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O Mecanismo’, la trama de la nueva serie de Netflix no supera la realidad
La historia es dinámica y, a veces, intrigante, pero la serie comete errores que la fotografía, el ritmo y la elogiable actuación del elenco no han conseguido compensar
Netflix acaba de estrenar su última producción y no va a escapar de la polémica. La serie O Mecanismo, de José Padilha, creador brasileño de Narcos y de Tropa de Élite 1 y 2, trae al mundo de las series la Operación Lava Jato, la investigación contra la mayor trama de sobornos de Brasil, una historia que mantiene en vilo a los brasileños desde marzo de 2014.
La primera temporada desmenuza los orígenes de la investigación cuando dos policías, Ruffo y Verena, se proponen acabar con el negocio millonario de un astuto delincuente especializado en lavar dinero. En su batalla, trabada –no sin roces– con la Fiscalía y un juez tenaz y vanidoso, descubren que el mecanismo corrupto es mucho mayor de lo que esperaban y llega a los despachos de diputados, partidos políticos, funcionarios públicos y de los principales constructores del país.
Los primeros ocho episodios de esta serie, que en España se ha titulado Túnel de corrupción, son un thriller policíaco alimentado por una investigación llena de obstáculos narrados –como es habitual en Padilha– por la voz en off de los policías protagonistas.
La historia es dinámica y, a veces, intrigante, aunque boicotea con la narración parte de su suspense. Pero la serie comete errores que, para sus espectadores brasileños, la fotografía, el ritmo y la elogiable actuación del elenco no han conseguido compensar.
Desde antes de su estreno hay un claro esfuerzo de los productores en demostrar su imparcialidad en un asunto que ha dividido al país entre los defensores de acabar con la corrupción a cualquier coste y los que denuncian abusos policiales y judiciales en una contienda en la que todo vale. La serie recoge referencias repetitivas sobre un mecanismo sin ideologías, que no entiende de derecha o de izquierda, pero mientras el guion pasa de puntillas por algunos personajes, las adaptaciones dramáticas se recrean generosamente en otros. Esa adaptación de los hechos reales puede confundir al espectador menos informado y más aún a cualquier extranjero que no haya seguido ni de lejos esta telenovela política.
El guion, por ejemplo, pone en boca del personaje que encarna al expresidente Luiz Inácio Lula da Silva una frase que no es suya. Preocupado por el avance de las investigaciones, el personaje de Lula dice a su ex ministro de Justicia que “hay que acabar con esta sangría”. Sería apenas un recurso dramático si no fuese porque ese diálogo quedó inmortalizado al llegar a las televisiones de todos los brasileños. Y no era Lula el interlocutor, sino uno de sus ahora enemigos políticos, impulsor del impeachment de Dilma Rousseff, principal articulador del Gobierno de Michel Temer y también investigado en varios casos de corrupción. La ocurrencia, en año electoral y con el autor de la frase aún orquestando las entrañas del poder, ha sido interpretada como malintencionada.
El asunto es sensible y Padilha, que no teme la polémica, lo sabía. De hecho, el director ya ha calificado esta discusión como “boba” y ha defendido que la suya es una obra de ficción.
Aún así, el equipo anunció que los personajes no serían reconocibles. “Es como si la historia ocurriese en un país de otra galaxia”, dijo a este periódico Marcos Prado, uno de los tres directores que trabajaron junto a Padilha meses antes del estreno. No es verdad y es fácil identificar a sus protagonistas y su papel dentro y fuera de la ficción. La expresidenta Dilma Rousseff, que en la serie prepara su reelección mientras el villano se pasea alegremente por su comité de campaña, se ha pasado el fin de semana viendo la serie y no le ha gustado nada. “El cineasta miente, distorsiona y falsea. Eso es más que deshonestidad intelectual. Es propio de un pusilánime al servicio de una versión que teme la verdad”.
En su ahínco de presentar la difícil contienda del bien contra el mal algo reduccionista, Padilha tira de ficción y se deja por el camino muchos matices, que sí supo retratar en otras producciones. Su héroe es un veterano delegado mal pagado que come arroz y frijoles, mientras combate empresarios que juegan al tenis en mansiones. Es la lucha de un David que viaja en autobús contra un Goliat que tiene avión privado. Pero los policías federales de O Mecanismo no son víctimas de la precariedad, como sí lo son los policías militares de Tropa de Élite, y un delegado de la Policía Federal gana en lo alto de su carrera cerca de 5.600 euros.
Dejando a un lado las adaptaciones poco delicadas de guion, que servirán de munición política, se vislumbra una oportunidad perdida en la serie. Padilha, el resto de directores y la guionista Elena Soarez han tenido cuatro años de noticiario frenético con giros de guion inimaginables para contar esta historia de intrigas de poder, traiciones, confesiones, filtraciones y hasta muertes, pero la impresión que dejan los primeros ocho episodios es que no han conseguido superar la realidad con su ficción.
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