Roald Dahl
EL CERDO
Hubo una vez un cerdo en Inglaterra
que fue el bicho más listo de la Tierra.
Era un tipo genial, todo un portento,
una cabeza llena de talento.
Hacía largas sumas de memoria,
leía gruesos libros sobre Historia.
Sabía muchas cosas… y al final
se planteaba la cuestión fatal.
Por vueltas y más vueltas que le daba
Jamás la solución se le alcanzaba.
-¿Qué papel me ha tocado en esta vida?
-era la gran pregunta tan temida-.
¿Para qué estoy aquí? ¿Por qué nací?
¿Qué reserva el destino para mí?
Pensaba en estas cosas tan funestas,
pero jamás hallaba las respuestas,
hasta que en una insomne madrugada,
topó con la respuesta deseada.
Pegó un brinco de rana saltarina,
Danzó cual consumada bailarina…
-¡Eureka! ¡Lo encontré! La gran cuestión
tiene una contundente solución.
Ya sé lo que me espera: mi destino
¡es verme convertido en buen tocino!
Es el granjero un hombre muy astuto,
pero ya he descubierto que es un bruto.
Ya sé por qué me da tan ricas dietas:
¡es porque está pensando en mis chuletas!,
Porque quiere mi piel, mis solomillos,
mi cabeza, mis pies, mis menudillos…
Porque piensa picar muy bien mis chicha
para hacer largas ristras de salchichas…
Ya sé lo que me aguarda: el matadero,
la cuchilla de un fiero carnicero,
las ollas de una gorda cocinera,
¡ésa es la cruel suerte que me espera!
Así se lamentaba el buen gorrino
pensando en su dramático destino.
Y llegó la mañana y el granjero
apareció trayendo su caldero.
-Cerdito, ven aquí, a desayunar,
que tienes que crecer y que engordar.
Y aquel cerdo tan sabio y tan valiente
se echó sobre el granjero de repente.
Al suelo sin remilgos lo tiró
y allí, con sus pezuñas, lo aplastó.
Después olió y hozó, mordió, quebró,
chupó, lamió, sorbió, saboreó…
No cuento más detalles… Del granjero
tan solo quedó el ala del sombrero.
El cerdo se comió hasta la camisa
mascando con fruición, sin darse prisa.
Y cuando terminó, muy satisfecho,
se dijo: “Esto me hará muy bien provecho.
Ha sido un desayuno muy completo,
me siento muy a gusto, estoy repleto.
Yo iba a ser hoy merienda de granjero
pero me lo he comido yo a él primero”.
Roald Dahl
¡Qué asco de bichos!
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