domingo, 28 de julio de 2019

Philip K. Dick / ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas? / Reseña II


Philip K. Dick

¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas?

POR ODYSSEUS

SinopsisUna agradable y ligera descarga eléctrica, activada por la alarma automática del Climatizador de Ánimo Penfield, despierta a Rick Deckard, que deja la cama ataviado con su pijama multicolor y apremia a su esposa a que reajuste su climatizador para sentir deseos de levantarse. Deckard es un cazarrecompensas, trabaja para el Departamento de Policía de San Francisco retirando androides de las calles. Vive en una Tierra prácticamente desierta desde que los seres humanos han emigrado a la nueva colonia en Marte después de la Guerra Mundial Definitiva. Los pocos que aún quedan en nuestro planeta buscan poseer carísimos animales; a través de ellos sienten la empatía que los diferencia de los androides. Sin embargo, Deckard sufre por no poder permitirse económicamente uno y finge cuidar de una oveja auténtica cuando en realidad es solo un ejemplar eléctrico. Ataviado con su modelo Ajax de Calzón de Plomo Mountibank contra el polvo radiactivo, se encamina al trabajo, descubre que su superior está en el hospital con una herida de láser en el espinazo y recibe la orden de perseguir al nuevo androide que ha podido ser el responsable, el Nexus-6, de cerebro altamente sofisticado.
Desde que el ser humano desarrolló la suficiente inteligencia para crear herramientas que le facilitasen su adaptación a este mundo, un anhelo fue surgiendo de forma paralela a este proceso, una meta que sigue presente a día de hoy y que sin duda constituye un reto evolutivo y tecnológico: el deseo de crear vida, la posibilidad de dar existencia a un organismo viviente y autónomo, un ser artificial que pueda actuar y comportarse de la misma manera que lo haría uno real. No obstante, este deseo lleva implícito un propósito desde su propia gestación que trasciende cualquier otra consideración, y que se sitúa como el principal elemento teleológico: la creación de un ser humano artificial, una réplica perfecta de nuestra especie, a todos los niveles.
Ya desde la Antigüedad, varios fueron los intentos por dotar de vida autónoma a diferentes artilugios mecánicos, humanoides o no. Sirva de ejemplo el caso del pájaro autómata de Arquitas de Tarento (siglo IV a.C.), al que logró hacer volar cerca de trescientos metros por medio de un núcleo de vapor comprimido, o los autómatas hidráulicos de Apolonio de Perga (siglo III-II a.C.), capaces de crear melodías musicales. Sin embargo, no será hasta el Renacimiento cuando el anhelo por dotar de vida propia a mecanismos artificiales entre en escena de forma más evidente, de la mano de inventores como Leonardo da Vinci, que lograría diseñar dos autómatas, uno de ellos humanoide y protegido por una armadura de combate. Esta tendencia se mantendrá viva hasta la llegada de la Ilustración, cuando la proliferación de autómatas humanoides alcance su punto álgido, destacando los androides escritores de Friedrich von Knauss o los de Pierre Jaquet-Drotz.
A partir de entonces (sobre todo desde principios del siglo XX), asistiremos a un verdadero progreso en el desarrollo de este tipo de artefactos, llegando a convertirse por méritos propios en una disciplina dentro de la ingeniería: la robótica, término acuñado por Isaac Asimov para referirse a la ciencia que estudia a los robots.






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El robot Pepper.

A día de hoy, estas creaciones artificiales son una realidad tangible, pudiendo ser capaces de realizar tareas realmente difíciles y peligrosas para los seres humanos, ya sea desactivar bombas, explorar los abismos oceánicos o caminar por la superficie de otros planetas. Sin embargo, existe un aspecto en robótica y computación que va más allá del trabajo físico y que aún depara muchos interrogantes: la inteligencia artificial. Si bien, aunque los últimos avances en este sentido nos deparan un futuro prometedor, pues el desarrollo cognitivo artificial ha alcanzado cotas de verdadero asombro, aún no se ha conseguido una auténtica inteligencia equiparable a la humana que sea capaz de sentir o imaginar como hacemos nosotros.
Así que, dada la inimaginable variedad de posibilidades que se abren a través de la investigación en inteligencia artificial, desde hace varias décadas se ha convertido en un tema recurrente en la literatura de ciencia-ficción. Muchas son las obras que abordan esta temática, como Yo, Robot,del ya mencionado Isaac Asimov, o Neuromante, de William Gibson, sin embargo, hay una que, a mi juicio, destaca por encima de todas por la originalidad a la hora de presentar los dilemas (sobre todo morales) que surgen con el desarrollo de la inteligencia artificial: ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas?, de Philip K. Dick.
Su autor ha pasado a la historia como uno de los escritores de ciencia ficción más relevantes del pasado siglo XX, junto a Arthur C. Clarke o Isaac Asimov, y no es para menos. Escritor prolífico con treinta y seis novelas y más de ciento veinte relatos cortos en su haber, abordó una gran variedad de temas, como la sociología, la psicología humana o la política, a través de novelas ambientadas en futuros distópicos presididos por gobiernos autoritarios o controlados por grandes corporaciones. También hay que decir que muchas de esas obras, sobre todo a partir de los años 60, se verían salpicadas de elementos metafísicos y religiosos, normalmente fruto de la propia experiencia personal de Dick, puesto que desde esa década comenzó a interesarse por el cristianismo primitivo y los Evangelios Apócrifos, acompañados de una serie de experiencias místicas que en mayor o menor medida empezaron a dar forma a muchos de sus escritos. Si a ello le añadimos su adicción a los estupefacientes, que le ayudaban a sobrellevar un ritmo de trabajo realmente estresante, nos encontramos con un coctail de condicionantes que, sin duda, influenciaron a la hora de dar personalidad a su obra. Desgraciadamente, un 2 de marzo de 1982, Philip K. Dick fallecía como consecuencia de un derrame cerebral, a la edad de 53 años.
Junto a ¿Sueñan los androides…?, Dick publicó otras tantas obras referentes dentro del género de la ciencia-ficción, como Informe de minoríaEl hombre en el castillo, Ubik y que, huelga decir, son carne de reseña para El lector nocturno. De igual manera, el propio autor tendrá su correspondiente artículo biográfico, para desarrollar ciertos aspectos de su vida y obra que han quedado en el tintero y que valdría la pena explicar.






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Philip K. Dick, con su gato (¿un gato eléctrico? No lo sabemos).

¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas? está ambientada en un futuro distópico, en el que la Tierra muestra un estado que podríamos catalogar de agonizante. Tras una guerra a escala mundial, denominada en la novela como “Guerra Mundial Definitiva” -de la que no se da información alguna sobre sus causas-, la superficie del planeta está prácticamente muerta, salpicada de zonas con altos niveles de radiación, y donde la inmensa mayoría de los animales y plantas han desaparecido.
Como consecuencia de esta situación, las Naciones Unidas exhortan a la escasa fracción de supervivientes humanos que aún quedan en la Tierra a que abandonen su superficie para reubicarse en las distintas colonias exteriores, diseminadas por el Sistema Solar. A cambio, cada familia que emigre recibirá un androide hecho a su medida, con el objetivo de servir de apoyo en su adaptación al nuevo mundo. Sin embargo, aquellos que deciden quedarse en nuestro planeta pagan un precio muy alto, puesto que las altas dosis de radiación presentes en las ciudades les provocan enfermedades y alteraciones en sus genes, con efectos secundarios graves, como esterilidad o pérdida de inteligencia. Son los llamados “especiales” o “cabezas de chorlito”, apodados así por el resto de habitantes a los que la radiación aún no les ha afectado.
Por otra parte, puesto que casi la totalidad de los animales presentes en la Tierra se han extinguido, el tener uno de ellos como mascota es considerado un elemento de prestigio entre la sociedad, reflejando además un ejemplo encomiable de empatía hacia otros seres vivos. Dado que los precios para comprar animales reales son muy altos, muchos optan por adquirir animales artificiales que imiten casi a la perfección a los verdaderos. Es el caso de la oveja eléctrica que posee Deckard, artificial en su totalidad pero de idéntico aspecto con su homóloga real.
A esta dicotomía representada por los que emigran y los que no, hay que añadir un tercer elemento, los ya mencionados androides, organismos artificiales usados como mano de obra esclava en las colonias, sobre todo en Marte. Muchos de ellos, completamente indistinguibles de los seres humanos pero que no pueden sentir empatía por ningún otro ser vivo, huyen a la Tierra para librarse de este régimen de servidumbre, intentando pasar desapercibidos entre la población de las pocas ciudades que quedan aún en pie.
Sin embargo, como los androides están terminantemente prohibidos en nuestro mundo, funcionarios cazadores de recompensas se encargan de rastrearlos y “retirarlos”. Si bien, antes de eliminarlos, les aplican un test de empatía, denominado Voight-Kampff, que determina si el objetivo es un humano o un androide, evitando así cometer un asesinato por error. Dicho método comprueba la respuesta del sujeto a preguntas de carácter emocional, normalmente implicando situaciones que conllevan sufrimiento animal. En consecuencia, el test mide la reacción fisiológica del objetivo (respiración, ritmo cardíaco, movimiento de ojos, etc.) y, en función de los resultados obtenidos, el cazador de recompensas decreta la naturaleza del individuo.
Como vemos, el futuro que refleja Philip K. Dick en ¿Sueñan los androides…? da forma a un horizonte en el que el ser humano ha alcanzado un gran desarrollo tecnológico, siendo capaz de crear seres artificiales o de establecerse en otros planetas. Desgraciadamente, el coste que la humanidad ha tenido que pagar por ello ha sido demasiado alto, la ruina de su propio mundo. En este contexto, Dick nos ofrece una historia que, aún sin ser demasiado compleja conceptualmente -la caza de unos androides fugitivos-, encierra bajo su superficie una serie de temas que son los que verdaderamente dotan a la novela de un trasfondo profundo y reflexivo. De entre ellos destacaríamos tres, los más importantes para entender algunos de los dilemas que se nos irán mostrando: Por una parte, lo que nos hace humanos, representado por la dualidad humano-androide; por otra, la religión, muy presente en la novela a través del mercerismo; y, por último, la crítica social.






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La empatía, una capacidad totalmente ausente entre los androides de la novela (Ilust. Tetiana Opana).

El primero de ellos, aquello que nos hace humanos, tiene un especial protagonismo en la figura de los propios androides, sobre todo cuando se los compara con nosotros. Dick muestra a estos seres como máquinas artificiales, útiles para los humanos, pero que son tratados como cosas, entidades que, en esencia, no son conscientes de las consecuencias provocadas por sus actos y para los que no existe la empatía, una capacidad presente tanto en humanos como en animales. Sin embargo, y a pesar de todo lo anterior, debemos tener en cuenta que, ciertamente, los androides son el producto de quien los crea, en este caso la Asociación Rosen, y, por tanto, no podemos considerarlos ni como buenos ni como malos en esta historia, sino como criaturas artificiales víctimas de su propia condición.
Si el lector está atento, notará que su punto de vista sobre los androides irá evolucionando a lo largo de la novela. Al comienzo de la misma, aparecerán como prófugos huidos de Marte, faltos de toda sensibilidad, a los que habrá que encontrar y retirar cuanto antes, puesto que suponen una verdadera amenaza. Sin embargo, a determinada altura de la lectura nos encontraremos con una situación que nos hará replantearnos nuestro concepto sobre estas pobres criaturas. Llegará un momento en que las dudas acosarán a Deckard, dudas representadas en la figura de una bella androide -ginoide si se prefiere-, sensible, con capacidad artística y capaz de mostrar sentido del humor. De esta manera se materializa el dilema por antonomasia en ¿Sueñan los androides…?, el que un ser artificial sea capaz de tener sentimientos y creatividad. Así, cuando el androide sea eliminado, el cazarrecompensas caerá en una profunda preocupación, puesto que se ve incapaz, cada vez más, de discernir con claridad lo que distingue a los humanos de los androides. Además, llegará un punto en que Deckard comience a comportarse como si fuera uno de sus antagonistas, sufriendo una “androidización”, una pérdida progresiva de lo que le hace humano, sin sentir la más mínima empatía por esos seres artificiales, hecho que invitará a hacernos una pregunta: ¿un ser artificial podría llegar a ser más humano que los propios humanos?






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Wilbur Mercer, uno de los mayores enigmas en esta historia.

El segundo de los temas principales que se abordan en ¿Sueñan los androides…? es el de la religión, entendida como credo organizado, siendo representada en la novela por el “mercerismo”. Este movimiento religioso, que guía muchas de las decisiones tomadas por varios personajes de la trama, se fundamenta en la historia de Wilbur Mercer, un hombre de origen desconocido que vivió antes de la Guerra Mundial Definitiva pero que, de una manera un tanto extraña, aún mantiene el contacto con sus seguidores. A través de un artilugio llamado “caja de empatía”, los fieles agarran las asas de la caja mientras fijan la mirada en su monitor. Tras un breve lapso de tiempo, el usuario ve transportada su mente al mundo que retransmite el artefacto, donde se encuentra Mercer, fundiéndose empáticamente con él en su ascenso por una tortuosa pendiente. Mientras camina hacia la cumbre, se verá lapidado por un grupo de crueles observadores. Así, cuando a duras penas llegue a la cima y al final de su calvario, inexplicablemente, el ciclo empezará de nuevo, volviendo a iniciarse el ascenso cada vez que se alcance la cúspide, en un ciclo sucesivo e infinito de muerte y renacimiento, como si de una divinidad se tratase. Todos aquellos seguidores que se conecten con Mercer sentirán lo que él siente en cada instante y, además, compartirán sus alegrías y penas con el resto de merceristasconectados, en un ejercicio de fusión o comunión empática mundial que, como cabría esperar, está fuera del alcance de los androides, ya que para ellos es incomprensible.
El mercerismo es uno de los temas más enigmáticos del libro, sujeto a muchas interpretaciones. Sin embargo, lo que está claro es que se corresponde con algún tipo de creencia religiosa, de gran semejanza con el cristianismo. Nos daremos cuenta de ello si echamos un pequeño vistazo a su significado en el contexto de la novela.
Tanto Wilbur Mercer como el lugar en el que se encuentra -Mundo Tumba- representan un elemento que, como veíamos, sirve de comunión entre todos los seres humanos conectados a la caja de empatía, y que está vedado a los androides. Es posible que con el culto a Mercer, Dick intentase hacer un paralelismo entre los creyentes y los no creyentes en el ámbito del cristianismo, donde los primeros son guiados por la divinidad hacia su salvación y los segundos están condenados, pues no creen y, por tanto, nunca tendrán acceso a ese otro mundo. La empatía, por tanto, podría ser vista como la fe o la creencia en una realidad trascendental, lo cual es un claro elemento diferenciador.
Por otra parte, para llegar a fusionarse con Mercer no sólo es necesario tener empatía hacia el resto de seres humanos, sino también hacia los propios animales, ambos vistos como seres nacidos, naturales, no artificiales. Recordemos que la gran mayoría de los animales se han extinguido, aparentemente por culpa nuestra, por ello no es descabellado pensar que, el hecho de poseer animales reales y el valor que a estos le da el mercerismo, puede ser interpretado como un ejercicio de autocomprensión, una especie de redención por el mal que la humanidad causó al planeta en el pasado.






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Dick refleja una sociedad vacía, errática y sumida en la irracionalidad.

El último de los temas es el de la crítica social, una cuestión que impregna cada rincón  de la novela. Sirva de ejemplo el mencionado valor que se le da a los animales, en apariencia una actitud muy noble pero que esconde una realidad mucho más triste. Los animales se han convertido en un objeto de consumo -se han cosificado-; sólo sirven para representar el estatus de su propietario y, por ello, son motivo de envidia  Una prueba de esa cosificación es la forma compulsiva con la que Deckard hojea el catálogo mensual de animales, como si se tratase de un cazador de gangas por internet. Claramente Dick está haciendo una crítica a la actual sociedad de consumo, a las compras compulsivas y al vivir de las apariencias.
Por otra parte, este culto a los animales, es una especie de alivio de conciencia totalmente hipócrita. La sociedad de la novela tiende a marginar y a menospreciar a aquellos individuos contaminados por la radiación, los ya mencionados “cabezas de chorlito” y a perseguir a los androides, ambos seres dotados de raciocinio, que de una forma u otra conviven con el resto de integrantes de dicha sociedad. Es decir, se siente empatía por los propios animales pero esta queda difuminada cuando entran en juego los “especiales” y los androides. Una actitud que claramente muestra a una humanidad totalmente incoherente con sus principios morales, que reniega de las consecuencias de su pasado a través del menosprecio hacia los especiales, e intenta eliminar una tecnología que se le ha ido de las manos, representada por los androides.
Por último, habría que destacar el papel que se le da a los medios de comunicación, un rol controlador que intenta mantener el statu quo del sistema, en el que la población queda totalmente absorbida y dominada por la televisión. A través de un programa televisivo, “El show del amigo Buster”, que posee unos índices de audiencia enormes en todo el Sistema Solar, se contribuye a esta situación que, todo sea dicho, muestra ciertas semejanzas con algunos espacios de televisión actuales. El programa, retransmitido ininterrumpidamente las veinticuatro horas del día, sólo muestra contenidos vacíos, noticias superfluas y cháchara inútil, todo ello con los mismos presentadores, en un bucle eterno. Sólo queda espacio para la irracionalidad y el vacío existencial, pues todo lo demás ha quedado tristemente anulado por el resplandor de la televisión. La humanidad ha perdido su rumbo y se encuentra en un limbo del que no puede salir.






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Rick Deckard, interpretado por Harrison Ford en Blade Runner (1982).

Antes de concluir esta reseña no me podría olvidar de hacer una pequeña referencia a la adaptación cinematográfica que se hizo de ¿Sueñan los androides…? en 1982, de manos de Ridley Scott, y que se ha convertido por méritos propios en una película de culto, una obra maestra del género: Blade Runner. Sujeta a numerosas lecturas, consigue reflejar casi a la perfección ese ambiente de vacío existencial que inunda la obra en la que se basa, mejorando algunos aspectos de esta pero omitiendo otros que podrían haber tenido cabida en el filme. Con ello quiero decir que, para todo aquel que haya visto la película pero no haya leído la obra de Dick, deberá ser consciente de las diferencias que hay entre ambas versiones, tanto en el argumento como entre los personajes. Por ello, recomiendo que su lectura se haga de forma aislada con respecto a Blade Runner, separando conceptualmente el libro de la película, intentando no dar importancia a las inevitables comparaciones que se hagan entre ambas. De esta manera conseguiremos sumergirnos en una obra que ha ganado enteros con el paso de los años, que invita a la reflexión y que sin duda merece estar entre las mejores obras de ciencia-ficción jamás escritas. Altamente recomendable.
Nombre: “¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas?”
Autor: Philip K. Dick
Editorial: Cátedra
Colección: Letras populares
Páginas: 360
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