jueves, 29 de agosto de 2024

Peter Hujar / Los tres retratos de las tres muertes





‘ORGASMIC MAN’, 1969, PETER HUJAR © THE PETER HUJAR ARCHIVE


PETER HUJAR Y LOS RETRATOS DE LAS TRES MUERTES

POR SOFÍA GUARDIOLA



En el único libro de fotografías que el artista estadounidense publicó en vida, se mezclan sus retratos de cadáveres del siglo XIX en las catacumbas de Palermo con los de amigos suyos, todos ellos artistas de la talla de Susan Sontag o John Waters. Las imágenes que compusieron esta obra, que reflexionaba sobre la inevitabilidad de la muerte, podrán verse por primera vez en Europa como evento paralelo a la Bienal de Venecia.




‘Self-Portrait Jumping II’, 1987, Peter Hujar © President and Fellows of Harvard College


Peter Hujar
 fue uno de los fotógrafos de retratos más destacados del siglo XX –si no el que más–, aunque no obtuviese en vida, al menos fuera de su círculo social, el reconocimiento que merecía. A menudo, se ha achacado a que su figura quedó eclipsada por la de otro fotógrafo joven que despuntó en la escena neoyorquina más o menos a la vez que él: Robert Mappelthorpe. Sin embargo, y a pesar de que Hujar llegó a afirmar que su competidor le había copiado el estilo, hay evidentes diferencias en el trabajo de ambos.

Donde Mappelthorpe busca el goce estético, Hujar va un paso más allá priorizando, por encima de la apariencia final de la imagen, la conexión entre el fotógrafo y el sujeto retratado. Gracias a ello, sus imágenes revelan la personalidad de sus protagonistas, destilan vulnerabilidad, hablan del desnudo incluso cuando quien aparece en ellos está completamente vestido.

No obstante, muchas de las amigas del fotógrafo tienen sus propias impresiones sobre por qué nunca logró triunfar como se merecía. La escritora Fran Lebowitz, una de sus mejores amigas, afirmó que se debía a su mal temperamento y sus continuas discusiones con los galeristas. En alguna ocasión, de hecho, llegó a agredir a alguno físicamente. Nan Goldin, sin embargo, matiza esta impresión, añadiendo que se debía a sus decisiones impulsivas, tan románticas como malas para el negocio. En una ocasión, según comenta, un galerista les ofreció a ambos hacer una exposición conjunta, pero finalmente decidió que prefería dejar a Goldin fuera y convertirlo en una muestra monográfica de Peter Hujar, que sin embargo se negó en solidaridad con su amiga. Y además, como siempre, estaba la cuestión de los padrinos: Sam Wolfgan, de quien Mappelthorpe era el protegido, había querido establecer años atrás con Hujar la misma dinámica, a la que él se había negado.


Sea como fuere, a pesar de ese segundo plano al que quedó relegado en vida, hoy en día su obra reluce como una de las más sinceras y sensibles del siglo XX, a nivel no solo estadounidense, sino mundial. Lo demuestran no solo aquellas instantáneas en las que sus modelos miran a la cámara como si estuviesen a punto de revelar sus mayores secretos, sino también sus fotografías de animales, cargadas de sensibilidad y profundidad, e incluso las de los cadáveres. Hay que ser muy habilidoso para mirar con dignidad, casi con ternura, a unos cuerpos momificados que ni siquiera pertenecieron a nuestros ancestros, sino que que nos son ajenos en el espacio y en el tiempo. Pero Hujar lo consiguió cuando, en 1963, visitó las catacumbas de Palermo. Fue en uno de esos viajes a Europa que el artista alternaba con sus trabajos de fotógrafo de moda, como si necesitase compensar la frivolidad requerida en aquel campo con la elaboración de otras imágenes más reflexivas y personales.

En este viaje realizó una serie de fotografías a los cadáveres situados en las catacumbas de una iglesia palermitana, huesos y cuerpos momificados que se conservan engalanados con sus mejores ropajes, al estilo siciliano del siglo XIX. Hujar trató estas imágenes con la misma delicadeza que empleaba para retratar a los vivos, y decidió casi una década después convertirlas en parte de su primer fotolibro –el único que publicaría en vida–: Portraits in Life and Death. En él, aquellas fotografías de cadáveres anónimos venían precedidas por 29 retratos de amigos y conocidos suyos, todos ellos influyentes figuras del panorama contracultural de la época. Estos aparecían mirando a la cámara con una expresión entre la pena y la confesión, haciendo que el espectador llegue a sorprenderse por recibir, de forma tan directa, una mirada íntima de alguien a quien no conoce.


‘Palermo Catacombs 1’, 1963
‘‘William Burroughs, Reclining’, 1975

‘Palermo Catacombs 2’, 1963

‘MEMENTO MORI’

Para lograr el ambiente de familiaridad necesario, la mayoría de los retratos fueron tomados en el apartamento de Hujar, en su propia cama, y en ellos aparecen figuras tan emblemáticas como William Burroughs, Divine o Susan Sontag, que de hecho escribió el prólogo del libro. El resultado de unir estos dos bloques de fotografías en un mismo libro lo convirtió en una suerte de vanitas, en un recordatorio de que las grandes figuras del momento acabarían, también, convertidas en cadáveres tarde o temprano. De hecho, el modo en el que miran a cámara hace pensar que son plenamente conscientes de que algún día les llegará el final, y que tienen esto en mente mientras su amigo aprieta el disparador de la cámara.

Lo que era imposible que supieran es que muchos de ellos encontrarían, en cuestión de pocos años, una muerte cruel y temprana, incluido el propio Hujar, cuyas palabras jocosas sobre el libro, “la muerte está a punto de ponerse de moda”, acabaron tomando un cariz siniestro.

El libro tuvo un éxito modesto, pasó desapercibido, a pesar de que con el tiempo se haya convertido en un objeto de culto, muy complicado de encontrar hoy en día, y por el que se pagan precios sumamente elevados. Pocos años después de su publicación, se desencadenó la crisis del VIH, que se llevaría por delante al fotógrafo y a varios de sus modelos y amigos. Aquel futuro sombrío al que miraban con mezcla de resignación y temor en Portraits in Life and Death había llegado, por desgracia, mucho antes de lo esperado.

Ahora y por primera vez, las fotografías que formaron parte de este proyecto van a exponerse en Europa de la mano de la Peter Hujar Foundation, en una muestra paralela a la 60 edición de la Bienal de Arte de Venecia, en el mismo país en el que los huesos de las catacumbas fueron retratados hace sesenta años. La exposición tendrá lugar en el Instituto Santa Maria della Pietà, y podrá visitarse desde el 20 de abril hasta el 24 de noviembre. Sin embargo, este libro en el que Hujar desplegó toda su sensibilidad para acabar creando una suerte de Memento mori –terriblemente profético– no fue la única ocasión en la que el autor se enfrentó a la muerte con su cámara. Hay otros dos trabajos suyos de la misma temática, que demuestran su tacto para encontrar belleza en lo doloroso sin apelar por ello a la explotación de la tragedia.


RETRATOS EN EL LECHO DE MUERTE


El primero de ellos fue la serie de retratos que hizo de Candy Darling, musa de Andy Warhol y una de las figuras más emblemáticas de La Factory. La actriz enfermó de un linfoma y, en el año 1973, pidió al artista que la retratara en su lecho de muerte, una cama de hospital.


En las imágenes resultantes, Candy Darling no parece una enferma, sino la diva que fue durante toda su vida: cejas pintadas de forma impecable, labios de un color vibrante, la habitación llena de flores, una única rosa descansando de forma romántica junto a ella, sobre las sábanas. Las fotos son tan bellas que perturban, porque la apariencia de la habitación no deja lugar a dudas: se trata de un hospital, y la retratada es una mujer que se ha maquillado para posar una última vez antes de morir. El ansia de Darling por inmortalizar su propia belleza se refleja en los retratos de una forma sutil y compasiva que solo Hujar podría lograr.




Fran Lebowitz se enfadó mucho con él por aceptar y llevar a cabo aquel encargo, considerándolo morboso y fuera de lugar. Su cólera no hizo sino aumentar cuando, una vez Darling hubo fallecido y los dos amigos acudieron juntos al velatorio, el fotógrafo disparó una última vez hacia el rostro, esta vez sin vida, de la actriz que descansaba en su féretro abierto. Sin embargo, a Hujar debió cautivarle aquella idea, la de dejar un último testimonio fotográfico del paso de alguien por el mundo cuando su muerte es aún reciente, puesto que la elegiría para su propio final. De nuevo, fotografía y muerte volverían a encontrarse en su figura.


‘Untitled (Peter Hujar)’, 1989, David Wojnarowicz. Courtesy the Estate of David Wojnarowicz and P·P·O·W, New York
‘Untitled (Peter Hujar)’, 1989, David Wojnarowicz. Courtesy the Estate of David Wojnarowicz and P·P·O·W, New York
‘Untitled (Peter Hujar)’, 1989, David Wojnarowicz. Courtesy the Estate of David Wojnarowicz and P·P·O·W, New York

Cuando Peter Hujar murió a causa de problemas derivados del SIDA, en 1987, su cuerpo y su rostro se habían desfigurado hasta alcanzar la extrema delgadez, resultando casi irreconocibles. Pero, aun así, quiso dejar testimonio de su apariencia final: quizá para atestiguar su paso por el mundo, o quizá para compartir lo que aquella enfermedad devastadora hacía con quienes la sufrían. Para ello, pidió al artista David Wojnarowicz –su pareja y colaborador– que, una vez hubiese muerto, despejase la habitación de hospital para fotografiar y filmar su cuerpo sin vida.

El fotógrafo cumplió con lo prometido y tomó un total de 23 instantáneas, a las que tituló 23 fotos de Peter, 23 genes en un cromosoma, habitación 1423. De este modo, se completaba el círculo de la carrera artística de Peter Hujar que comenzó con aquellas momias que descansaban en las catacumbas de Palermo. La muerte y la vida se confunden en esas tomas que muestran, con precisión asombrosa, los detalles de un cuerpo que acaba de expirar, tal y como ocurrió en Portraits in Life and death, donde las momias se mezclaban, sin que resultase extraño, con los retratos de personajes reconocidos en la cumbre de su carrera.


EL CONFIDENCIAL


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