lunes, 24 de abril de 2017

William Faulkner / Citas


William Faulkner
CITAS

Un paisaje se conquista con las suelas del zapato, no con las ruedas del automóvil.


La sabiduría suprema es tener sueños bastante grandes para no perderlos de vista mientras se persiguen.


Leer, leer, leer todo, clásicos, desconocidos, buenos, malos, ver cómo escriben, leer y absorberlo. Luego escriba. Si es bueno lo conservas, sino lo tiras por la ventana.


Siempre sueña y apunta más alto de lo que sabes que puedes lograr.

Aquello que se considera ceguera del destino es en realidad miopía propia.


Lo más triste es que la única cosa que se puede hacer durante ocho horas al día es trabajar.


Se puede confiar en las malas personas... No cambian jamás.


Inteligencia es el poder de aceptar el entorno.


Un hombre es la suma de sus desdichas. Se podría creer que la desdicha terminará un día por cansarse, pero entonces es el tiempo el que se convierte en nuestra desdicha.

Vivir en cualquier parte del mundo hoy y estar contra la igualdad por motivo de raza o de color es como vivir en Alaska y estar contra la nieve.

No te preocupes por ser mejor que tus contemporáneos o predecesores. Intenta ser mejor que tú mismo.


Hombre pobre, humanidad pobre.


Algunas personas son amables sólo porque no se atreven a ser de otra manera.


Lo más triste del amor es que no sólo no puede durar siempre, sino que las desesperaciones son también olvidadas pronto.


Los que pueden actúan, y los que no pueden, y sufren por ello, escriben.


Un artista es una criatura impulsada por demonios.

Tal vez la única cosa peor que tener que dar gratitud constantemente es tener que aceptarla.


Este es un país libre. La gente tiene derecho a enviarme cartas, y tengo derecho a no leerlas.


Un escritor necesita tres cosas: la experiencia, la observación y la imaginación, dos de las cuales, a veces una de las cuales, puede suplantar la falta de las demás.


El pasado nunca se muere, ni siquiera es pasado.


Un escritor debe enseñarse a sí mismo que la cosa más baja de todas es tener miedo.


Él, que sobre todas las cosas amaba la muerte, y que quizá sólo amaba a la muerte, amó y vivió con deliberada y pervertida curiosidad, tal y como ama un enamorado que deliberadamente se reprime ante el prodigioso cuerpo complaciente, dispuesto y tierno de su amada, hasta que no puede soportarlo y entonces se lanza, se arroja, renunciando a todo, ahogándose.
No es que pueda vivir, es que quiero. Es que yo quiero. La vieja carne al fin, por vieja que sea. Porque si la memoria existiera fuera de la carne no sería memoria porque no sabría de qué se acuerda y así cuando ella dejó de ser, la mitad de la memoria dejó de ser y si yo dejara de ser todo el recuerdo dejaría de ser. Sí, pensó. Entre la pena y la nada elijo la pena.

Es la función de todo comandante aquella de hacerse odiar por sus soldados, para que cuando acometan una orden en batalla la ejecuten con todo ese odio que reservan para ti, el odio extremo que les lleva a matar... Pero nunca pude imaginar que se pudiera llegar a odiar tanto, tanto odio, que se negaran a obedecer las órdenes de un superior; no se puede odiar tanto, no es posible.


El pecado, el amor y el miedo son sólo los sonidos que las personas que nunca pecaron, ni amaron ni han sentido miedo pronuncian pensando que saben lo que significan esas palabras.



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