chiste, el primero que se reía a rabiar era él. Tenía mucha influencia sobre mí, yo era muy chico. Lo recuerdo flaquísimo, muy serio, muy constante. También recuerdo que era mejor no discutir con él.

También trató con Octavio Paz.

Sí, pero menos. Lo edité en Seix Barral y lo fui a visitar en varias ocasiones. Era el mejor conversador que he conocido en mi vida. Podía hablar de mil cosas, de si era mejor la primera o la segunda película de Batman, de música popular, reconocía el [idioma] quechua.... Tenía una cultura impresionante. Era un inmenso placer conversar con él, por eso recuerdo que todos se pelaban por estar a su lado en las cenas: ganaba siempre mi mujer, Nicole, y hablaban en francés.

¿Augusto Monterroso?

El tipo más parco en palabras que he conocido en mi vida. Una vez le hicieron un homenaje y le pidieron que hablara. Se levantó, dijo: “seré breve: muchas gracias”, y se sentó. Es increíble la influencia que ha tenido en la literatura. Es el gran cómico de la lengua.

¿Juan Benet?

A mí no me gusta como autor. Él creía que era como William Faulkner. El bigotito, la actitud, todo era puro teatro. Era una mala copia de Faulkner, eso es lo que era Juan Benet. Petulante.

¿Jorge Luis Borges?

Una de las personas más amables que he conocido. Su amabilidad era de clase alta. Admiro su prosa, pero su literatura me interesa relativamente poco.

¿Gabriel García Márquez?

Ha escrito un libro ('Cien años de soledad') y medio ('El coronel no tiene quien le escriba'); lo demás que ha hecho no tiene demasiado valor. Tuve un rifirrafe con él porque dijo en un artículo que los editores se aprovechaban de la ingenuidad de los autores. Es un tipo muy simpático, pero no es del todo fiable.

¿Mario Vargas Llosa?

Es un gran amigo. Le conocí cuando ambos vivíamos en Londres. Encantador.


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