sábado, 4 de junio de 2022

Rita Indiana / Nueva narrativa





Nueva narrativa

"Responsabilizar a los creadores de un videojuego por la violencia y la criminalidad en el mundo real es como culpar a La Gallina Turuleca por las cifras de embarazos adolescentes en Iberoamérica"

Rita Indiana
27 de enero de 2014


Leí El reino de este mundo, de Alejo Carpentier, a los 13 años. La novela bandera de lo “real maravilloso” expandió mis conocimientos y mi sensibilidad acerca de la religiosidad afrocaribeña, la revolución haitiana y la historia de la esclavitud en América, a través de un universo vivo que transité identificada con el ansia de libertad de Ti Noel, siendo testigo de las metamorfosis de Mackandal y asesinando a colonos franceses con una guadaña. La novela tuvo efectos en mi educación política, pero nunca se me ocurrió comprar una guadaña en una ferretería para matar a alguien, como tampoco se me hubiese ocurrido asesinar a John Lennon tras leer El guardián entre el centeno. Faltan muchos tornillos en una mente como para encontrar la excusa de un crimen en un producto cultural como, por ejemplo, un videojuego. En Assassins Creed 4,Los Asesinos es una sociedad secreta que busca acabar con los templarios, quienes en esta entrega conspiran para dominar al mundo infiltrados en las filas de los colonizadores españoles y británicos. Nuestro héroe pelea junto a piratas históricos, echando mano a arcabuces, cimitarras y galeones en una experiencia narrativa y enciclopédica que incluye una réplica de La Habana del siglo XVIII que me hubiese encantado tener cuando leí a Carpentier. Hay mucha sangre en este juego, pero la degollina, como en un buen libro, es parte del cuento. Responsabilizar a sus creadores por la violencia y la criminalidad en el mundo real es como culpar a La Gallina Turuleca por las cifras de embarazos adolescentes en Iberoamérica. En ambos casos, el verdadero responsable es el mismo, la desigualdad social ante cuyas víctimas se pasea un poder corrupto y con ínfulas totalitarias para el que la buena narrativa, en cualquiera de sus empaques, sigue siendo peligrosa, porque nos obliga a pensar y eso es más explosivo que cualquier cuchillo en boca.

EL PAÍS


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