domingo, 18 de julio de 2021

Gilles Lipovetsky / Los mecanismos de la seducción

 


Los mecanismos 

de la seducción

Gilles Lipovetsky

Gustar y emocionar. Ensayo sobre la sociedad de la seducción

Anagrama, Barcelona, 2020, 504 pp.

Andrés Takeshi

1 de julio de 2021


Aspiración universal: quedar bien, agradar, recibir elogios y ahora likes, conquistar y gustar. A través de maquillajes, vestidos, poses, acicalamientos tanto en el rostro como en el lenguaje, los mecanismos de la seducción han embaucado a inocentes y astutos por igual, y han incidido en todos los ámbitos de la existencia: la economía, la educación, los medios de comunicación, las redes y la política. El que compra, el que estudia, el que navega por internet o vota ha sido muchas veces presa de algún engaño.

En su libro más reciente, Gilles Lipovetsky (Millau, Francia, 1944) ha identificado principios, usos y costumbres –una forma de ser– en torno al arte de atraer o seducir que bien podrían definir nuestros tiempos y que cada día gana más terreno. “No se trata de un juego, un adorno, un teatro de ilusión, sino de una experiencia central consustancial a la existencia”, advierte. Gustar y emocionar toma su título de unas líneas reveladoras de Racine. Gustar y emocionar –señala el dramaturgo en un prólogo a sus obras– es la regla principal. Y lo mismo vale para nuestros días, casi en todos los planos en los que el ser humano entabla relaciones sociales.

Breve historia de la seducción erótica, la primera parte del libro de Lipovetsky hace un recuento del taparrabo al photoshop que permite entender el arte de gustar como práctica humana más allá del pecho inflado o la vistosidad y el colorido de algunos machos animales. También es posible entender el atildamiento de nuestros tiempos –implantes, cirugías, dietas, cuerpos trabajados en el gimnasio, filtros y efectos fotográficos– no como un mecanismo para atraer a los demás, sino como una búsqueda de autocomplacencia y seguridad ante un mundo exigente de apariencias.

La seducción no es espontánea. En las sociedades tradicionales, se define por rituales colectivos y, en las modernas, por prácticas reguladas pero llevadas a cabo en la esfera de lo íntimo. Hoy está asediada por el consumo y el individualismo sin límites, enmarcada por las posibilidades de las tecnologías de la información y la comunicación instantánea. La seducción aparece en cada periodo de la historia humana registrada, de acuerdo a las formas de convivir permisibles. Lipovetsky, aunque formado en la filosofía, procede a la manera de un sociólogo o un antropólogo: a partir del hecho social. De ahí sus desavenencias con el feminismo.

“En todas partes y siempre, los códigos de la seducción masculina y de la seducción femenina son sistemáticamente asimétricos”, apunta el autor. Diferencia de roles, quiere decir, que en conjunto juegan con eficacia el partido del amor y la reproducción de la especie, en la arena de la competencia. “Antropológicamente, no hay ninguna base para considerar las lógicas de seducción como simples auxiliares de la dominación social masculina”, subraya. Lipovetsky dice apelar a los hechos, que, en este ejemplo, significan los papeles que cada sexo representa en el teatro de la vida. No obstante, cabe preguntarse si la repetición y confirmación de las prácticas sociales legitiman y blindan su dimensión moral. No porque así hayan sucedido las cosas estaríamos condenados a repetirlas de la misma forma.

La segunda parte de Gustar y emocionar resulta repetitiva tanto de la primera mitad como de otros títulos del mismo autor. Sus fuentes, hay que decirlo, pecan de francocentrismo, aunque se entiende por la longevidad literaria de Francia. A pesar de esta autorreferencialidad, Lipovetsky es un buscador del punto medio y el comedimiento de los juicios. Ni contra el capitalismo de la seducción y la industrialización de la apariencia, ni tampoco enteramente a favor: hay que moderarlo, crear contrapesos para limitar sus excesos, que pueden llegar a ser despóticos y crueles.

El lenguaje descafeinado y eufemístico de la política, acompañado de sonrisas falsas y preocupado más por no causar polémica (aunque puede provocarla sencillamente para “robar reflectores”) que por enunciar una verdad mínima, es hoy el pan nuestro de cada día. En el siglo XXI un buen orador debe ser “original” en un spot de veinte segundos, salir bien en una imagen que será retocada y mejorada para hacerse acompañar de cualquier mensaje. Lo que se busca es atraer a la opinión pública, como se vende el jabón o la comida rápida. El resultado: “una total ‘desacralización’ de la res publica”, a decir de Lipovetsky.

¿Qué hacer? El autor acepta que la economía de la seducción, a pesar de sus excesos, permite satisfacer las necesidades básicas para la vida. No es posible ni deseable acabar con el consumo, pero sí moderarlo. Las propuestas del autor ocupan apenas unas páginas hacia el final de Gustar y emocionar. Previsiblemente, la educación está ahí, junto al fortalecimiento de la investigación científica; pero también, la innovación emprendedora. El autor parece aceptar la importancia de las empresas, especialmente si tienen auténtico respeto por el medio ambiente y las necesidades reales del individuo, pero no explica más. El cultivo del pensamiento crítico individual, no los grandes cambios desde arriba, es lo que realmente le preocupa.

Después del ocaso de las grandes narrativas y las ideologías, el individuo plural se descubrió libre, demasiado libre. Desamparado en esta selva salvaje, camina acosado de tentaciones desechables, placeres efímeros, nuevas y mejoradas motivaciones por descubrir cada día. ¿Hasta qué punto es moral explotar esta soledad existencial, además de pernicioso para la salud mental? Causa real y patente: la angustia de nuestros tiempos, pero afrontada con los medios menos apropiados y rodeados de revendedores y oportunistas de todo tipo. Es posible aún aprender a acompañarnos, con paciencia, moderación y, sobre todo, juicio crítico para no comprar soluciones mágicas. 

LETRAS LIBRES


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