lunes, 15 de julio de 2019

Mr. Robot / La voz de nuestra frustración

Mr. Robot

La voz de nuestra frustración


 ¿Por qué la serie es una obra maestra de estos tiempos? ¿Cómo logró condensar tan bien la idea de una revolución cibernética contra el sistema financiero?


Por Álvaro Carreño
26 Marzo 2018, 4:09pm

Hello Friend

Mr. Robot es algo así como la voz que comenzó a hacer eco en nuestra conciencia después de ver el show que los gobiernos de occidente hicieron durante la crisis económica de 2008.
Recordemos esa época: los políticos occidentales, derrochando sus palabras, se lucieron ante las cámaras mientras, una vez más, empeñaban nuestras vidas al voraz e insaciable sistema financiero. Los bancos, compañías con incidencia global, fueron rescatados por el gobierno de Estados Unidos a través de la Ley de Emergencia para la Estabilización Económica, a pesar de que sus ejecutivos generaron el desastre económico más grande del que la humanidad tenga memoria desde 1929. Y, como lo han repetido los reconocidos economistas Joseph Stiglitz y Paul Krugman, quienes terminaron pagando por los graves errores de unos cuantos agentes financieros que actuaron de mala fe fueron los contribuyentes y la clase media de ese país. Y de varias naciones, como Grecia o España.


Desde hace décadas se han privatizado varios servicios sociales y la riqueza sigue aumentando de la mano de la desigualdad en su distribución. A la vez, los Estados-nación se desvanecen para facilitar el tránsito de los capitales transnacionales. Y por tanto, la revolución posible de hoy es global. La lucha contra el poder, como lo quiere retratar Mr. Robot, podría ejecutarse desde cualquier parte del mundo.
Solo hace falta un computador.
La serie, creada por Sam Esmail, tiene como protagonista a Elliot Alderson, representado por Rami Malek, quien lidera la revolución de un grupo de hackers en Nueva York llamado F. Society. Al estilo de Anonymus, esa colectividad busca destruir a una de las corporaciones multinacionales más ricas del mundo: E Corp o “Evil Corp” (como Esmail la llama cuando se le antoja), que es representada con un logo casi igual al de Enron, una de esas empresas ícono de la corrupción del sector privado en Norteamérica.


Mr. Robot a veces pareciera que, en un formato para televisión, quisiera construir un ensayo crítico sobre lo que está mal en la sociedad, en la política y en la cultura. A la vez, a través de la historia que cuenta, se convierte justamente una narración sobre lo que nos indigna y muchos anhelamos cambiar.
En la serie, E Corp tiene el 70% de la industria del crédito de consumo global, pero también domina, entre otras cosas, la producción de equipos electrónicos y el sector de las telecomunicaciones. Es una de esas empresas como General Electric o Google, aquellas que Bernie Sanders calificó incesantemente en la pasada campaña presidencial de Estados Unidos como “demasiado grandes para caer (too big to fail)”.
Mr. Robot es, también, una construcción narrativa y visual de la enajenación, de la soledad, de la desconexión y de lo sumergidos que estamos en el consumismo.

F. Society es la cara visible de la revolución: un grupo de cyber saboteadores que se reúne en un local de Arcade abandonado en Coney Island y que emiten comunicados públicos de sus acciones a través de videos en los que usan máscaras muy parecidas a las de Guy Fawkes en V de Vendetta (o a las de Anonymus). El grupo está compuesto por genios informáticos que programan el hackeo a E Corp clandestinamente, dirigido por Elliot, quien para liderarlos extrae de sí mismo, y desde la psicosis, a un dios personal llamado Mr. Robot.
Elliot Alderson y su equipo buscaron borrar la información de las bases de datos de E Corp y así eliminar la esclavizante deuda de sus usuarios. Esa es su revolución, la misma que Tyler Durden promovió en la película Fight Club contra Visa y MasterCard. Al igual que esta película, la serie es un producto del capitalismo, pero que pone en evidencia sus contradicciones: la desigualdad y las tensiones entre las clases sociales; las cadenas que nos hemos permitido imponer dentro de la sociedad de mercado; la política sometida a la economía global; y los elementos culturales que caracterizan el mundo globalizado.
La serie se cohesiona a través de referencias a películas y de elementos de la cultura popular gringa, que se despliegan en el guion, en la cinematografía, en su narrativa, como un respetuoso y bien logrado tributo a piezas del cine que nos han hecho soñar o imaginar que las cosas pueden transformarse. Uno de los elementos que más me atrajo de la serie fueron tres monólogos de Elliot. Pocas veces uno ve en televisión una crítica política, social y cultural tan directa, sin miedo a herir cualquier susceptibilidad o de abordar temas tabú. Por eso, en estas líneas, mientras relato los aspectos relevantes de la serie, ensamblaré los monólogos más importantes de cada temporada.

***

Atento lector, de aquí en adelante hay spoilers. Si quiere leer más, será bajo su propia responsabilidad.
El personaje que da vida a la parte de Elliot que insiste incansablemente en la revolución, en no desistir, ese que representa la ira fundada y la voz de la constante frustración, es Mr. Robot, quien le da el nombre a la serie. Este es representado por Christian Slater y encarna un discurso honesto que no desiste, que no se rinde y que todos, en diferentes medidas, llevamos dentro.
Mr. Robot, al igual que Tyler Durden en Fight Club, es una alucinación de Elliot que representa la parte que él necesita para ejecutar su revolución y que construye fuera de sí mismo para conseguirlo: lo orienta e incluso se apodera de su voluntad. En un punto, como él mismo lo dice, Mr. Robot se convierte en su dios. Lo más sublime es que ese dios surge del imaginario del último recuerdo físico de su fallecido padre, como si quisiera recordarnos la importancia de no desistir ante los aspectos simbólicos del ser, de hacer algo útil con nuestra rabia, de usar nuestra frustración para generar un cambio y superar la alienación afrontando la realidad.
Por eso, al terminar la primera temporada, cuando Elliot se cuestiona si Mr. Robot es real, este le responde preguntando si algo de lo que ve o siente diariamente es real. Hay que escarbar muy bien para encontrar algo que lo sea, afirma: “Vivimos en el reino de la mentira [“bullshit”, en inglés] (…) Entonces, no me hables de no ser “real”. Yo no soy menos real que la maldita carne molida en tu Big Mac”. Dicho de otra forma, el andamiaje capitalista expropia nuestra libertad y nuestro deseo, mientras nos hace creer que comprando paquetes de felicidad envueltos en plástico estamos tomando nuestras propias decisiones. Como lo manifiesta Elliot, elegimos entre Mc Donald’s y Burguer King o entre Pepsi y Coca-Cola.
Monólogo 0.

Louis, I think this is the beginning of a beautiful friendship

Mr. Robot es, también, una construcción narrativa y visual de la enajenación, de la soledad, de la desconexión y de lo sumergidos que estamos en el consumismo. Sus propuestas visuales, sus personajes y su discurso, exponen el vacío cultural que somos: la apatía, la escisión social, la crueldad, así como todas las herramientas que el mercado tiene para mantenernos “ocupados”, sin revirar, sin que hagamos nada más que indignarnos efímeramente por cada hecho catastrófico que se desencadena a diario en el mundo.
Elliot sufre de depresión y manifiesta comportamientos maníacos. Le cuesta la existencia y llena sus vacíos con morfina. Tiene fobia social: es un héroe muy humano y cercano a quienes nos cuesta adaptarnos. Desde su soledad se dirige a nosotros, a la audiencia, mientras abre los enormes ojos con que mira el mundo y los sostiene fijamente ante la cámara.
Esa mirada certera y su voz profunda dicen lo que muchos pensamos todos los días sobre el capitalismo, sobre el poder o sobre nosotros mismos. Eso que seguramente reflexionamos brevemente mientras consumimos grandes cantidades de información a través de Facebook, de memes y audios por WhatsApp o de Twitter. No es que las redes sociales sean un mal moderno en sí, sino que para Elliot, en el marco de esta sociedad de consumo, han ayudado a propagar una cultura de la superficialidad y de la indignación fugaz: carita triste, carita brava, un “compartir” a un post en redes sociales.
Al principio de la serie, Elliot es un empleado más de All Safe, la empresa donde trabaja Angela Moss, su mejor amiga desde la infancia y por quien, no por error, entró a trabajar allí. El jefe de Elliot y Angela, Gideon Goddard, es otra de las caras del mundo corporativo: un tipo amable y ético, quien con su empresa (que presta los servicios de seguridad electrónica para E Corp) busca prestar un buen servicio en el marco del capitalismo y no teme mostrar su debilidad.
En el círculo más cercano de Elliot, además de Angela, está Darlene, su hermana, una mujer de carácter fuerte y cool, evidentemente tomado de las películas de hackers noventeras, quien hace también parte de F. Society. Elliot está tan alienado de sí mismo que hasta desconoció el incesto e intentó besar a Darlene, situación que pareciera mostrar simbólicamente que todos estamos alienados de distintas maneras y andamos muchas veces por ahí carentes de una estructura simbólica que sustente y le dé propósito a la existencia.
La serie a través de sus diálogos e imágenes envía el mensaje de que vivimos en medio de una ética líquida y ajustada al mercado: todo es reemplazable, todo es efímero, todos somos dioses que disponemos de los demás a nuestro antojo, consumimos cosas inútiles y buscar la aprobación de los demás en Facebook nos hace felices. Esta posición es declarada desde el principio y, por ejemplo, en el tercer capítulo de la primera temporada, Elliot trata de ser lo que él considera “normal” por un momento: “De pronto Shayla [su vecina] podría ser mi novia. Iré a ver una de esas estúpidas películas de Marvel con ella. Entraré al gimnasio. Pondré corazones en Instagram. Tomaré lattes de vainilla [se toma uno de Starbucks]” .
Escena de Elliot: ser más normal.
Angela Moss, la mejor amiga de Elliot, tiene una personalidad muy diferente a la arriesgada de Darlene y, a pesar de ser quien pareciera ajustarse a ese prototipo de “normalidad”, es el personaje que más cambios presenta en el transcurrir de la serie. En los primeros capítulos, transmite falta de carácter: parece con su vida reproducir la portada de la publicidad de un banco, con la casa y el perro en el fondo. Pareciera acrítica o despreocupada por trascender, pero a medida que avanza la serie se va empoderando y asume un rol importante dentro del entramado narrativo de la serie. Incluso, con el objeto de conseguir información sobre la muerte de su madre, logra conseguir un puesto dentro de E Corp en el área de comunicaciones, que le permite estar cerca de los altos cargos de la empresa.
La crisis económica de 2008 nos llevó a muchos a la frustración, mientras vimos a la política revelarse, una vez más, al servicio de los intereses económicos. Muchas de las grandes corporaciones y una buena parte del sistema financiero demostraron estar por encima de la democracia y de la Ley, el sector político probó que las mayorías no trabajan para nosotros y muchos de aquellos ejecutivos que jugaron irresponsablemente con la estabilidad económica mundial están cagados de la risa, cumpliendo penas irrisorias frente al daño ocasionado o sin haber sido siquiera investigados. Además, muchos de los movimientos de indignados que surgieron como consecuencia de esos hechos se apagaron rápidamente, como Occupy Wall Street o el 15-.M. La serie muestra a ese 1% del 1% siendo el poder que mueve al mundo, quienes realmente toman las decisiones.
En Mr. Robot, Evil Corp es dirigida por personajes cínicos, a quienes solo les importa el poder y el dinero, y toman decisiones en medio de whiskey y langostinos. Decisiones que afectan a personas del común, como la de ocultar los desechos tóxicos de su planta Washington Township, que mató a veintiséis empleados debido al ocultamiento de los desechos tóxicos que se generaban allí, causando diferentes tipos de cáncer. Entre esas víctimas estaban el papá de Elliot y la mamá de Angela Moss. En el episodio 7 de la primera temporada, Angela confronta al ex cí-ti-ou (Chief Technology Officer), Terry Colby, diciéndole: "Entonces, ¿ustedes estaban borrachos, comiendo coctel de camarón, y estaba lloviendo cuando decidieron que mi mamá moriría?” .

Sound and Color

En el primer monólogo de la serie, Elliot es cuestionado por su terapeuta: “¿Qué es lo que te decepciona tanto de la sociedad? ” A lo que Alderson responde, no a ella, sino a los que lo observamos : “¿No será que convertimos a Steve Jobs en un ídolo, a pesar de que sabíamos que hizo billones sobre las espaldas de niños? ¿O, de pronto, es que se siente que nuestros héroes son una mentira? ”. Mientras tanto, se muestran imágenes de Lance Armstrong y de Bill Cosby.
Procede, entonces, a afirmar que el mundo es un gran engaño en el que llenamos de spam las redes sociales, con nuestros múltiples comentarios enmascarados como reflexiones. “No estoy diciendo nada nuevo. Todos sabemos por qué hacemos esto”, dice Elliot, que queremos ser sedados, por eso vemos The Hunger Games o votamos en elecciones arregladas, no con nuestra consciencia, sino con nuestras cosas, con nuestro dinero. Porque, según él, es doloroso no pretender, porque somos cobardes: “ fuck society”. Este primer momento muestra el distanciamiento de Elliot de la cultura mainstream, de la sociedad, que desprecia, pero al mismo tiempo es un forastero que quiere cambiarla.
Monólogo “Fuck Society”.
Para ejecutar su magistral ataque a E Corp, F. Society, es decir Elliot y Mr. Robot, su alucinación, realizan dos alianzas. La primera, con el Dark Army, un poderoso ejército de hackers y matones comandados por Whiterose, el alter ego femenino y clandestino del ministro de seguridad chino, Zhi Zhang, un personaje complejo y misterioso que está obsesionado con el tiempo. Y es que el tiempo es lo único que no puede controlar y, como le dijo la agente DiPierro del FBI, quien investiga el sabotaje a E Corp, es el elemento que le recuerda constantemente que es mortal.
Como figura pública, Zhang está dentro del círculo más alto del poder gringo, incluido Phillip Price, cí-í-ou de Evil Corp y cínico profesional. Whiterose y Zhang influyen dentro de toda la trama de la serie: dentro de la revolución de F. Society, se involucra directamente y, después del primer golpe a Evil Corp, toma el control de la fase 2 del proyecto: destruir físicamente los archivos de la compañía con la información financiera de los deudores. Es ella quien pone a su servicio a la antes pasiva Angela Moss, quien la convence de que destine su energía a ayudarla a mantener a Elliot conectado a Mr. Robot para continuar con sus planes. Es uno de los personajes más determinantes, quien controla el destino, la vida y la muerte de muchos y es quien realmente permite que la revolución de F.Society sea posible.
La segunda alianza, es con Tyrell Wellick, el ex-vice cí-tí-ou de Evil Corp, retratado como un tributo a American Psycho. Ese personaje del mundo corporativo obsesionado con su imagen y con el poder, capaz de hacer cualquier cosa para obtenerlo. Capaz, incluso, de matar con sus propias manos a la esposa de Scott Knowles, quien después de la salida de Terry Colby, es designado como cí-tí-ou, Sharon Knowles, simplemente con motivo de la ira que le despertó esa decisión. Al parecer, se alía con Elliot únicamente por el poder y la adrenalina que este le genera: “hacer algo grande” para superar el legado de su padre, un tipo ordinario, de quien se avergüenza profundamente y teme convertirse en él.


Elliot dice que queremos ser sedados, que por eso vemos The Hunger Games o votamos en elecciones arregladas, no con nuestra consciencia, sino con nuestras cosas, con nuestro dinero.


La primera temporada termina con una hermosa puesta en escena: la imagen de la victoria, la fiesta después de haber hecho la revolución del 5/9, como le llaman a lo largo de la serie al día en que le dieron el golpe a Evil Corp.
En Times Square, por ejemplo, la gente se reúne a celebrar la desaparición de la información crediticia morosa, como un tributo a lo que no se mostró al final de Fight Club cuando se desploman los edificios de las entidades de crédito y las deudas pasan a cero. De fondo, suena la conmovedora “Sound & Color” de Alabama Shakes, tan ajustada a las imágenes:
 Un nuevo mundo cuelga afuera de la ventana/ Hermoso y extraño/ Debe estarse cayendo/ Debe ser/ Sonido y color conmigo para mi mente/ Y debería mostrarte a dónde ir cuando necesito hablar”.
Mientras tanto, Elliot, en medio del tumulto que se aglomeró en Times Square, camina desorientado y encuentra en el recuerdo de su familia un sustento, un vínculo con lo simbólico más allá de lo real. Parece un sueño: tanta alegría, tantas luces, por fin. ¿Cómo termina su revolución? ¿Es suficiente su talento como hacker para hacerlo, desprendido del lazo social?

Revolution will not be televised

Sam Esmail, el creador, guionista y director, no está interesado en complacernos: la serie supera esa necesidad clásica de la televisión de entretener. Sus héroes y antihéroes tienen ese hibris que los distingue de la figura del dios omnipotente y perfecto de las religiones monoteístas. Tampoco busca la destrucción de los villanos: Mr. Robot evidencia que estamos condenados a coexistir y a hacer parte del mismo engranaje.
Además, la historia enlaza magníficamente a los personajes a través de la tragedia en la planta de Washington Township y del hackeo a E Corp, el 5/9, como lo terminan llamando en la segunda temporada.
Esmail juega con nuestro entendimiento y usa una puesta en escena confusa, usa un suspenso divertido a veces, pero otras veces es tan desgastante como lo que viven los personajes. Los giros narrativos atraviesan la serie y transcurren muchos capítulos para entender lo que está pasando. Lo que vemos es lo que Esmail a través de Elliot nos permite ver.
La segunda temporada de Mr. Robot es lenta, sucede entre la locura y el suspenso, y durante varios episodios Esmail convierte a la audiencia en su entretenimiento. La mayor parte del tiempo, Elliot está en la cárcel porque aceptó cargos criminales por el hackeo al novio de su terapeuta, ni siquiera lo condenan por el 5/9. Durante siete capítulos solo vemos un encierro real, cotidiano: el de Alderson en la casa de su madre, en su barrio, en la cancha de básquet cercana, destinado a relacionarse con sus vecinos, a estar en la habitación lidiando con sus problemas y su depresión, luchando contra Mr. Robot, su parte rebelde, quien le exige que salga, que rompa las cadenas de ese encierro enfermizo.
A pesar de estar físicamente en la cárcel, la prisión de Elliot no ese panóptico físico, él mismo se había encerrado y encadenado, mientras la culpa se lo estaba comiendo vivo. El giro del séptimo capítulo de la segunda temporada, cuando se desploma el escenario en el que la mente de Elliot nos había metido, y vemos que todos los personajes a su alrededor hacían parte de un centro penitenciario, y que el lugar físico donde se había movido era realmente la cárcel, nos hace reflexionar sobre cómo nosotros mismos hacemos de nuestra existencia una prisión.
La frustración dentro de la trama se comienza a sentir con mayor fuerza en la segunda temporada. Mientras estuvimos sumergidos en la prisión con Elliot, la culpa devoraba su capacidad de agencia, a veces nos aburre su pasividad y, seguramente, por eso al público y a la crítica no le gustó tanto esa temporada, pero el carácter transitorio y simbólico que tienen esos siete capítulos serán por siempre parte de la historia de la televisión.
Durante el encierro, Elliot asiste a un grupo de ayuda cristiana dentro de la cárcel, donde despacha su segundo gran monólogo.



A pesar de estar físicamente en la cárcel, la prisión de Elliot no ese panóptico físico, él mismo se había encerrado y encadenado, mientras la culpa se lo estaba comiendo vivo.


Ahí, frente a sus compañeros delincuentes, hace una rabiosa crítica a la religión, habla de la culpa y de la locura de creer en ese ser ficticio que no hace nada por la autodestructiva humanidad, ese supuesto dios que decide sobre la fortuna de todos nosotros y elige a sus muertos como si jugara a la ruleta rusa: “¿Es eso lo que Dios hace?/ ¿Ayuda? Díganme, ¿por qué Dios no ayudó a mi amigo inocente que murió sin razón, mientras los culpables andan libres? [exteriorizando la culpa de la muerte de Romero, uno de los Hackers de F.Society, o de Gideon, su ex jefe]Bueno, está bien. Olvidemos los hechos individuales. ¿Qué hay de las incontables guerras declaradas en su nombre?”.
El juicio que hace Elliot trasciende el cristianismo y cuestiona el fanatismo y la pasividad, nuestro acomodo a la autoridad y ese respeto ciego por el dogma, la compra de la felicidad a través de unos cuantos ritos, oraciones y aleluyas: “Su dopamina de ignorancia, adictos asustados a creer en la verdad… Que no existe un orden, no hay poder, que todas las religiones son gusanos haciendo metástasis pretendiendo dividirnos para hacer más fácil que nos gobiernen esos charlatanes que nos dominan (...) Si no escucho a mi amigo imaginario, ¿por qué carajo debo escuchar al de ustedes? Las personas creen que adoran una llave a la felicidad. Así es cómo te poseen”. Esta es la mercantilización de la felicidad, la cosificación de la espiritualidad, claro, el libre mercado también nos provee de una fe ajustada a nuestras necesidades. Gracias, capitalismo.
Y mi parte favorita de su discurso: ¿Qué hay de la sopa fóbica racista y sexista en la que nos hemos estado ahogando por Él? Y no estoy solo hablando de Jesús. Estoy hablando de todas las religiones organizadas… Grupos exclusivos creados para administrar el control, jíbaros que enganchan a la gente en la droga de la esperanza. Incluso yo no estoy lo suficientemente loco para creer en esa distorsión de la realidad. Entonces, que se joda Dios”. Es irreverente, incluso irrespetuosa, certera. Es la voz de la frustración que surge de observar la dominación social a través de los elementos culturales que el capitalismo favorece y de la espiritualidad como un commodity más que nos alimenta el fervor y la esperanza viviendo en medio de la desigualdad, el odio, la violencia y la pobreza.
Monólogo “Fuck God”.
Mantener la revolución en la segunda temporada se hace difícil. Darlene, la hermana de Elliot, asume el liderazgo del ahora popular F.Society y las relaciones con el Dark Army se complican, mientras que alrededor no se ve más que la oscuridad y el caos que quedó después del golpe a E Corp. Esmail nos muestra cómo esa compañía sí era muy grande para caer y que el anhelado bienestar que ese golpe traería se frustra por el andamiaje del sistema, que se sostiene en beneficio del 1%.
Tal vez la revolución, como lo dijo el poeta Gil Scott-Heron, no será televisada.
Pero en el caso de Mr. Robot, cada episodio es una pieza de cine de autor, es una declaración política y artística en clave cinematográfica entregada en varios capítulos. La música es un elemento esencial dentro de cada fragmento: hay canciones de, entre otros muchos, Kraftwerk, Daft Punk o Sonic Youth, que acompañan las escenas como si hubieran sido hechas para escucharlas a través de las imágenes creadas por Esmail. Asimismo, basta ver el quinto capítulo de la tercera temporada para deleitarse con la riqueza técnica de la serie, en este caso, a través de un plano secuencia perfectamente ejecutado.

When we lose our principles, we invite chaos

Irving, un eficiente servidor de Whiterose, la comandante del Dark Army, que aparece durante la tercera temporada, abre el primer capítulo con esta sentencia: “Cuando perdemos nuestros principios, invitamos el caos”. En esta parte de la serie todos terminan de mostrar su lado oscuro, pierden sus principios.
Las acciones de Elliot conllevaron a la muerte de Giddeon y de sus socios en F.Society y amigos: Romero, Mobley y Trenton, entre muchas otras personas inocentes. Darlene mató a Susan Jacobs, la abogada de E Corp; Angela manipuló y usó a Elliot para complacer a Whiterose, a quien apenas acababa de conocer; Tyrrell mató asfixiando con sus propias manos a Sharon Knowles, la esposa de Scott Knowles, quien toma el puesto que tanto anheló obtener después de la salida de Terry Colby; Mr. Robot mostró esa faceta oscura que lo hace enfrentarse a Elliot: no le importa matar unas cuantas personas para conseguir la ejecución de la fase 2.
Mientras Irving, ese personaje oscuro que entró a dibujar los puentes que desenlazan las tramas planteadas en las dos primeras temporadas, decía esa frase lapidaria haciendo la fila en un restaurante de comida rápida en una situación cotidiana, aunque dirigida a la era Trump, yo me identifiqué con él.
Me escuché en esas palabras: justo antes de que el movimiento #Metoo fuera tendencia en redes sociales, y mientras salía el primer capítulo de la tercera temporada salía al aire a principios de octubre, a mí me estalló en la cara mi cobardía y machismo, rompí la confianza de dos mujeres y la de nuestro círculo cercano, perdí mis principios, me aproveché de mi posición social como hombre y usé lo que cada una me entregó, fui un cobarde y les mentí, las usé, como Elliot a sus amigos de F.Society; como Angela a Elliot convencida por Whiterose; o, como Whiterose, Tyrell Wellick o Philipp Price, quienes objetivizan a cualquiera para su satisfacción.
Desde entonces, el caos ha sido parte de mi vida, por un momento en la de ellas y, en alguna medida en la de las personas que nos rodean. La frase me llegó directamente, me jodió.
Perder los principios a nivel individual y colectivo genera caos. Romper el lazo social, nos aleja de lograr las grandes transformaciones.
La frustración, otra vez, es parte del monólogo de Elliot en el primer capítulo de la tercera temporada. ¿Sobre qué valores estamos construyendo la sociedad? ¿Forjamos nuestras decisiones o creemos que las tomamos y, como lo planteó Nietzsche, lo hacemos en manada, como parte del rebaño?: Y puedo pararme acá y culpar a Evil Corp y a cualquier otro conglomerado por aprovecharse de nosotros. Culpar al FBI, a la NSA, a la CIA por dejarlos salirse con la suya. Culpar a todos los líderes del mundo por ayudarlos y encubrirlos. Culpar, en el primer maldito lugar, a Adam Smith por inventar el capitalismo moderno. Culpar al dinero por dividirnos. Culparnos por permitirlo”.
El desprecio que Elliot sintió por la sociedad y su aislamiento no le permitió ver que todos nos necesitamos, que sin solidaridad y una visión colectiva, no vamos a transformar la sociedad ni a generar medidas para preservar la raza humana, para proteger la tierra, para acabar la desigualdad, para quitarle el poder al 1% y comenzar, por fin, a tomar nuestras propias decisiones.
¿Quién es el culpable de lo que está pasando? Nosotros mismos. El culpable es cada uno y por eso debemos hacer una seria introspección, encontrar a nuestro Mr. Robot y dejar de distraernos por un momento para exteriorizar nuestros deseos sin generar violencia y llevarlos al diálogo con los otros: “Yo soy el problema. Esto fue mi culpa. Todo. Yo hice esto. A la mierda yo". Sí, a la mierda yo.
Necesitamos un cambio antes de que no quede nada más que la voluntad intangible del mercado y esa frustración no se transforme en nada más que en el goce de distraernos para no pensar, para existir fuera de nosotros, fuera del sistema, oprimidos y felices.
Monólogo Temporada 3 Capítulo 1.
*La cuarta temporada de Mr. Robot será estrenada probablemente en octubre de 2018. En Colombia, la serie es transmitida en televisión por suscripción en el canal Space.
**Las versiones en español de los diálogos fueron traducciones libres del autor del texto.
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