IT (ESO) de STEPHEN KING:
FLOTAR HACIA EL NÚCLEO DEL TERROR
It, de Stephen King, es, como explicamos en la presente reseña, una referencia obligatoria si se quiere hablar tanto de literatura como de terror actual. Ha creado un monstruo universal, una pesadilla inquietante: el payaso Pennywise, seguramente el monstruo del siglo XX. Y probablemente, el monstruo de toda una generación. Bienvenidos a la maldición que acecha cada 27 años a Derry y amenaza y se alimenta de sus habitantes más jóvenes a través de sus miedos más profundos.
“Es por la tierra. Parece que las cosas malas, las cosas que dañan, se dan bien en la tierra de esta ciudad”.
Estas palabras, dichas por su padre a Mike Hanlon, parecen definir lo que es Derry en el universo literario de Stephen King y en la memoria del lector que se haya acercado a It (Eso) (DeBolsillo, última reedición de 2019), la novela publicada en 1986. Hoy, It es una referencia obligada (y obligatoria) si se quiere hablar de la literatura y el cine de terror contemporáneos: la miniserie de los ’90 (dirigida por Tommy Lee Wallace), así como la película del 2017 y su segunda parte, que se estrenará esta misma semana (ambas dirigidas por el director argentino Andy Muschietti), han expandido el mito hasta hacerse universal: casi no hay ser humano que no se inquiete ante la silueta del payaso Pennywise, el avatar más conocido de Eso.
En Derry, ficticia localidad de Maine que es recurrente en la obra de Stephen King, vive, además de un montón de gente, esta criatura antigua. Cobijado en las alcantarillas, Eso duerme pacientemente desde hace siglos, levantándose en breves intervalos cada 27 años para alimentarse de los niños y de sus terrores. Desde el despertar de la entidad, que coincide siempre con un horrible evento, los asesinatos de niños comienzan a incrementarse en el pueblo: los pequeños aparecen horriblemente mutilados, sus cuerpos flotan por las aguas pútridas del río Kenduskeag o bien permanecen descomponiéndose en las laberínticas cloacas subterráneas desde donde mora Eso/Pennywise.
Como Pennywise, el monstruo alcanza su hórrida forma magistral. Descrito como una mórbida mezcla entre Bozo el payaso y Ronald McDonald, con un traje plateado y de grandes pompones naranja, Pennywise parece ser la forma predilecta de Eso. El payaso literario es, sin duda alguna, terriblemente más enervante e irónico que en las adaptaciones cinematográficas. ¿Y qué le hace tan temible? En primer lugar, su apariencia: es una mezcla grotesca que, si no da miedo desde el primer instante, provoca una terrible sensación de incomodidad. Y, en segundo lugar, la poderosa forma evocativa del payaso: no es sólo la imagen del terror mismo, sino que es la forma por la cual Eso se entromete en la psiquis de cada personaje, alimentándose de los explícitos horrores surgidos de sus vivencias personales. El payaso ha sido un personaje crucial para el imaginario de muchos niños estadounidenses (tales como Stephen King); por esa razón, no es extraño que la entidad decida transfigurarse en un elemento capaz de provocar ternura en un niño y a la vez de transformarse en su peor enemigo, el más terrible y mutilador.
Las distintas caras de Pennywise
Tim Curry y Bill Skarsgård interpretan a un monstruo totalmente diferente en cada adaptación cinematográfica. Curry siempre será el clásico e icónico payaso que atormenta a una imberbe y ochentera pandilla de Perdedores. Suavizada hasta el cansancio, la miniserie dirigida por Tommy Lee Wallace presenta al Pennywise de peluca roja, mucho maquillaje blanco y traje multicolor. Su voz ronca, sus ademanes carnavalescos y sus transformaciones faciales ―que devienen en una bestia terrible― son la combinación perfecta para la esencia del terror. Probablemente sea la recreación de Pennywise más cercana a la trazada por King en su libro: un ente que encarna un peligro soterrado que siempre está disimulado por una ambigua figura bufonesca bonachona. El Pennywise de Curry es hoy un icono cultural presente en camisetas y mercadotecnia varia, el principal motivo de dispensa del envejecimiento de los efectos especiales en la película, y la principal razón de la coulrofobia de una generación completa de niños que miraban cine de terror escondidos de sus padres.
Bill Skarsgård fue en el 2017 el encargado de encarnar a Pennywise. Cruel e infame, este nuevo payaso se caracteriza ante todo por la vestimenta victoriana y el maquillaje aún más aterrador. Esta representación no tiene nada de amigable, no es ni bonachón ni mucho menos multicolor, sino que es directamente una máquina de asustar con ojos anaranjados y sonrisa maquiavélica. Pennywise logra su cometido sin demasiados aspavientos: asusta (y asusta mucho) y deja atrás la línea más ambigua que cultivó su antecesor en el cine: si el payaso de Tim Curry giraba sobre un farol y reía de forma desproporcionada, el payaso de Skarsgård se deforma, saluda con la mano mutilada de Georgie y abre su gigantesca boca llena de dientes dispuestos a engullir a cualquier niño que se le atraviese.
El miedo atávico
Eso es el miedo original. Desde su primera aparición con la forma del payaso bailarín, la entidad va mutando de acuerdo con la percepción de quien la mire: puede ser un ojo gigante o bien un hombre con cabeza de dóberman, representando los miedos más atávicos que el ser humano puede tener. Eso es mucho más en función de quien lo mira que lo que es en sí mismo: las referencias al cine de terror son fundamentales para comprender sus transformaciones, pues estas son resultado de la psiquis de los niños a los cuales aterra para alimentarse. Su función es meramente biológica: lo que busca originalmente es comer, y para ello recurre a la búsqueda sistémica de presas que, sin quererlo, encontrándose con Eso, dan forma material a sus miedos. Los niños son su presa preferida por ser aún puros: sus terrores son mucho más profundos que los de un humano ya en estado de madurez, pues la infancia es la tierra de cultivo para que Eso sobreviva y se haga fuerte.
Por tanto, y como ya apuntado, Eso se transforma según la percepción de quien lo mire: puede ser desde un hombre-lobo o el tiburón de la película de Spielberg, como una momia, un leproso, y hasta el mismo Drácula con la boca llena de afiladas navajas de afeitar. King descarga todo el bagaje cultural cinematográfico para dar forma a algo que puede ser un solo monstruo o todos juntos: es el licántropo de Lon Chaney para Richie Tozier, pero aparece también como la Criatura de la laguna negra o como el Monstruo de Frankenstein, por seguir con el desfile de homenajes cinematográficos a los que King decide rendir tributo. Eso parece poder transformarse en cualquier cosa que se pueda imaginar, y aquello lo hace extremadamente peligroso. La entidad es capaz de aunar todos los miedos de la niñez, encarnados en esas películas vistas a escondidas, y extenderse hacia la vida adulta de los protagonistas.
Además, Eso es todopoderoso en su forma, y en su soterrada vida en Derry ha sabido perfectamente convivir con sus vecinos. Todo el pueblo está bajo la influencia de la entidad acechante: los adultos saben que Derry está marcado por la fatalidad, pero son incapaces de ver más allá. Porque Eso es algo increíble para la mente razonable de un adulto: ¿puede existir, acaso, un ser que devora niños y se transforma en criaturas que salen de películas de horror de serie b? Pero, sobre todo, representa (y fomenta) toda la maldad que radica en el propio habitante de Derry y aquello que emana de ellos: es la violencia, el asesinato, la homofobia, la ira, el acoso escolar, el racismo, y la poca humanidad y la falta de empatía entre los vecinos. El toque de queda ante el posible asesino en serie no logra solucionar en nada la portentosa desaparición de niños; de hecho, ni siquiera logra que “Los Perdedores” (el grupo de niños-amigos que lo enfrentarán) no puedan formar una amistad y disfrutar (entre lo que se pueda) de su vida infantil. Parece ser que todo el pueblo actúa en concordancia con aquello que se esconde en el centro de la ciudad, y del mismo modo, no hace nada por detenerlo: Derry comparte corazón con Eso, y por tanto están indisolublemente unidos.
A través de mil quinientas páginas, Stephen King perfila su escritura hasta hacerla exhaustiva. Podemos entrar en la psique de cada personaje de tal forma que primero evidenciamos sus miedos más profundos, sus complejas relaciones familiares y hasta sus deseos más íntimos. De hecho, mucho antes de que el grupo de Los Perdedores comience su lucha doble contra Eso (en el pasado y el presente) el autor nos sumerge de lleno en el terrible asesinato de Georgie Denbrough y luego en el crimen homófobo de Adrian Mellon. Los perfectos prolegómenos son pequeñas pizcas de la maldad diabólica que vive bajo el suelo de Derry y ayudan a su vez a generar una atmósfera que se irá enrareciendo poco a poco hasta hacerse más sórdida, más sucia y cruel con los protagonistas.
El cariño que se puede generar con el grupo de “Los Perdedores” no viene por el simple hecho de que son niños enfrentados a una maldad que los supera y que no llegan a comprender del todo, sino que es el propio narrador, en un ardid muy propio de sus obsesiones y motivos constantes, quien nos lleva a conocer sus vidas antes incluso de que se reúnan. King busca que nos identifiquemos con la mejor cuadrilla de niños de toda su producción, lo que es mucho decir: con el innato liderazgo de Bill Denbrough, los problemas de peso de Ben Hascom, las muchas voces de Richie Tozier, el nebulizador del asmático Eddie Kaspbrak, la estampa de galán de Stanley Uris, el horrible encuentro con el pájaro gigante de Mike Hanlon, y por supuesto, la extraña relación de Beverly Marsh y su padre. Un grupo heterogéneo, asediado por la banda de Henry Bowers (el abusón de turno), que de pronto se verá relacionado con una entidad que los asusta uno tras otro hasta forzar su unión de circunstancias contra el monstruo, de la que derivará una amistad imperecedera. O sea: trama —y drama— de manual del cine ochentero, como bien se ha encargado de poner sobre el tapete la tramposa Stranger Things.
Eso es inabarcable, y merecería un artículo exclusivo para analizarlo en toda su complejidad, pero sí es posible evidenciar el tremendo icono cultural que se ha convertido desde su nacimiento literario en el año 1986, y sus adaptaciones posteriores hasta la actualidad. Pennywise entra en el parnaso literario de Drácula y Frankenstein, de los fantasmas de Hill House, de las entidades cósmicas de Lovecraft, del hombre-lobo y de la momia. A su vez, como la excelente entidad absorbente que es, se alimenta de esas referencias en un crisol terrorífico que se traduce en mil quinientas páginas de literatura de terror pura y dura. Eso es probablemente el monstruo más conocido que haya visto su nacimiento en el siglo XX, y, por tanto, es el monstruo del siglo. Desde luego, es el monstruo de toda una generación.
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