La sangre manda es el último libro de Stephen King, una antología que contiene cuatro relatos que son la quintaesencia de su madurez, su estado vital y de todas sus obsesiones y preocupaciones como autor. En ellos King juega sobre seguro, volviendo sobre temas y personajes queridos, con gran pericia y nervio narrativo. Incluso es posible atisbar en este volumen un anticipo de lo resultaría ser este extrañísimo 2020.

«No obstante, sí sé dos cosas, y son tan sólidas como la roca de Nueva Inglaterra. Cuando me muera, no quiero que me incineren, y quiero que me entierren con los bolsillos vacíos», Stephen King en “El teléfono del señor Harrigan”.

Quienes niegan con la altanería de la ignorancia o el esnobismo la figura literaria y cultural de Stephen King deben ser los mismos que serían incapaces de ver un tren a punto de arrollarlos, aunque huelan el humo, vean sus luces, noten su avance en la vibración de los raíles y escuchen el silbido que les promete que, como no se quiten de su camino, acabarán pintando de rojo las vías. Precisamente King regresa con su locomotora a toda velocidad con La sangre manda (Plaza y Janés, 2020), un compendio de cuatro historias cortas.

Como el Lector Constante sabrá, no es la primera vez que el escritor de Maine realiza un volumen antológico: antes publicó Historias fantásticas (1992), Todo es eventual (2002), o Todo oscuro, sin estrellas (2010). Si bien Las cuatro estaciones (1982) sigue siendo una de sus mejores obras (que incluye también otras cuatro novelas cortas), La sangre manda ya ha conseguido llamar el interés del lector y de futuras adaptaciones cinematográficas dentro de las colecciones de novelas cortas de King.

Llamada a los muertos

El libro arranca con El teléfono del señor Harrigan. Un niño llamado Craig trabaja ayudando a un viejo millonario retirado en Castle Rock, el señor Harrigan. Uno nunca puede huir de su pasado y el anciano Harrigan es famoso por haber sido un despiadado hombre de negocios.

Con cada acontecimiento festivo, Harrigan le regala a Craig un billete de rasca y gana. Lo que más desea tener Craig es un iPhone, el cual consigue; más tarde, tras ser premiado en uno de los rasca y gana, como agradecimiento, le regala uno de estos móviles al señor Harrigan. El anciano no quiere un móvil, pero el poder acceder a Internet, los datos en bolsa, los periódicos… hace que Harrigan acabe convirtiendo el móvil en una parte muy importante de sus últimos días. Cuando Harrigan muere, Craig deja el iPhone del anciano dentro de su ataúd. Poco después, el adolescente se obsesiona con la idea de poder llamar al muerto… ¿Éste podría responderle? ¿Puede haber vida más allá de la muerte? A medida que crece y se enfrenta a matones, la adolescencia y la pérdida, la idea de que el señor Harrigan pueda continuar respondiéndole y ayudándole a librarse de sus problemas va ganando poder. Porque si pudiéramos hablar con los muertos, ¿lo haríamos?

“El teléfono del señor Harrigan” es una historia bastante clásica. Puede recordar a otros cuentos como “Llamada a distancia” (incluido en Pesadilla a 20.000 pies y otros relatos insólitos y terroríficos, Valdemar, última edición de 2015) de Richard Matheson, una espeluznante historia que resulta imborrable para el lector, pero aquí King se centra más en la juventud de Craig e incluso en los avances tecnológicos que en los hechos supuestamente fantásticos que podrían rodear la trama. El origen del cuento está en todas las películas que devoró siendo un niño, tal y como afirmó el escritor:

«De niño, puede que viera alguna película —seguramente una de las pelis de terror de American-International que mi amigo Chris Chesley y yo íbamos a ver en autostop al Ritz de Lewiston— sobre un hombre que tenía tanto a miedo a que lo enterraran vivo que pidió que pusieran un teléfono en su sepulcro. O tal vez fuera un episodio de Alfred Hitchcock presenta»

Por tanto, puede que no tenga ningún elemento, personaje o momento realmente sorprendente para un cuento ni sorprenda con la lucidez sobre la muerte y el duelo de la que ha hecho gala en otras de sus obras como Cementerio de animales o Revival (2014). Durante un momento, incluso, en este cuento juega con temas más clásicos como el enterramiento prematuro (tapefobia), al que Edgar Allan Poe consagró muchos de sus relatos, ya que era uno de sus miedos más profundos.

Algunos críticos han señalado que este relato parece más un anuncio de iPhone, pero es una historia bien contada, que no cae en el old man yells a cloud, en ese anciano al estilo Abe Simpson quejándose de la nueva tecnología y cómo los jóvenes son tan dependientes de ella. King está preocupado porque todo encaje y cada elemento mueva al siguiente y, frente a otros cuentos, el escritor de Maine logra, más allá de la hipérbole, centrarse en la adolescencia y la muerte, dos terrenos que suelen acercarse incluso más de lo deseado y que ha explorado con profundidad a lo largo de su carrera.

«En cualquier caso, la idea resonó en mi cabeza infantil hiperimaginativa: la posibilidad de que sonara un teléfono en el lugar de los muertos. Años más tarde, después de la muerte inesperada de un amigo cercano, llamé a su móvil solo para oír su voz una vez más. En lugar de reconfortarme, me puso la piel de gallina. No volví a hacerlo […]».

Uno de los aciertos del escritor es que, en sus últimas novelas, ha tirado más por la ambigüedad y menos por la sangría del terror de sus primeras obras y eso se agradece. No es que se haya vuelto más “ligero”, sino más sobrio y, así, muchas veces, ha conseguido ser más perturbador. Como sucede en algunos puntos de “El teléfono del señor Harrigan”.

Somos legión

La vida de Chuck es una de las novelas cortas más poéticas de King. Nos cuenta la vida de Marty y de todo un mundo al borde del precipicio: una pandemia de suicidios, terremotos y hechos siniestros están llevando a la civilización hacia su final. Viendo el panorama actual en el que vivimos, King resulta casi profético, ya que este libro fue publicado este año, marcado por tantas funestas noticias.

Volviendo al relato, el mundo se acerca a su apocalipsis y aparecen mensajes felicitando a un tal Chuck por sus treinta y nueve años de servicio. ¿Quién es ese tal Chuck y por qué todo el mundo lo felicita?

“La vida es un misterio. La muerte también”, dice el personaje de Douglas Beaton y King vuelve a explorar los últimos días con el talante soñador de otra de sus novelas cortas (Elevación, 2018) y lo hace con una serie de giros que funcionan perfectamente. Al principio, King plantea el misterio y la pérdida; luego, mediante un aire poético le da un bandazo a la trama que nos recuerda incluso al talante de la ciencia-ficción más plagada de lirismo.

“La vida de Chuck” no sólo funciona por lo que cuenta, sino por cómo lo cuenta. Sse organiza en tres actos que van desde el posible presente hasta el pasado, explicándonos quién es Chuck desde su madurez hasta su juventud y su infancia. En vez del típico avance de niñez, juventud, madurez, vejez, muerte, esta novela corta emprende el viaje en sentido contrario y consigue transmitir la melancolía del mejor King a partir de la idea que expone uno de los personajes: “¿Y qué te hace pensar que eres el protagonista de algo que no sea tu propia mente?”.

En el primer acto, ordenado cronológicamente como el último, entra cierto elemento sobrenatural al recordar la infancia de Chuck y cómo su abuelo le hablaba de los fantasmasque vivían en la cúpula de su casa victoriana; la revelación final solo es una pieza más de una novela corta que, lejos de ser escalofriante, alcanza un mensaje sobre lo que significa la vida y la muerte de cada uno de nosotros, sobre cómo almacenamos mundos en nuestras mentes y almas.

El mensaje que queda es que, cada vez que alguien muere, no solo perdemos a una persona, sino un mundo. Todos somos legión: “El cerebro humano es finito, una simple esponja de tejido dentro de una caja de hueso, pero la mente que contiene ese cerebro es infinita. Su capacidad de almacenamiento es colosal; su alcance imaginativo es inasequible a nuestra comprensión. No creo que cuando muere un hombre o una mujer, arda solo una biblioteca; creo que queda en ruinas todo un mundo, el mundo que esa persona conocía y en el que creía. Piensa en eso, chaval: hay miles de millones de personas en la Tierra, y cada una de esos miles de millones de personas tiene un mundo dentro. La Tierra que sus mentes ha concebido”.

Como curiosidad, en el segundo acto, una de las partes más vitalistas del relato se inspiró en el videoclip de Fatboy Slim dirigido por Spike Jonze: Weapon of choice, donde Christopher Walken, con su traje de ejecutivo, se convertía en todo un bailarín.

El vampiro

La sangre manda” es el cuento largo (o novela corta) que da nombre a la colección. Recupera a la fantástica Holly Gibney, el personaje de la trilogía de Bill Hodges (2014-16) y El visitante (2018).

Un atentado terrorista en una escuela es el punto de partida de “La sangre manda”. Holly ve la noticia en la televisión y pronto se obsesiona con el periodista que informa sobre ella, un reportero que parece disfrutar de tan amarga tragedia. Una extraña teoría se cruza en su mente: ¿y si el periodista no fuese humano, sino una criatura que se alimenta del dolor de las personas? Stephen King explora la violencia y el dolor, llevando a la hipérbole la idea del periodista sanguijuela o buitre: hay personas que no soportan el sufrimiento y otras que se alimentan al causarlo, como si fuesen peligrosas aves grises. Por supuesto, aparte de una reflexión sobre la violencia, también lo es sobre los medios de comunicación, y sobre su auténtico motor: los seres humanos, que no dejamos de estar movidos por el dolor ajeno, por pararnos a observar un accidente, por ser adictos al dolor… siempre que sea de los demás. Por tanto, este relato habla sobre el morbo de la violencia y sobre como el espectador no puede apartar la mirada por mucho que las «siguientes imágenes puedan herir su sensibilidad». King lleva la desconfianza hacia el periodismo y la sed de maldad de los espectadores hasta un grado superlativo, haciendo que personajes reales como Weegee, el fotógrafo de la muerte, la sanguijuela que vendía el dolor humano a los periódicos, parezca el santo patrón del monstruo de este cuento.

«Aparte, están las noticias. Por cada vídeo de una matanza o una catástrofe que mi abuelo y yo hemos reunido, hay cientos más. Quizá miles. La sangre vende, dicen en el mundillo de la prensa. La sangre manda. Por eso las malas noticias son las que más interesan a la gente. Asesinatos. Explosiones. Accidentes de tráfico. Terremotos. Maremotos. A la gente le gustan esas cosas, y le gustan incluso más cuando hay vídeos grabados con móviles».

A lo largo de “La sangre manda”, se profundiza en el pasado de este monstruo que ha estado rondando las grandes tragedias de la humanidad, devorando su miedo y sus lágrimas. Cuando un autor es tan prolífico como Stephen King, resulta casi inevitable que no desarrolle temas que ya ha tocado (la infancia, la vejez, la violencia, los monstruos…). En este caso, King nos recuerda con el nuevo visitante a Pennywise, desencadenante de locura y violencia. Pese a que el nuevo villano no es tan histriónico como aquella Devoradora de Mundos, sí que posee esa vertiente histórica que Mike Hanlon (aquí Dan y su nieto Brad Bell) investigó sobre Derry y el ser venido de más allá de las estrellas. Su nuevo monstruo, no obstante, no constituye una amenaza tan terrible como para dar más que un cuento largo.

El principal acierto de “La sangre manda” es que, seguramente, no es el último que le dedica a uno de sus personajes modernos preferidos: Holly Gibney. El propio Stephen King ha reconocido su cariño hacia ella, una singular detective que ha ido evolucionando desde la primera vez que la vimos en Mr. Mercedes, Quien pierde paga y Fin de guardia y, más tarde, en El visitante. King siempre ha sentido gusto por los personajes rotos y ha reivindicado a estos con Holly Gibney. Puede que lo mejor de Gibney no sea en que se queda en una detective obsesiva con trastornos mentales, sino que es un personaje que, pese a haber sufrido, va creciendo, aprendiendo, mejorando y esforzándose. Nunca logrará ser una persona normal, pero tampoco lo necesita ni creemos que sea realista.

«Sería fácil —demasiado fácil— pesar que esa habitación de su infancia ha estado esperándola, como un monstruo en un relato de terror. Ha dormido aquí varias veces en los años cuerdos (relativamente cuerdos) de su vida adulta, y nunca se la ha comido. Tampoco su madre se la ha comido. Sí que hay un monstruo, pero no está en esa habitación ni en esa casa. Holly sabe que le conviene recordar eso, y recordar quién era ella. No la niña que mordisqueaba las orejas de Mr. Rabbit Trick. No la adolescente que vomitaba el desayuno casi todos los días antes de ir al instituto. Es la mujer que, junto con Bill y Jerome, salvó a aquellos chicos en el Centro de Arte y Cultura del Medio Oeste. Es la mujer que sobrevivió a Brady Hartsfield. La que se enfrentó a otro monstruo en una cueva de Texas. La niña que se escondía en esa habitación y nunca quería salir ya no existe».

Como simple dato anecdótico, “La sangre manda” transcurre a finales de 2020. Este año, que ha cruzado la barrera de lo distópico, hace que la novela corta se convierta en una especie de ucronía sobre ¿qué hubiera pasado si no se hubiera producido la pandemia de la COVID-19? No existen referencias a mascarillas, confinamientos, contagios, y la explicación es sencilla: el libro estaba terminado antes de que en noviembre de 2019 se registrasen los primeros casos en China, pero la lectura actual hace que lo que era la realidad hasta hace un año, parezca ciencia-ficción, y lo que parecía digno de una novela como Apocalipsis del propio King, sea ahora real.

Ratas de tinta

«El jefe de un escritor es el libro». Esta frase bien podría resumir el comienzo del último relato que cierra La sangre manda, titulado “La rata”. Su protagonista, Drew Larsson, es un profesor universitario de escritura creativa y literatura moderna que ha escrito algunos relatos a lo largo de su carrera, y que sólo intentó crear una novela. Cuando se bloqueó, perdió el control y quemó el manuscrito, y casi también su casa, con su esposa e hijos dentro.

Años después, Drew se topa con la premisa de una novela que cree que podrá escribir con facilidad («será como escribir un dictado» piensa), pero necesita espacio y piensa en ir a una antigua cabaña perdida en el bosque. Su esposa le advierte, teme que su marido vuelva a perderse en la embriaguez de la escritura y, cuando se bloquee, acabe cometiendo una locura. Drew, en cambio, siente que esta es su última oportunidad. Aislado en medio del bosque, con un catarro creciente (seguramente de haber sabido del confinamiento y la COVID-19, King se habría ahorrado el agente meteorológico) y una tormenta que está a punto de dejar incomunicada la pequeña casa donde Drew lleva a cabo la escritura, la novela será la última de sus preocupaciones… Durante la tormenta de nieve, Drew cree escuchar unos arañazos en la puerta. Al abrirla, descubre a una gran rata casi muerta. Franquearle la entrada supondrá que un ente que bien podría ser el delirio le proponga lo siguiente: ¿dejaría que alguien muriese a cambio de que él pudiera terminar su novela?

Como ya vimos en otros cuentos anteriores de esta antología, King vuelve a sus temas conocidos. A lo largo de su literatura, diversos escritores ficticios han protagonizado sus obras: Jack Torrance, Ben Mears, Mort Rainey, Paul Sheldon… El de “La rata” es un nuevo pretexto para hablar del proceso creativo y sobre cómo King ve la escritura como una especie de parto, como una epifanía para encontrar la paz interior.

«Decía a sus alumnos que, del mismo modo que la gente desarrollaba determinadas rutinas antes de acostarse, era importante contar con una rutina cuando uno se prepara para la sesión de trabajo diaria. Era como la serie de pases que ejecuta un hipnotizador cuando prepara a su sujeto para el estado de trance».

Como ya hiciera en Misery (1987), King juega a que su personaje-escritor esté creando una obra y ésta sirva de forma metaliteraria para hablar sobre la propia trama a partir de una ficción dentro de una ficción, como si de una muñeca rusa se tratase. Muchos critican a King diciendo que es un escritor fácil, banal, barato, rápido, inconsciente…, pero a King esto no le importa y sabe usar sus trucos. En su enésimo texto sobre la imposibilidad de escribir una novela, el propio escritor se enfrenta a sus demonios y uno piensa cuánto habrá de King en ese escritor destructivo que no encuentra el modo de acabar sus obras. Un reverso fracasado de King, pero que por la insinuación de su pasado con el alcohol y sus eternos conflictos, puede recordar los comienzos de la carrera del padre de Carrie.

«Averill pensó que la maldad era una cosa muy extraña. Extraña y taimada. Encontraba el camino de entrada, como una rata encuentra el camino de entrada a una casa, se come todo aquello que uno, por estupidez o pereza, no ha guardado y, cuando acaba, desaparece con la tripa llena».

En “La rata”, Stephen King se muestra más como el escritor a la antigua usanza que es, el King que escribía cuentos de miedo (o malévolos) y disfrutaba con ello. King sabe crear muy bien la atmósfera y lo hace con una gran maestría en este relato, donde un elemento externo (el suicidio de un antiguo guardián de la cabaña), el hallazgo de viejos juguetes o el temor del escritor a quedarse sin palabras correctas (el antiguo problema de lo que va de la inventio a la elocutio de la retórica), nos va preparando para la pesadilla que viene a continuación y que, con un aire de fábula como la del escorpión y la rana, los cuentos de Grimm o incluso los pactos mefistofélicos, exterioriza con una rata moribunda que ofrece un pacto al perdido escritor. No es caprichosa esta reflexión que hace el protagonista del relato: «La realidad era profunda, y estaba lejos. Contenía muchos secretos y se extendía eternamente», bien podría ser el lema de muchas de las obras de King y de autores que admira como H. P. Lovecraft.

Balance de sangre

La colección La sangre manda se complementa con una breve nota del autor donde nos explica de dónde surgen estos relatos (aunque, a menudo, ni él lo sepa) y añade los agradecimientos (donde, por supuesto, nos incluye a nosotros, sus Lectores Constantes). Siempre resulta interesante leer a Stephen King, incluso cuando habla sobre su obra.

Stephen King se lo pasa bien con esta colección de noveletas. Por supuesto. Es uno de los autores más prolíficos. Entre El instituto y La sangre manda, ha transcurrido poco menos de un año en nuestro país. Cabe preguntarse cuánto tiempo han pasado estas historias en el cajón o si ha contado con ayuda de su hijo, Joe Hill. Recordemos que en una entrevista que le hizo Neil Gaiman, el propio King comentaba que, cuando falleciese, su hijo podría completar muchas de sus obras sin que la mayoría de los lectores se diesen cuenta.

Pero, más allá de especulaciones, ¿cuál es el balance final de esta obra? King escribió: «El amor es un don; el amor es también una cadena con un grillete en cada extremo». Por el amor que muchos sentimos hacia la obra del padre de La Torre Oscura, La sangre manda es un libro disfrutable, entretenido, que nos devuelve a un King en buena forma. Puede que también haya una parte “de grillete”: el que hace que King vuelva a temas comunes o no logre dar toques originales en tramas más habituales. “El teléfono del señor Harrigan” resulta corriente; “La sangre manda”, en el fondo, no es más que una pequeña aventura, y “La rata” es un cuento perverso. Sin embargo, “La vida de Chuck” sí resulta ser una joya que hace que todo el libro merezca su lectura; es el relato que rompe los grilletes, aquel que alcanza cotas más altas por su ejecución, sus personajes y su sorpresa, el que da sentido a toda esta obra. Cuando uno lee a Stephen King y ha admirado gran parte de su obra, siempre espera hallar obras de un gran nivel (pese, a veces, a sus finales, por tópico que suene), y puede que alguno de estos cuentos, como “El teléfono del señor Harrigan” o “La rata”, fuesen magistrales para autores que están comenzando (o incluso otros que empiezan a consagrarse, como Joe Hill), pero para King es como jugar sobre seguro, sabiendo qué casillas pulsar y qué elementos poner.

Sin embargo, una de las críticas habituales a las que se enfrenta King es aquello que algunos llaman «relleno». Si bien hay quien encuentra un exceso de cháchara, descripción o verborrea (fundadas en ciertas ocasiones), en “La sangre manda” o en “El teléfono del señor Harrigan”, sentimos que cada parte, aunque pueda percibirse como superflua, se basa en el deseo de King de construir cada escena como una causa y consecuencia de lo que ocurre en el relato. King es King, con todo lo que conlleva, como su multiverso compartido. Más allá de sus alusiones al número diecinueve o la aparición de su escenario predilecto (Castle Rock), sí es interesante el uso que hace del ka para explicar todos los aspectos que encajan o coinciden por simple causalidad o necesidad de la trama. Pese a sus detractores, Stephen King sigue siendo uno de los mejores contadores de historias y está viviendo uno de sus mejores momentos al explorar los últimos días.

Es curioso pensar cómo Stephen King es acusado por algunos de ser un escritor popular. Acaso ¿se es mejor escritor cuando se rehúye a los lectores? Si nos centramos en aquello que es el acto de contar una historia, ¿no tener ningún oyente ni conmover a nadie es mejor que lograr ser el gran contador de historias de su época? Para los que hablan de un King banal, hay que apostillar que pocos autores saben contar una historia como él. Ya sea mediante el uso de la prolepsis en “El teléfono del señor Harrigan” o del tiempo invertido en “La vida de Chuck” (con un final cíclico), King demuestra que no es sólo marketing, hay un escritor ahí, aunque muchos no quieran verlo. King usa el vocabulario, juega con los recursos literarios, maneja los temas y controla aquello que sigue afectando a la mayoría de nosotros y, con los años, ha ganado una fuerza y una ambigüedad, fruto de la madurez y la experiencia, que resultan envidiables. Los golpes de efecto de King ahora no consisten en muertos vivientes o terribles matanzas, sino en una última línea, en la vejez, en lo que supone el final de una vida, que estremece con fuerza al lector, porque todos lo viviremos algún día.

Como diría Stephen King a través de sus personajes: «[…] Viviré mi vida hasta que termine. Soy maravilloso, merezco ser maravilloso, y contengo multitudes». No nos cabe duda, maestro de Maine. No nos cabe duda.


FABULANTES