domingo, 29 de marzo de 2015

Silvia Gallerano / La Merda


Silvia Gallerano
LA MERDA
de Cristian Ceresoli

Pura, maldita, descarnada vida

'La Merda', un monólogo brutal interpretado por Silvia Gallerano y firmado por Cristian Ceresoli



Silvia Gallerano en 'La Merda'. / VALERIA TOMASULO
Mierda. Es raro verla escrita. Pero está ahí, en nuestra cotidianeidad verbal. Muy definitoria y precisa en todos sus usos. Tal vez por eso es el título de una pieza de teatro tan sublime como brutal: La Merda. Una verbosidad nítida, real y afilada, lanzada para y contra el espectador de la boca grande y roja de una actriz desnuda: Silvia Gallerano. Un texto certero y vibrante que no pierde el ritmo, ni un solo segundo, durante la hora en la que acuchilla la conciencia del público: es de Cristian Ceresoli.
Levantarse. Desayunar. Dormitar. Comer. Comer. Comer. Sufrir. Dejar de ser. Ser otra para los otros. Comer. Recordar. Dormir. Comer. Dejar de ser. El torrente verbal y emocional de Gallerano es el de una mujer sin nombre. Despojada de ropa y prejuicios, de barreras. “Lo segundo es mucho más difícil, absolutamente. Todo el mundo puede quitarse la ropa, pero no desnudar el alma", argumenta en un inglés moteado de tonos italianos.



Una hora sublime

  • Se presentó en el Fringe Festival de Edimburgo en 2012 y 2013, desde entonces ha ganado premios como el The Stage Award y el Scotstman Fringe First.
  • La pieza ha colgado el cartel de no hay entradas en todos los países de su gira internacionall.
  • Se ha traducido al inglés, al danés y al checo; y está en proceso su traducción al francés, portugués y español.
La función llega a la madrileña Sala Mirador del Centro de Nuevos Creadores dentro del XXXII Festival de Otoño a Primavera después de girar desde 2012 por decenas de países, colgando el cartel de no hay entradas, con ovaciones apabullantes y patios de butacas en pie.
El por qué es tan complicado como simple. Simple y complicado como la vida: el deseo feroz por el éxito, el consumismo extremo, la crítica despiadada hacia el otro, hacia su parte física, lo que se ve como protagonista. Esa realidad emerge con crueldad en el libreto de Ceresoli. “Con todo el recorrido que he hecho desde que por primera vez lo tuve en mis manos, he visto que mi personaje se une a una especie de conciencia común. Fue chocante ver cómo una obra tan poética podía llegar a ser tan real”.


La existencia sobre el escenario de una mujer que sintió, con 13 años, el suicidio de su padre, hambrienta de fama y cegada por convertirse en lo que desean y esperan los demás. Dispuesta a cualquier cosa por conseguirlo: comer hasta reventar o ingerir sus propias heces.
Descarnada y matemática en el tono, el ritmo, el volumen del discurso. Minuciosa en el movimiento de cada músculo bajo un foco que sólo se centra en su rostro, Silvia Gallerano interpreta como una partitura la creación de Ceresoli: “Está escrito como si fuera música, es pura poesía del día a día; yo solo tengo que convertirme en el instrumento para que ese sonido fluya”.


Han pasado tres años desde que el espectáculo se presentara en el Fringe Festival de Edimburgo con un éxito indiscutible; y Gallerano asegura que aun en ocasiones, el mismo personaje noquea, pasa a través de uno mismo: “A veces es totalmente vulnerable, y por momentos da la sensación de haber dejado de tener sentimientos”. Y eso, de todas las mierdas de las que habla La Merda, es la peor: “Dejar de ser humano es lo más inhumano. Los defectos, la falta de ética o de moral, los errores… nos hacen más humanos. Pero en el mundo en el que vivimos, en el que todo está bajo el ojo de los demás, uno puede dejar incluso de ser amigo de sí mismo”.No ha tenido que ser fácil. No lo fue. Cuenta cómo trabajó cada parte, desde la primera lectura hasta la declamación: “Recuerdo repetir una y otra vez, una y otra vez cada frase”.
Ella, como personaje, describe ese mundo como “la sociedad de los muslos y la libertad”. Y convence. Convence todo el tiempo y con cada mueca, con las de sufrimiento, las de la desesperación o con la risa histriónica de quien expira carcajadas para alejar el dolor.
¿Podrían todos esos pequeños horrores convertirse, tras la digestión emocional del espectador, en un manifiesto a favor de la felicidad? “Ojalá”, contesta Gallerano. “Pero lo único que espero es que cuando el público vea la obra, y vea todo por lo que ha pasado, lo entienda. Nada más. Entendimiento”.

Al final, en una pieza que deja al descubierto todos los temores, los anhelos y las miserias del ser humano, lo que importa es lo que ocurra al otro lado del escenario: “El público es imprevisible. No sabes cómo van a reaccionar en ningún sitio”. Algunos empatizarán con esa mujer sin escrúpulos por alcanzar lo que quiere; otros se rendirán a las críticas de la política y la sociedad contemporánea y ninguno, ninguno, podrá obviar lo que ha visto, lo que ha oído.
Roberto Fontanarrosa (Rosario, Argentina, 1944-2007), el escritor argentino, habló de esa palabra durante el III Congreso de la Lengua Española en Rosario en 2004: “El uso de la palabra mierda es una cuestión de educación, ya que nadie puede negar que la usamos para múltiples circunstancias relacionadas con muchísimas cosas”.
Y puso 18 ejemplos de ese uso cotidiano, delante de los Reyes de España en aquel momento. Delante del entonces presidente de la RAE, Víctor García de la Concha. Todos aplaudieron mientras esbozaban una sonrisa. Porque es cierto, porque se usa la palabra mierda a menudo. A veces, mucho. También, incluso, para definir la vida.

EL PAÍS


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