Donde Lorca fue feliz
Pocas veces fue Federico más efervescente, libre y gozoso que en su periplo americano
Julio Ortega
28 de octubre de 2016
Transitando por el paseo del Prado, en La Habana, esta primavera de 2016, me pregunto por los pasos de Lorca a lo largo de esta gran avenida, tan gaditana como atlántica, que como las calles de las ciudades definidas por el mar, van a dar a las playas, que tratándose de Federico son orillas del viajar. El horizonte que le abre la mirada viene de lejos. De las huertas andaluzas y las dunas árabes, que pasan como nubes claras bajo los cielos que lo protegen. Pero vienen también del polvo ardiente del camino, que atraviesa el deambular gitano.
Seguro que las negras floridas le lanzaban piropos atrevidos que le hacían reír
Aquí, me digo, Lorca fue feliz. Seguro que las negras floridas le lanzaban piropos atrevidos que le hacían reír. En verdad, pocas veces fue Federico más efervescente, libre y gozoso que en su periplo americano, que empezó en Nueva York y el Harlem, donde, sospecho, se pregunta por el jazz desde el flamenco, tal como en Cuba, en el Monte, se preguntará por los ritos negroides, que celebran el recomienzo del mundo, y le recuerdan los cuentos moros de dioses displicentes, que le dejan al hombre ser el juez de sus propios actos. En Buenos Aires y Montevideo lo esperaba un público rendido a su genio verbal, y sus obras de teatro fueron aplaudidas con gratitud. A su familia les escribe que nunca le han recibido y recompensado mejor.
Esos paralelismos elocuentes, musicales, métricos y rítmicos, este apetito de prolongar el presente en la reverberación de la voz, se cruzan entre el flamenco árabe y el jazz afroamericano y el canto mágico antillano, y están en la hechura de Poeta en Nueva York como una fina trama resonante, y en el espectáculo sin comienzo ni final de El público, su obra más intrigante y fecunda. Las orillas americanas le fueron propicias y le dieron, a manos llenas, las gracias. Y no en vano esa llama viva de la hospitalidad atlántica es la nueva tradición que le prolongó, todo lo que pudo, la vida que le debemos.
Julio Ortega (Casma, Perú, 1942) es escritor y crítico, catedrático de Literatura en Brown University, EE UU.
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