sábado, 10 de marzo de 2018

Rosa Montero / No eres un ángel, eres un imbécil


No eres un ángel, eres un imbécil
Los celos no son un signo de amor. Para erradicar la violencia en la convivencia, hay que desmitificar el perverso romanticismo del sufrimiento.


ENTRE EL TORRENTE televisivo de anuncios de perfumes de las pasadas Navidades sobresalía uno especialmente mostrenco. Voy a resumir la historia, aunque no diré la marca porque no quiero hacerles propaganda. Chico guapo le dice a chica bella: “Un día me amarás y otro me odiarás. Nunca sabrás dónde estoy ni dónde vivo. No soy un ángel. Ahora ya lo sabes”, ante lo cual la bella se derrite de pasión y le morrea ávidamente. O sea, otro cansino guiño al supuesto atractivo de los chicos malotes, otra frívola y petarda exaltación de los hombres dañinos tipo sombras de Grey. El mensaje es: ¿Te hace sufrir? Guau, qué tipazo tan interesante, eso sí que es pasión, intensidad y amor de película.

Según las encuestas, uno/una de cada tres jóvenes españoles entre 15 y 29 años consideran normal o inevitable controlar a su pareja

Resulta todo tan obvio y tan tramposo que hasta puede parecer inofensivo. Pero lo malo es que llueve sobre mojado: según las encuestas, uno/una de cada tres jóvenes españoles entre 15 y 29 años consideran normal o inevitable controlar a su pareja; y un 27,4% del mismo abanico de edad piensan que la violencia de género es normal dentro de una relación sentimental. Ahora añade a estas cifras aterradoras el machacón mensaje publicitario, el modelo aspiracional de esos dos jóvenes tan guapos, la guinda del coche descapotable y esa normalización e incluso mitificación del amante que no es un ángel (y que por consiguiente es un demonio). Si tenemos en cuenta que en 2017 han muerto 55 mujeres en España víctimas de la violencia de género, además de ocho niños que también han sido asesinados por los maltratadores de sus madres, ese casposo anuncio tiene muy poca gracia.
La idea de que el amor peligroso, el amor dañino, es mucho más intenso, más puro y fascinante es una vieja creencia que ha causado infinitos sufrimientos. “Todo hombre mata lo que ama”, decía Oscar Wilde, que vivió una relación tóxica con Alfred Douglas. También los hombres caen en estos pozos, desde luego, aunque la tradición machista ha hecho que las mujeres ganemos en este triste terreno por goleada. Yo diría que por cada 10 mujeres puede que haya un hombre. O eso cabría deducir, por ejemplo, de las cifras de la violencia doméstica. De media, al año mueren en España unos seis o siete varones a manos de mujeres (sí, también hay hembras criminales, como parece ser el caso de la joven argentina), toda una tragedia, desde luego, pero numéricamente muy inferior a las 55 asesinadas en 2017. Aprovecho la ocasión para salir al paso de los recurrentes bulos de Internet; todos los años se vocifera en las redes que ha habido una treintena de hombres que han perdido la vida por la violencia doméstica y que de ellos no se habla. Pues bien, resulta que en esos datos incluyen a las víctimas asesinadas por parejas que son también varones; más las de los crímenes familiares, padres que matan a sus hijos y viceversa; por último, también contabilizan a los criminales de género que, tras liquidar a la pareja, se suicidan, y a los nuevos compañeros de las mujeres que también son asesinados por el maltratador. Repito: a manos de mujeres son unos seis o siete. En cualquier caso, demasiados. Ni uno más, ni una más.
Pero para conseguir eso, para erradicar la violencia en la convivencia, hay que desmitificar el perverso romanticismo del sufrimiento. Los celos, sean de él o de ella, no son un signo de amor, sino de enfermedad. Llorar por una relación sentimental no es una medida de su intensidad, sino de que algo va muy mal. Y sobre todo nosotras, las mujeres, a quienes el machismo nos ha convertido en víctimas principales de esta engañifa, tengamos claro que los chicos malos son simplemente eso, egoístas, sexistas, groseros, insufribles, quizá incluso peligrosos psicópatas. Y que no les vamos a cambiar, aunque nos creamos sus redentoras. El sapo seguirá siendo toda la vida un sapo por más que lo beses. Yo también tuve a los 24 años un novio que me dijo: “Me dejarás, como todas. No serás capaz de soportarme”. Y yo, necia como tantas, pensé que lo salvaría de sí mismo. Al año comprendí que él tenía toda la razón y le dejé, tras haber aprendido para siempre que si un chico viene y te dice: “No soy un ángel”, hay que contestar: “Desde luego que no: eres un imbécil”, y seguir con tu vida sin él tan ricamente. 


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