jueves, 23 de junio de 2022

Max Frisch / No soy Stiller / Las grietas de la perfección

Max Frisch

NO SOY STILLER


Las grietas de la perfección




José María Guelbenzú
30 de octubre de 2005

Cuarenta y siete años después de su primera edición española, en la misma editorial, vuelve a las librerías una novela emblemática de la literatura europea de la segunda mitad del siglo pasado. No soy Stiller cuenta la historia de un hombre que responde al nombre de Michael White y no al del que las autoridades suizas creen que es: Anatol Stiller, un mediocre escultor que desapareció años atrás. La policía de Zúrich no tiene duda al respecto y le procesa mientras él sostiene contra viento y marea que no es Stiller. Su abogado defensor le sugiere que escriba en unos cuadernos la verdad acerca de su vida. La novela consta de siete cuadernos, que transcurren en el tiempo de detención y procesamiento, y un epílogo del fiscal.



NO SOY STILLER

Traducción de Margarita Fonteseré
Seix Barral. Barcelona, 2005
480 páginas. 21 euros

No soy Stiller es el discurso de un hombre medio contra una sociedad hiperorganizada en la que la espontaneidad del yo no tiene cabida, pues el ahogo que provoca la reducción del hombre a un orden rutinario y perfeccionista impide que el individuo pueda mostrarse como un ser imperfecto e imperfectamente libre. Frisch utiliza a su detestada Suiza como paradigma de esa fachada de serenidad social y cívica que no es sino otra forma de alienación colectiva. La novela relata la lucha de White por demostrar que no es quien es y, a partir de un momento determinado, el fiscal, un comprensivo hombre de orden amante de su ordenada y bien alimentada patria, bien alimentado y ordenado él mismo, se interesa por las razones que llevan a Stiller a negar tan obstinada y desesperadamente lo que parece evidente.

El relato de la lucha de White por no ser Stiller es el nervio central del libro, pero se compadece bien con las figuras femeninas: Julika, la esposa de Stiller, a la que éste abandonó al desaparecer, y Sybille, su amante, en la actualidad casada con el fiscal del caso. White se encuentra con Julika, recuerda a Sybille y charla con el guardián Knobel a quien relata la vida que ha llevado en Estados Unidos y México, una vida fantasiosa de crímenes y aventuras que el guardián, un simple, acepta a pies juntillas. Todo el autointerrogatorio que son los cuadernos diarios es un recuento casi existencial de su obsesión por desprenderse de Stiller. Ahora bien, si acaso fuera Stiller ¿por qué ha regresado a Suiza bajo otro nombre?, ¿para dejar de ser Stiller?, ¿para probar allí en el centro de un mundo y una vida que niega que ya no es Stiller? Esa lucha, curiosamente, no le llevará a la afirmación sino a la disolución del yo: Stiller vuelve a ser una medianía tras una lucha que pasa por sí mismo y por su relación con las dos mujeres; la primera, Julika, en vivo, tras reunirse con ella; la segunda, Sybille, en la memoria. La reconstrucción de su vida pasada confrontada a su actitud destruye a Julika y lo integra en la indiferencia y la pequeñez total.

Es la relación entre Julika y Stiller -maravillosamente construida y relatada, como corresponde a un concienzudo centroeuropeo- y también la relación de Sybille con Stiller, son claves. Julika es una bailarina y él un escultor, su relación es abrasiva porque ella se comporta con frigidez y él es profundamente egocéntrico; hay un desentendimiento de pareja, casi una tristeza existencial que se baña en esa sociedad perfeccionista que aleja de sí toda clase de imprevisión, el cual se agranda en la convivencia por lo no compartido, lo no expresado, hasta que todo ello actúa como un pozo sin fondo en el que queda sumergida la relación. Stiller compone entonces la figura de un atrapado por el matrimonio y por Julika y así alimenta su frustración. Sybille no es sino otra forma, escapista, de abrasión. Cuando no puede más, huye del agujero en el que él se ha metido. Es un soberbio retrato de una crisis contemporánea.

"Vivimos en la era de las reproducciones", dice White. "La mayoría de las imágenes que tenemos del mundo (...) las hemos visto con nuestros propios ojos, pero no en su propio lugar (...) ¡Qué época ésta! Ya no significa nada decir que uno ha visto peces espada o que ha amado a una mulata. Todo eso se puede haber visto una buena mañana en una película documental (...) ¿a qué tanto hablar, si no demuestro que lo que digo lo he vivido efectivamente?". El regreso de White-Stiller es un regreso perfectamente asimilable por esa sociedad que ha llegado a detestar, la revuelta de Stiller acaba donde empieza. "La huida no es nunca una solución. La única libertad es la sujeción". La relación con Julika quedó pendiente al desaparecer él y ahora, a su vuelta, se la encuentra para darle término tal y como hubiera sido de no haberse marchado, pero el enfermo viaja siempre con su enfermedad. En realidad, piensa, no fue capaz de separarse y huyó, de Julika y de la sociedad que le oprime. La cobardía que hay tras la huída no puede cerrarse más que con la extinción o la indiferencia. Stiller, finalmente, es también una reproducción.

Frisch, novelista y dramaturgo, es un intelectual comprometido con su tiempo. La densidad de sus planteamientos, su lucidez y su energía lo delatan. Esta novela que no se atiene a la ligereza actual y requiere lectores para los que la lucidez sea una premisa de la lectura. Su riguroso pensamiento literario no excluye, naturalmente, la belleza expresiva, como en esta hermosa imagen: "La hora del mercurio resplandeciente ya había pasado, el lago parecía de latón bruñido".

* Este artículo apareció en la edición impresa del viernes, 30 de septiembre de 2005.

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