lunes, 25 de diciembre de 2023

Stephen King / La larga marcha / Reseña



Stephen King
LA LARGA MARCHA
1979


Para larga marcha, la nuestra. Estamos revisando en La Kingpedia todas las obras de Stephen King en orden cronológico, y llega el turno de este volumen de 1979 escrito, como otros de esta época, bajo el seudónimo de Richard Bachman. Analizamos a fondo los componentes de esta extraña distopía juvenil.

En 1979, Stephen King no podía parar. Acababa de publicar la versión abreviada de Apocalipsis, libro que no aparecería en versión íntegra hasta muchos años después, y la recopilación de relatos cortos El umbral de la noche. Su prolífico ritmo de escritura le llevó a empezar a publicar bajo seudónimo cosas como Rabia y solo en 1979 vio aparecer dos libros más suyos en las estanterías. Por una parte, La zona muerta, del que nos encargaremos en la próxima entrega de La Kingpedia. Por otro, este La larga marcha, de nuevo bajo el nombre de Richard Bachman: una historia que, como casi todas las que dejó salir bajo seudónimo, se aleja parcialmente de los terrenos del horror más clásico. En este caso tenemos entre manos una distopía juvenil que, en muchos aspectos, se adelantó a corrientes literarias muy de moda hoy día. Se enfrentan a ella John Tones, Félix García y Mariano Hortal.

JOHN TONES (JT): Llegamos a una novela muy peculiar dentro de la obra de King. Esta muy bien considerada, pero a la vez no se habla de ella como un clásico total, a la altura de Salem’s Lot o Cementerio de animales. ¿Quizás por no haber sido adaptada a la gran pantalla (estaremos todos de acuerdo en que en una Tierra Alternativa es un episodio de Twilight Zone glorioso)? Y sin embargo, es una grandísima novela, valoración que se acentúa si tenemos en cuanta que Kingla escribió cuando aún estaba en la universidad, antes de Carrie (que, como sabemos, es la primera que publicó), y la única entre las de esa época que desempolvó cuando se sacó de la manga el seudónimo de Richard Bachmanpara dar salida a la voracidad del mercado editorial. Lo más asombroso, creo yo, es que no estamos ante una novela que pueda considerarse primeriza: de hecho, y aunque el primer King ya es un autor bastante maduro en ciertos sentidos (de acuerdo: Carrie o El resplandor están verdes en muchos aspectos, pero lo de Salem’s Lot es un milagro), la pulcritud y contundencia de La larga marcha es pasmosa: lo bien que define a los personajes con unos pocos y certerísimos trazos, el argumento que tira de lugares comunes para no contar más de la cuenta, el final abierto y poco habitual en King… la novela es, a su manera y aunque sus fuentes (confesas) están claras, tan original y premonitoria que La larga marcha funciona incluso como literatura young adult avant la lettre.

FÉLIX GARCÍA (FG): Creo que el motivo por el que La larga marcha no se tiene por una novela a la altura de sus clásicos es que, sencillamente, no parece una novela de Stephen King, o, para ser más precisos, es la novela de un King que pudo haber sido y no fue. Un King que aún no había aceptado, porque no la conocía, su vocación de entretenedor de masas y que se permitía flirtear con eso que los norteamericanos llaman “ficción literaria”. Recordemos que las barreras que separaban la literatura “seria” de la literatura de género eran murallas bastante infranqueables por aquel entonces.

El Stephen King universitario debió sentir la llamada de la “alta cultura” y los “temas importantes”, y aquí lo vemos combinando ambas cosas con su inveterado amor por la literatura de género, concretamente la ciencia-ficción. Por un lado, está escrita con un estilo que no sé si daría para un episodio glorioso de Twilight Zone como dice Tones o, más bien, para una obra de teatro existencialista. Avanza con ritmo monótono, sin sorpresas, sin grandes revelaciones, como la propia carrera. El lector sabe desde el principio lo que puede esperar: todos los participantes irán muriendo hasta que sólo quede uno. Esta sobriedad y falta de efectismos la hace una candidata dudosa a la categoría de libro que se vende en los aeropuertos (cosa a la que nunca habría llegado de no ser su autor quien es). En cuanto a los “temas importantes”, pese a la cantidad de veces que King ha expresado por boca de sus personajes una cierta aversión a buscar significados ocultos en las historias, a nadie se le escapa que La larga marcha es una alegoría de la guerra de Vietnam, con todos esos jóvenes sacrificando sus sanos impulsos sexuales y entregándose en su lugar a un inexplicable instinto de muerte.

MARIANO HORTAL (MH): A raíz de lo que comentas, el motivo que inspiró esta obra a nuestro querido escritor de Maine sí que sorprenderá a muchos ya que, sinceramente, nos queda un poco lejos en tiempo y espacio: el presidente Kennedy y sus populares (por aquella época) «walkathons»; en 1962 llegó a recomendar que se andara con mucha frecuencia. En sus propias palabras, «animaría a cada ciudadano americano a caminar siempre que sea posible. Es más que saludable, es divertido«. Desde luego para los protagonistas de la novela no era tan divertido. King ha reconocido que pensó en la posibilidad de escribir una novela ironizando sobre este tema una noche en la que volvía a la universidad haciendo autostop. Siempre me ha gustado cómo, de temas cotidianos, de lo que está viviendo, ha sido capaz de sacar ideas para novelas tan monstruosas como ésta.

Todas las novelas con pseudónimo Bachman aportan algo, ya hablamos de esa locura de Rabia, pero hay que reconocer que La larga marcha es tan contundente que la primera vez que la leí no me creía que fuera capaz de cargarse casi cien personas. Según iba avanzando esperaba un giro para terminarla antes de tiempo; un giro que, como bien se sabe, no ocurre. Me asombra la facilidad del autor para contar una historia aparentemente monótona (al fin y al cabo no hacen más que caminar a lo largo de todo el libro y caminar/correr es un plomazo) y hacerla tremendamente divertida, subyugadora incluso. Buena culpa de ello, como comenta Tones, es su capacidad de adaptar su estilo a lo que cuenta. Es un estilo directo, de rápidos trazos, económico en gestos pero certero en cuanto a la capacidad de dibujar, en primer lugar, las características de la prueba -a la que dota, de manera asombrosa, de un carácter mítico («era una de esas cosas que estaban rodeadas de afirmaciones apócrifas, talismanes y leyendas») mediante el racionamiento de la información que transmite al lector-; y, en segundo lugar, la caracterización psicológica de los personajes principales: partimos de nada y vamos conociendo sus motivaciones, fundamentales para mantener al lector en vilo.

JT: Antes de seguir, y para contextualizar (y sin espoilers), un pequeño resumen: en un futuro cercano, el gobierno de los Estados Unidos organiza una marcha que atraviesa el país. Cien participantes andarán sin descanso durante varios días, jaleados por sus compatriotas, con la promesa de que el que llegue primero a la meta obtendrá «lo que desee». Las reglas son sencillas: si se baja de determinada velocidad, un aviso. Si se vuelve a bajar, otro aviso. Si se repite una tercera vez, un tiro en la cabeza.

Volviendo a lo que comentabas, Mariano, sin duda es ese hacer que todos los personajes importen lo que da una personalidad única a La larga marcha. Todos están trazados con espectaculares claroscuros, no hay villanos ni héroes claros: tenemos un protagonista con el que empatizar, pero cuya ingenuidad a menudo resulta irritante; tenemos un villano, un provocador que insulta, distrae e incluso provoca la muerte del resto de los corredores, pero por el que es imposible no experimentar cierta compasión; tenemos un enigmático rival que no sabemos si es el más sabio o el más maquiavélico de todos; hasta los amigos del protagonista, más o menos empáticos, con su exhibicionista juventud, tienen un comportamiento francamente irritante. Ni siquiera el que sería más o menos oficialmente el villano en una novela de aventuras convencional (lo será un personaje de ese estilo en El fugitivo), el Comandante, es especialmente odioso o irritante: el Comandante es una esfinge, un lienzo en blanco que, como todo militar, cumple órdenes. Como no se describe con detalle la sociedad en la que viven, ni siquiera podemos decir eso tan manido de «quien tiene la culpa de verdad es el Sistema«. Me da la impresión que aquí el auténtico villano es LA VIDA.

FG: En relación a la localización temporal de la historia, parece claro que, como decís, La larga marcha sucede en un «fututo cercano», lo que la incluye automáticamente en la categoría de las distopías (ya que la situación que se nos presenta no es precisamente envidiable), aunque hace falta matizar que la novela es extraordinariamente parca en detalles sobre la situación política. ¿Podemos suponer que los Estados Unidos están sometidos a una dictadura militar? En esto, también, la novela se distingue más por lo que omite. No hay datos sobre la forma concreta en que opera ese gobierno, ni sobre los pasos que ha seguido el país para llegar a ese extremo. Simplemente no son necesarios para el desarrollo de la trama. Y lo mismo vale para la ambientación futurista: pese al ciber-soldado de la delirante portada de Martínez Roca, el nivel tecnológico presentado no difiere sustancialmente del existente en la época en que fue escrita (motores de combustión interna, ametralladoras…). En realidad, nada que justifique hablar de un «futuro cercano» en lugar de un «presente alternativo» o, incluso, un «pasado alternativo», porque si algo evocan las descripciones de carreteras secundarias y pueblos de mala muerte que atraviesa la carrera son estampas de la Gran Depresión, aunque uno sospecha que esa debe ser la América rural de ayer, hoy y siempre.

MH: Me parece genial esto que dices ahora, Félix, porque es uno de los temas en los que me fijé: esta atemporalidad está tan bien trazada que permite lecturas y relecturas sin que el tiempo pase mal por la novela; se mantiene fresca y, probablemente, ni siquiera King fue consciente de ello cuando la escribió, sobre todo porque lo estaba haciendo en un momento muy temprano de su vida. Sin embargo esto enlaza directamente con aire mítico del que hablé anteriormente, ese estatus que parece dotar a la Larga marcha de un aspecto arquetípico.

De hecho, King, en un momento puntual de la historia nos habla, refiriéndose al público potencial de la marcha, de que no es sorprendente que sean un hatajo de animales; usa ese momento histórico para compararlo con la guillotina francesa y los vítores tras las ejecuciones o el circo romano y los combates de gladiadores. La América rural, la América retratada en esta historia no es muy diferente de aquellos franceses o romanos, lo único que quieren es el «espectáculo», y este es uno pero podría ser otro aún más cruel con el mismo resultado. La vida es un espectáculo.

JT: Es un término que odio, porque se usa muy a la ligera, pero creo que La larga marcha es una novela visionaria. La peculiar (porque como hemos hablado no lo deja claro) distopía que plantea no era muy habitual en su día, pero lo que es realmente novedoso es la visión del sufrimiento como espectáculo. Por supuesto, había novelas de ciencia-ficción previas que trataron la espectacularización de la muerte, pero pocas plantándose tanto en el presente como esta: es más Gran Hermano que Gran Hermano, por así decirlo.

De nuevo ahí está el paralelismo con El fugitivo, una novela aparentemente inane, de la época, pero que se adelanta a su tiempo hasta un grado que solo podemos calibrar ahora mismo (de forma escalofriante, añado). Pero hay más: también La larga marcha se adelanta de esa forma visionaria a subgéneros que hoy son industrialmente muy rentables, como la literatura young adult de distopías suaves (algo a lo que King está más que acostumbrado; lo de anticiparse a tendencias que arrasan, digo) que mencionábamos. Leyendo La larga marcha tienes la sensación de estar leyendo algo de antes de ayer. El auténtico impacto es que se escribiera en 1979.

FG: Creo que, aparte de El fugitivo, habría que citar entre sus influencias un precedente claro en eso de presentar el sufrimiento como espectáculo (deportivo) para disfrute de una población encallecida. Me refiero a Rollerball (1975), la película de Norman Jewison que presenta una variante del hockey ligeramente más letal que la que todos conocemos.

Para finalizar, y teniendo en cuenta que ya mencioné que es frecuente interpretar La larga marcha como una especie de alegoría de la guerra de Vietnam, diré que, durante la lectura, tuve la persistente impresión de estar asistiendo a a otro tipo de alegoría, concretamente a una de la escritura y, más concretamente aún, a una del escritor casi-adolescente que escribe su primera novela, o sea, el propio autor. Veamos: por un lado tenemos a un joven en edad universitaria y plenitud de sus facultades físicas que, por algún motivo, decide pasar de fiestas toga y vandalismos lúdicos varios para encerrarse en su habitación a teclear página tras página de lo que, a lo mejor, tal vez, puede que acabe siendo una novela. Al mismo tiempo, nuestro joven autor se imagina que en otros muchos domicilios particulares y residencias de estudiantes estará pasando lo mismo. De las obras de todos estos escritores noveles que sacrifican su juventud en aras de la gloria literaria (y que seguramente son muchos más de cien)… ¿cuántas llegaran a verse publicadas? La proporción es más desfavorable que aquella a la que se enfrenta el protagonista de la novela. Pero si a pesar de todo llegara a ganar esa carrera… ¿qué pediría nuestro joven autor a modo de premio? ¿Acaso no pediría, precisamente, ser Stephen King?

MH: Una idea muy interesante la que comentas para terminar, Félix. Desde luego, me parece que King, inconscientemente, podría estar pensando en ello como una alegoría del archiconocido sueño americano; a ello contribuye que la sociedad americana tiene bien enraizada la idea del hombre hecho a sí mismo y, además, en la época en la que estaba escribiendo este libro, ser escritor todavía podía ser considerado como un verdadero éxito personal y público. Me imagino a King leyendo ahora estas novelas y detectando la efervescencia de su creatividad, el comienzo de su vida como autor y, sobre todo, el sueño oculto de ser conocido como un gran escritor de terror en todo el mundo. Seguro que es inevitable que asome una de esas sonrisas suyas tan inquientantes.

CANINO


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